La sonrisa del Diablo

Capítulo 20: La primera cita

La primera cita

 

Acababa de colgar el teléfono; Dalia la había sorprendido con una llamada informativa: Al parecer, diciembre había sido el mes de los cambios; había roto con el profesor Wells y entre Spencer y Bruce había nacido una relación. Se rompía una pareja y florecía una nueva. Una vez más, la vida le demostraba que se basaba en un conjunto de ironías.

Echó un rápido vistazo al calendario de su habitación y advirtió con desgana que en tres días comenzarían las clases otra vez. Suspiró anhelante al comprobar que no había visto apenas a Bruce desde aquella cena de Nochebuena en su casa. Llegó a pensar que el joven había sido espantado por su pintoresca familia y él le aseguró que no se trataba de eso, aunque tampoco le negó que sintió cierto horror al conocer a cada uno de los miembros que componían a la familia Turpin.

El sonido de su móvil le hizo regresar a la realidad, lo sujetó con pavor y lo desbloqueó con rápidos movimientos de su dedo índice mientras entrecerraba los ojos. ¡Ella con un producto Apple! Se sentía dentro de alguna película de ciencia-ficción. Una vez que tuvo el menú del teléfono abierto, apreció que le había llegado un WhatsApp de Bruce.

Era curioso, pero el joven usaba muy poco esa aplicación –él le regalaba un móvil de última generación y luego apenas utilizaba la herramienta común para comunicarse. Otra ironía, sí señor−, y cuando lo hacía se encontraba con escuetos mensajes carentes de emoción aparente. Y aquella vez no iba a ser diferente.

¡Por fin terminan estas horribles fechas de estúpidos reencuentros familiares! Mañana es sábado, nos veremos.

¿Nos veremos? ¿Eso qué quería decir? Además, ¿se trataba de alguna especie de orden? El muy idiota parecía no aprender, seguía comportándose como un autócrata.

¿Nos veremos? ¿Me estás pidiendo una cita?

La respuesta no tardó en llegar.

¿Tú qué crees?

Spencer tuvo que hacer grandes esfuerzos para no reír como una idiota estando sola.

¿Y qué propones?

Esta vez la respuesta se hizo esperar. Un segundo. Dos, tres, cuatro, cinco. Un minuto. Cinco minutos. Siete. Y al fin recibió el tan esperado mensaje.

Cine.

¿Y ya está? ¿Sólo eso? Se trataba del veredicto más soso y vacío que había leído en sus años de existencia, más para tratarse de una cita. Su pasmo no duró mucho puesto que no tardó en recordar la extraña –y desquiciante− personalidad del pelirrojo y acto seguido incluyó a Thomas en sus pensamientos. Eran el día y la noche, pero si en algo se parecían es que ambos eran demasiado complejos como para entenderlos.

 

El fin de las fiestas se avecinaba, era cuestión de pocos días y Bruce no cabía en sí del gozo. Había tenido que asistir al resto de los encuentros que se produjeron en aquellas vacaciones. Obviamente no porque él quisiera, sino por petición de su madre, que deseaba unas Navidades en las que la familia pudiera estar reunida.

Y lo hizo, se reunió: varias ramas de la familia Rimes, incluyendo a los Parker, su hermana Clarice vino desde Francia para poder pasarlas con su familia y su padre... ¿Su padre? ¡Ja! No apareció. Ni rastro del presidente de la compañía: Harold A. Rimes. Era un auténtico canalla y, aunque era más que evidente que aquello no era más que una bendición para él, su madre estaba tremendamente sola. Siempre encerrada en su habitación, siempre leyendo; pocas veces salía y lo único que llenaba su frágil corazón de ilusión era poder encontrarse con su marido en Navidad. Y ni eso obtuvo.

Una mueca retorcida se dibujó en su rostro al pensar que pronto volvería a ver a Spencer. Estar más de una semana sin ver a aquella chica se podía convertir, sin demasiadas complicaciones, en una caótica pesadilla.

—¿En qué piensas?

Bruce se rascó la nuca y resopló antes de responder.

—Mañana tengo una cita con Spencer.

El sujeto que estaba tendido en el sofá, que no era otro que Parker, se irguió y, cruzándose de piernas sobre sí mismo, le dedicó la mirada más atenta y expectante que le habían echado a Bruce en la vida.

—¡Vuestra primera cita!

—Mira tú por donde, eres como un loro —comentó Bruce con cierta burla ante la exclamación emocionada de su primo, el cual reaccionó con una carcajada.

—Me ha parecido curioso.

—¿Curioso? ¿Esa es la palabra que se te ocurre? —inquirió abriendo los ojos—. ¿Sabes lo que es curioso? —Se aproximó a él con el dedo índice en alto, preparado para dictaminar sentencia—. Que Thomas Parker, de segundo nombre Theodore, pegara a un profesor.

El aludido enarcó las cejas y abrió los ojos. Al parecer aquello había causado estragos, sobretodo en el pelirrojo.

—Eso no fue curioso —replicó ligeramente molesto—. Fue un error.

—Error o no, ahora tienes a Dalia a tu alcance. —Guiñó el ojo y torció la boca—. A por ella.

El moreno esbozó una sonrisa ante las palabras de ánimo del otro. Lo prefería así, animado, en lugar que hecho un violento.

 

 

*

Histeria. Si había alguna palabra que definiera mejor los ánimos de Spencer, era aquella. Un manojo de emociones se disputaba en su interior: nervios, alegría, miedo, etcétera. Era su primera cita con Rimes. Era su primera cita en la vida y su principal problema era desconocer qué vestir. Supuso que todas las chicas del mundo se tenían que enfrentar a aquel problema tarde o temprano, salvo que ella tenía la particularidad de que su pareja era un narcisista millonario.

Vació todo el armario y gran parte de la cómoda, pero la inseguridad salía ganando. Se contempló extensos minutos frente al espejo y probó varios peinados para su cabello liso. Nada. Nada le convencía ni le hacía decir: «Spencer, ¡estás fantástica!».




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