La sonrisa del Diablo

Capítulo 21: Atracción en horas de estudio

 

Atracción en horas de estudio

 

La vuelta a clase resultaba imprevisible. Desconocía cómo se desarrollarían los acontecimientos en aquel lugar que, en ocasiones, parecía más un manicomio que un instituto. Y todo gracias a la actitud desquiciante de muchos de sus alumnos. Tras mucho insistir, Bruce logró convencerla para ir juntos a clase; ella le dijo que prefería ir en autobús, pero después de horas de conversación sobre el tema, acabó cediendo.

Le gustaba coger el transporte público porque usaba la duración del trayecto para concienciarse y meditar acerca de lo que se iba a encontrar una vez llegara a Richroses. Era su ejercicio mental diario para plantar cara a la tiranía de Rimes. No obstante, ya no era necesario; ahora eran pareja.

Por supuesto que aún continuaba soportando aquellos delirios de grandeza. El lado narcisista y mimado del joven era algo que estaba tan arraigado en su personalidad que no podía desprenderse de ello de un día para otro, pese que ya no se comportaba como el monstruo que era al principio.

Le encantaba el vínculo que se había establecido entre ellos; saltaban chispas cada vez que se rozaban.

Estaba terminando su desayuno, ya perfectamente vestida y aseada, mientras ojeaba algunas páginas en su teléfono y revisaba la hora, cuando un mensaje de Bruce entró en su chat al cabo de unos minutos.

En diez minutos estoy en tu puerta.

Sintió cierto pánico que se acentuó al recordar el comportamiento extraño de Bruce la última vez que se vieron: en como el chico evitó todo lo posible el contacto visual y apenas devolvió su gesto cariñoso. Y a aquello había que sumarle el modo apresurado de arrancar el coche y marcharse. Lo peor de aquello es que no hablaron del tema. Lo ignoró. Tan solo concretaron cuándo la recogería.

Conforme los segundos pasaban, su alteración se incrementaba y su desconcierto se hacía más notorio. Incluso por un momento tuvo miedo, miedo de que todo volviera a ser como en un inicio. Miedo de que la contemplara con odio, que delineara una mueca de desdén al verla, que sus ojos verdes grisáceo de mirada fría se clavaran en ella como dos cuchillas.

Aguardó en la puerta cuando pasó la hora indicada y pronto paró un Rolls-Royce Phantom color negro. Agradeció que no fuera la limusina, pues en ocasiones se sentía abrumada por dicho vehículo. Evidentemente, Sebastian se encontraba al volante con una sonrisa, dispuesto a bajar del coche para abrir, pero le indicó que no con un gesto de su mano.

Subió en el asiento trasero, al lado de Bruce y pronto se puso en marcha. De todas las comodidades que implicaban que viniera un chófer a recogerte a tu casa, la que más valoraba era ahorrarse la vibración del motor del autobús, la cual siempre le angustiaba; en ocasiones era imperceptible y otras excesivamente notorio como para resistirlo.

—Buenos días —dijo el pelirrojo con una sonrisa ladeada y dicho saludo ayudó a que relajara la inquietud que tenía.

—Buenos días —respondió con una dulce sonrisa.

No se dieron un beso a modo de saludo, pero él posó su mano sobre la suya, acariciando su piel con su pulgar en movimientos circulares y mantuvo así durante todo el trayecto, donde hablaron un poco sobre cómo habían pasado el día anterior.

El coche se detuvo a la entrada de Richroses y ambos bajaron por su propio pie, sin necesidad de que Sebastian tuviera que realizar el protocolo de abrirles. Spencer se sintió victoriosa al comprobar que Bruce no estaba siendo –excesivamente- caprichoso. Se detuvo por unos instantes para contemplar el edificio como si fuera la primera vez que lo veía y suspiró al pensar en cuánto había cambiado todo en unos meses. Se preguntó también cómo sería el trato de sus compañeros.

No terminó de sorprender al comprobar que todo era diferente, las miradas de los estudiantes, que al principio pasaron de mostrar indiferencia a mostrar auténtico odio, ahora parecían ser simpáticas y amables con ella. Algunos le sonreían, otros estaban expectantes esperando a su reacción, como si estuvieran examinando el terreno minado antes de caminar. Muchos le saludaron amigablemente y le dedicaron los buenos días. Sabía que aquello se debía a la compañía de su novio y a la relación que tenían.

Le hubiera gustado poder actuar igual. Ser simpática con aquellos estudiantes. Pero no podía. Ya le era difícil fingir que no había sufrido lo que había sufrido con Bruce, como para hacerlo también con aquellas personas. Sobre todo, después de aquel horrible incidente donde la golpearon, insultaron y humillaron.

 

Desde la ventana de su clase, Emma Miller analizaba la situación: la actitud nueva que habían adquirido los alumnos y el desconcierto palpable en el rostro de la castaña. Lo observaba todo de brazos cruzados y rostro serio, pero no pudo evitar clavarse las uñas en los brazos y morderse los labios de la rabia que sentía y, acto seguido, chasqueó la lengua.

¿Por qué Bruce se permitía esas licencias y ella no? ¿Acaso siempre sería la que tuviera que tragar y callar?

—Qué temprano has llegado —comentó una voz masculina cerca de su oreja.

Le dedicó una mirada de soslayo y, sin descruzar sus brazos, dio la espalda a la ventana y comenzó a avanzar con parsimonia hacia su pupitre.

—Año nuevo, vida nueva. —Se limitó a responder evitando mirar al individuo—. Tú también has llegado pronto tratándose de ti, Thom.

El joven sonrió.

—Año nuevo, vida nueva. —Al contrario que la morena, él le perseguía con la mirada como un ojo avizor—. ¿Qué vas a hacer ahora? —En aquel momento, ella posó la vista en él fingiendo no saber de qué estaba hablando—. No te hagas la tonta conmigo.

Como respuesta, se relamió los labios y enarcando sus perfectamente depiladas cejas negras, dijo:




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