La sonrisa del Diablo

Capítulo 22: No tienes que disimular nada

 

No tienes que disimular nada

 

Aquella noche apenas pudo concebir el sueño. Se sentía soberanamente estúpida y no comprendía cómo podía haber metido la pata de tal manera. Consideraba que su edad mental no iba acorde a la realidad. Había dado por hecho que su falta de experiencia no influiría demasiado, pero al parecer Bruce no se lo podía quitar de la cabeza. Y ella tampoco se sentía capaz de dar ese paso, al menos por ahora. Necesitaba una seguridad que aún no se había establecido del todo con él, pero confiaba en que no tardaría en hacerlo.

Al día siguiente apenas hablaron. Ni al siguiente ni al otro; ni mensajes ni llamadas. En persona se decían lo justo y necesario. Spencer tampoco le había enviado ningún mensaje, tenía miedo de que su cabreo fuera tan grande como para desatar su furia. Aunque, la razón de aquella tensión era tremendamente absurda a la par que exagerada. Fácilmente, pasó una semana en la que se trataron con distancia y en la que la chica se auto convencía vagamente de que aquello era bueno en cierto modo, pues le servía para poner al día sus tareas lectivas.

Cuando vio con cierto terror que iba en camino de pasar otra semana en aquel distanciamiento pasivo, decidió escribirle un mensaje por la tarde.

¿Podemos hablar?

Lo dejó sobre su escritorio y se quedó observándolo con la nariz introducida entre las palmas de su mano. Estaba asustada de la respuesta que se avecinaba, fuera cual fuera, la cual no tardó en llegar.

¿Qué te ocurre?

Suspiró sonoramente. Bien, no era tan temible. Simplemente había respondido a su pregunta con otra pregunta.

Quiero hablar contigo. Si puedes, pasa por mi casa. Si no, voy yo hacia la tuya.

A instante llegó el mensaje de Bruce.

Voy.

Spencer comenzó a repiquetear la superficie de su mesa con las uñas y a tratar de fijar su atención en cualquier objeto que en ella hubiera. Al apreciar lo desesperada que estaba en el pequeño espacio que era su habitación, decidió aguardar a Bruce en la entrada de su casa. No supo cuánto tiempo pasó esperándole, pero, teniendo en cuenta sus nervios en aquellos momentos, no le pareció demasiado.

Cuando llegó el pelirrojo en su deportivo, una leve sonrisa se delineó en los labios de la joven. Paró el coche en la puerta de su casa y, tras haber apagado el motor, bajó.

Se acercó a ella con suma lentitud y fue la castaña quien tuvo que romper el silencio.

—Hola.

—Hey.

La mano derecha de la chica permanecía sujetando su brazo izquierdo, como si temiera que en cualquier momento fuera a desprenderse de su cuerpo. Qué malos eran los nervios, que hacían a las personas, en ocasiones, actuar de forma inusual y vulnerable. Se mordió el labio inferior pensando qué debería decirle para arreglar aquella situación.

—¡Perdón! —Exclamó en un tono más elevado de lo que deseaba mientras apretaba los párpados con ímpetu. Tres segundos de silencio le indicaron que era el momento de abrirlos y, tímidamente, dirigió la vista al rostro del muchacho, que permanecía impasible a sus ojos—. No quise molestarte con mis preguntas inseguras —Se rascó la barbilla y volvió a apartar la mirada—. Supongo que a veces soy un poco pesada. —Dejó escapar una risita que pronto catalogó de estúpida.

—Spencer... —murmuró Bruce, pero ella continuó hablando.

—Es que cuando estamos juntos me pongo muy nerviosa y...

—Pen... —Trató de hacerse escuchar de nuevo.

—El caso es que siento si te ofendí.

Bruce posó su mano sobre la cabeza de ella y la acarició con ternura.

—Deja de decir chorradas. No estoy enfadado contigo, sino conmigo. No reaccioné apropiadamente. Sé que el que no hizo lo correcto fui yo. Es solo que no quiero asustarte y… yo también me pongo nervioso —explicó y en el momento en que sus miradas tropezaron la una con la otra, sonrió—. Tenía vergüenza de cómo actué.

—No me asustas.

Él suspiró.

—Mira, ambos sabemos que no me porté bien contigo. Ya te hice muchas cosas malas hace unos meses. —Dudó un segundo si debería continuar o no—. Y sobre ese tema, no quiero que te sientas presionada. Piensa que soy un hombre y tú una mujer.

La joven le dedicó una sonrisa burlona.

—Tú tienes un diez en biología, ¿no? —dijo con un tono sarcástico.

—Te hablo en serio.

Ella bufó.

—Ya lo sé, sólo trató de quitar hierro al asunto. —No se le daba nada bien disimular su alteración—. No sé por qué te lo tomas tan a pecho, acabamos de empezar a salir. —Una risilla histérica salió de entre sus labios—. A lo mejor es que la tienes como la de un caballo —Al instante se arrepintió de decir aquella burrada, llevándose las manos a la boca.

Bruce comenzó a reír sonoramente y cada vez con mayor intensidad, se reía tanto que apoyaba su mano sobre el esfínter de su estómago, luchando por relajarse. A Spencer, después de haber sido azotada por la vergüenza, fue contagiada por aquella alegría y comenzó a reír también, dando las gracias a los astros de que no se tomara a mal su comentario.

—Obviamente no. Que yo sepa no soy un experimento o algún tipo de alienígena —comentó el pelirrojo una vez calmado, sin haber eliminado de su rostro la curvatura elevada de la comisura de sus labios—. ¿Te puedo hacer una pregunta?

Antes de asentir, se frotó la cara, que estaba colorada por el bochorno.

—Sí.

—Es solo curiosidad, ¿vale?

—Dime —insistió.

—¿Eres virgen?

Y allí estaba, la tan indeseada interrogación. Era consciente que tarde o temprano saldría a colación, aunque no sabía cómo hablar de algo así con él puesto que nunca lo había hecho.  Sintió como sus pómulos comenzaban a adquirir una elevada temperatura, tanto que se veía capaz de afirmar que parecían dos tomates maduros. Bruce había lanzado la cuestión al aire, directa y concisa pero carente de sutilidad.




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