La sonrisa del Diablo

Capítulo 24: Inseguridades nocivas

 

Inseguridades nocivas

 

Ambos fueron a casa de la castaña. Tomaron asiento en el sofá del salón. Sus padres habían salido y solo estaba Benjamin en su habitación. Trajo de la cocina fruta por si su invitado quería comer algo y, tras dejarse caer en su puesto con un elegante Bruce de piernas cruzadas al lado, se descalzó, subió los pies sobre la superficie y se cruzó de piernas.

Dedicaba miradas de reojo al chico con una expectación mal disimulada. Tenía tantas ganas de que le hablara de su anterior relación, que apenas le daba tiempo a relajarse.

Aguardó a que comenzara por iniciativa propia, pero viendo que no sucedía, insistió.

—Cuando quieras.

Él hundió la cabeza entre sus manos, se frotó el pelo con alteración y suspiró con intensidad.

—No sé por dónde empezar —confesó rascándose la nuca y dirigiendo la mirada hacia ella—. Tampoco sé que quieres que te cuente.

—¿Cómo la conociste? ¿Cómo empezasteis a salir? ¿Por qué lo dejasteis? —Solicitaba las respuestas como si estuvieran en el interrogatorio de una comisaria—. Esas cosas.

—Esto no es necesario —replicó él, que comenzaba a sentirse violento y presionado. La curiosidad de Spencer comenzaba a agobiarle—. No entiendo por qué tienes tantas ganas de saber esas cosas.

La aludida frunció el ceño y entrecerró los ojos. En su rostro se leía un pequeño matiz de indignación.

—¿Qué por qué tengo ganas? —inquirió apretando los puños—. Bruce, realmente apenas sé nada de ti. Y en seis meses que te conozco me has tratado como a una mierda durante cuatro —Le enseñó cuatro dedos para reafirmar sus palabras.

Una punzada de culpabilidad se concentró en el pecho del chico. Oír aquella afirmación le provocó un sabor agridulce relacionado con la culpa.

—De acuerdo, tú ganas. Si esto te deja tranquila, te hablaré de Shirley. —Cogió aire para comenzar a hablar del asunto y Spencer, a su vez, tragó saliva, preparándose para escuchar algo que, en lo más profundo de su corazón, no quería saber. —Conozco a Shirley desde que empecé la secundaria. Tanto Thomas y yo nos hicimos bastantes amigos de ella. Siempre ha sido muy buena chica, pero en ocasiones era demasiado... Caprichosa; le gustaba llamar la atención, por lo que siempre acababa en situaciones extrañas.

» Por aquel entonces nuestras madres quedaban a menudo hasta que a la mía le diagnosticaron su enfermedad. —Pausó un instante su narración—. Thomas y Shirley siempre estaban en mi casa, eran como dos lapas que no podían despegarse de mí y estuvieron juntos cuando tuve que asumir el estado de mi madre. —Emma también había estado con él, pero prefirió omitir aquel detalle.

» Cuando teníamos catorce años, empecé a meterme en problemas en el instituto. Shirley siempre estaba allí para echarme la bronca o controlarme. En general para evitar que me metiera en demasiados follones. Era para mí... Una persona muy importante. —A la oyente se le paró el corazón ante aquella afirmación—. Todo con ella era divertido. Empezamos a salir por ese tiempo que te digo, simplemente pasó y hasta poco antes de cumplir los dieciséis no lo dejamos. Tuvo que irse con su padre a Italia a estudiar y a aprender bases del control de su empresa. Y fin —concluyó cruzándose de brazos.

Spencer se quedó en silencio, arrepentida por haber escuchado aquello. No podía molestarse, había insistido en ello. Pero ahora se encontraba sin palabras. Dolida por algo que no debería doler. Ofuscada por la vida que Bruce tuvo antes de conocerla.

Soltó una risa poco sincera.

—Qué bien —logró pronunciar.

—Pero quiero que entiendas que eso forma parte del pasado. Los sentimientos que tenía por ella ya no existen, ¿vale?

—¿La perdiste con ella? —preguntó con la voz aguda.

Bruce puso los ojos en blanco.

—Sí. De verdad, Spencer, nunca tienes suficiente. —Su tono era de molestia—. ¿No te das cuenta de que ahora no quiero hablar de Shirley? Solo quiero pasar un rato tranquilo con mi novia.

No hacía falta que la convenciera para saber que tenía razón.

—Lo siento —dijo agachando la cabeza, avergonzada.

Antes de poder darse cuenta, Bruce la estrechó entre sus brazos con suma potencia y, acto seguido, se puso en pie sujetándola. No tocaba el suelo ni poniendo los pies de puntillas y no paraba de patalear para que la soltara mientras reía enérgicamente. En tan solo un segundo, había conseguido que dejara de angustiarse.

Comenzó a andar por el salón con ella aun agarrada, daba pequeños pasos sin separarse mucho del sofá mientras la chica le pellizcaba los hombros para que la liberara, aunque no causaban sin ningún efecto. Tuvo la perfecta idea de morder el lóbulo de su oreja y éste sintió un escalofrío recorriéndole por la espalda, pero, lejos de soltarla, se dejó caer nuevamente sobre el sofá con ella encima.

—Tú lo has querido —informó riendo, al igual que ella.

Spencer alzó la cabeza para verle. Estaban tumbados y él aún no había apartado sus manos del lomo de la muchacha, la cual era incapaz de eliminar la sonrisa de su rostro.

No se percató de ello cuando sucedió en el momento, sino unos cuantos segundos después: no podían apartar la vista el uno del otro. Se estaban devorando con la mirada y, poco a poco, cuando fue consciente, fue eliminando la sonrisa y su semblante se tornó serio, al igual que el de Rimes.

Sus rostros se acercaron cautelosamente y, con mucha delicadeza y suavidad, sus labios hicieron contacto. Primero se dieron un beso inocente, como un ósculo, seguido de un lametón en el superior de él y otro roce en el cual sus bocas se entreabrieron para dejar paso a las lenguas de ambos adolescentes.

Bruce acariciaba con las yemas de sus dedos el dorso de Spencer de arriba abajo, atrayéndola sutilmente hacia él, como si toda fricción con ella no fuera suficiente. Por su parte, la castaña comenzó a hundir sus dedos en el cabello cobrizo, masajeándolo de un modo revoltoso.




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