Declaración de guerra
Bruce entró a casa de Shirley Jones, le había abierto la señora de la limpieza. Le preguntó dónde estaba la chica en cuestión y la mujer señaló las escaleras de caracol que ascendían a lo que era la planta de arriba. Apenas dio un par de pasos en los escalones cuando escuchó la voz de su ex desde arriba.
—¿Quién es? —Lanzó la pregunta a la empleada.
—Soy yo —Continuó subiendo las escaleras.
—¡Bruce! —exclamó con una sonrisa de oreja a oreja—. No pensaba que dijeras en serio que ibas a venir.
Tenía el pie vendado hasta mitad de la espinilla. Parecía que debajo de vendaje tuviera un tobillo bastante hinchado y andaba con la ayuda de dos muletas.
—¿Se puede saber cómo te has caído?
La rubia se encogió de hombros y ladeó la cabeza.
—Ni idea, cuando me quise dar cuenta ya estaba en el suelo.
Se agachó para ver todo aquel apósito de cerca.
—¿Cuánto tiempo tienes que estar así? —Quiso saber entrecerrando los ojos; esperaba que no mucho tiempo. No tenía ninguna gana de desviarse todos los días para recogerla, más aún cuando ya lo hacía para ir a casa de su novia.
—Un par de semanas.
Bruce hizo un movimiento con la cabeza que pretendía ser un asentimiento, pero en lugar de eso se quedó a medias y apretó los labios.
—Bueno, vale —respondió frotándose la barbilla con el índice y el pulgar—. Pues me voy, había quedado con Spencer. De hecho, ella tendría que estar aquí —informó dando media vuelta para bajar las escaleras.
Entonces, otra voz tomó forma.
—¿Bruce? ¿Bruce Rimes? ¿Eres tú? —Él se giró y pudo ver a una mujer de ojos azules y cabello rubio ceniza, recogido con un elegante moño; vestía un conjunto morado—. No puede ser. —Abrió mucho los ojos y se formó una extensa sonrisa en su rostro—Eres tú de verdad. ¡Cuantísimo tiempo!
El pelirrojo conocía perfectamente a aquella señora: Era la madre de Shirley. Siempre le trató bien, por lo que él también esbozó una sonrisa.
—Hola, Sra. Jones.
La mujer le dio un fuerte abrazo.
—Es increíble cómo has crecido —comentó frotando el brazo del joven—. ¿Por qué no te quedas a cenar?
—No, lo siento. Estoy ocupado.
—Venga, Bruce —insistió Shirley esta vez.
Bruce sacó el teléfono y comprobó si tenía algún mensaje de Spencer. Ni rastro. Dejó escapar un suspiro abatido, sintiéndose terriblemente solo y cabreado consigo mismo por preocuparla habiendo ido a ver a su ex, pero se hubiera sentido culpable del mismo modo sin haber ido a visitarla. Shirley le ayudó cuando lo necesitó y le parecía mal no hacer lo mismo por ella, aunque no podía soportar ver el reflejo del miedo en los ojos de la castaña; era algo que no podía aguantar.
La Sra. Jones aguardaba paciente la respuesta del muchacho y finalmente, después de haber vuelto a comprobar la pantalla del móvil, dijo:
—Está bien, aunque me iré en acabar, tengo cosas que hacer. —Ellas asintieron felices—. Salgo un momento fuera, necesito hacer una llamada.
Observó en el jardín de la familia Jones, que le quedaba menos de un 5% de batería en su teléfono y chasqueó la lengua al no haberse percatado de ello antes. Hizo movimientos rápidos en los accesos directos para llamar a su novia antes de que la batería declarara el final de su uso y, justo en el momento en que iba a pulsar el último el icono de color verde, una llamada entrante le detuvo. Era Emma.
"Joder —pensó Bruce—, se han puesto todas de golpe para atarme una soga al cuello".
Dudó si descolgar, pues no tenía ánimos para escuchar la ponzoñosa voz de aquella chica. No obstante, siempre que veía su nombre, sentía la necesidad de solventar sus exigencias. Relacionaba a aquella estudiante con buena parte de sus miserias.
—¿Emma? —cuestionó por educación.
—Hey.
—¿Qué quieres?
—Nada de ti. Te llamaba para preguntarte acerca de Thomas, no sé qué hace el chaval con el maldito teléfono que siempre comunica. —Se quejó.
Bruce se sintió aliviado por un momento al comprobar que no le había comunicado malas noticias.
—Ya sabes que Thomas es un abuelo con las nuevas tecnologías, ya te puedes dar con un canto en los dientes si consigue descolgar a la primera. —Rio al pensar en su primo.
—¡Já! Mira quien fue a hablar. —Se burló—. No eres el más indicado, Bruce. En fin, solo era eso. Probaré a llamarle en un rato y si no me presentaré en su casa.
—Eso, ese es tu fuerte. Acosar a la gente.
—Idiota. Bueno, yo no soy la acosadora, te ha salido una peor. —De tenerla delante, Bruce estaba seguro de que Emma le estaba guiñando un ojo—. Venga, ¡ciao! —Y colgó antes de que el joven contestara.
En el instante en que Bruce pudo retomar la acción que había dejado a medias, llamar a Spencer, el móvil decidió que le había dado suficiente margen. Bufó molesto y regresó con Shirley y su madre, que se encontraban en la cocina dando indicaciones a la cocinera.
—Shirley —nombró en voz baja—. Me he quedado sin batería. ¿Te importa dejarme tu móvil para llamar a Spencer?
La joven se encontraba sentada en una silla con el pie en alto.
—Por supuesto —dijo en un modo afable, sacando su aparato del bolsillo de su pantalón—. Dime el número.
Bruce miró al techo, tratando de recordarlo. Tenía buena memoria y el número de su novia era algo que se aprendió en cuanto comenzaron a salir. No obstante, la comodidad de acceder a una agenda telefónica tan solo pulsando un icono en la pantalla o, incluso ordenándoselo al micrófono, a veces era contraproducente; como en aquel momento, que no estaba seguro de si estaba dictándole bien el teléfono.
Shirley lo marcó.
—Me da error.
Él frunció el ceño.
—Quizá lo he dicho mal.
Volvió a probar otra vez y obtuvo el mismo resultado. Tras intentarlo un par de veces más, decidió desistir. Lo que ignoraba era que la rubia había marcado mal el número adrede, interfiriendo así entre ellos de un modo circunspecto.