La sonrisa del Diablo

Capítulo 26: Mírame a mí

Mírame a mí

 

Spencer se sentía furiosa y ultrajada; confusa también. Tenía un manojo de nervios y emociones, que no eran precisamente positivas, y desconocía si podía contener las ganas de gritar de un momento a otro. Se había ido a comer sola ese día, en los baños, y en cierto modo le recordó a los primeros días del Richroses. Sí, sabía que era absurdo encerrarse en un compartimento del servicio para comer, pero buscaba soledad e intimidad para poder sumergirse en sus pensamientos, y sabía que fuera no la iba a encontrar.

Tampoco tenía ninguna gana de ver paseando por los pasillos a su novio junto a su respectiva ex, de la que cada vez estaba más segura de que aquel esguince, o era falso o se lo había hecho a propósito. Confiaba en que todo fueran imaginaciones suyas, incluso hubiera sentido alivio al comprobar que estaba siendo una paranoica con aquella chica, pero aquel intento nefasto de dejarla en mal lugar, siendo capaz de arrojarse al suelo simulando una caída perfecta, le hizo darse cuenta de que era mucho más perversa de lo que se imaginaba.

Aquel día ignoró a Bruce, y él tampoco pareció mostrar demasiado interés en ella. Y, ¿acaso debería hablarle cuando había demostrado no confiar en su persona? ¿Acaso no era aquello lo que le pidió la noche anterior, confianza? No sólo había dejado de ir a recogerla por la mañana para ir a clase, con el fin de ir a por la otra en su lugar, sino que para colmo la creía capaz de agredir a una persona indispuesta por celos.

Sentía que algo estaba fallando entre ellos y temía que, después de todo, fuera que continuaba teniendo sentimientos por Jones.

Como era de esperar en aquel instituto, todos los alumnos, a excepción de Dalia y Thomas, se posicionaron en su contra. Le miraban mal de nuevo, salvo que esta vez lo hacían de un modo acosador y hostil. No era necesario ser un genio para saber que Shirley se los había llevado a todos a su terreno; con su sonrisa inocente y mirada de angelical, no había nadie que se resistiera a ella. Quizá, si en el fondo fuera de verdad como su apariencia indicaba, podría haberse llevado bien con ella, aunque en un principio pudiera resultar complicado. No obstante, se trataba de un lobo con piel de cordero.

Un lobo con piel de cordero y exnovio imbécil.

Había pasado un día y cada vez acumulaba más rabia entremezclada con tristeza, junto a alguna pincelada de impotencia. Rabia por juzgarla, tristeza porque Bruce no confió en ella e impotencia porque se veía incapaz de explicarse sin que la tacharan de mentirosa.

Hubo un momento en el que Shirley se levantó de su asiento y se acercó a su pupitre. En cuanto vieron el rumbo que había adquirido la favorita de la clase, todos y cada uno de los presentes fijaron su atención en ellas; los chicos como si elaboraran una importante tarea como guardaespaldas y las chicas con rostros de chismosas, deseando armar barullo.

—Buenos días —dijo con un falso tono de inocencia.

Spencer dudó por un segundo si debería responderle. Volvió a echar un leve vistazo de soslayo al panorama de alrededor y desechó lo que deseaba hacer: ignorarla. O, mejor aún, insultarla. Sin embargo, ella misma decidió que iba a luchar en aquella batalla y con Shirley no se trataban de peleas callejeras; se trataba de una pelea de damas y, aquel tipo de combate, debía ser sibilino. Por tanto, irguió levemente la cara y esbozando una sonrisa lo más franca y creíble posible, le devolvió el saludo.

—Buenas.

A Shirley no le hizo demasiada gracia la reacción de Spencer, pues no contaba con que fuera simpática con ella, ni mucho menos. La castaña parpadeó mirándola fijamente sin borrar aun la sonrisa de su imagen, obligando a su enemiga a forzarse en esbozar otra igual.

—He pensado que ayer empezamos un poco con mal pie —comenzó a decir—, y me gustaría que lo volviéramos a intentar. Todos cometemos errores y por eso te perdono lo de ayer. —Aquello último lo pronunció con tanta dulzura que a Spencer le sonó como cianuro en los oídos—. Me preguntaba si te gustaría que comiéramos juntas hoy, te invito yo —Soltó con prepotencia, levantando los hombros mientras mantenía el equilibrio sobre sus muletas—. Y así charlamos y podemos conocer un poco la una de la otra.

—Me parece una idea fantástica —casi exclamó, consolidando sus palabras con un asentimiento de cabeza—. Lamento mucho lo de ayer, espero no haberte hecho daño. —El sarcasmo de sus palabras sólo fue capaz de percibirlo Jones.

—No te preocupes. —Mantenía una expresión afable en el rostro y volvió a su pupitre.

Spencer no se giró, pero sentía la curiosidad de Dalia y Thomas, los únicos que sabían lo que sucedía. Esperó pacientemente a que pasaran las horas y tener que ir a comer con aquella chica que resultaba ser más falsa que Iscariote. Y la verdad era que, le sorprendió lo rápido que pasó el tiempo.

Ambas caminaban en completo silencio hacia el comedor del instituto, iban a un ritmo pausado debido a que la rubia no era demasiado rápida con las muletas. Cuando pasaron por delante de la puerta del aula de Rimes, Spencer sintió deseos de que un terremoto se manifestara de repente y provocara que una viga cayera sobre su propia cabeza. Él se encontraba apoyado en el marco.

"Mírame" Pensó Spencer conforme se acercaban. "Mírame".

Los ojos de ambos jóvenes chocaron y ella apartó la vista aun indignada, rememorando lo del día anterior y haciéndose notar nerviosa. Shirley, por el contrario, se acercó al pelirrojo contoneándose como podía con los apoyos y le saludó con cierto entusiasmo.

—¿Qué hacéis? —preguntó él con el ceño fruncido, dando a entender el desconcierto que sentía al verlas juntas.

"Mírame" Volvió a pensar ella.

—Vamos a comer, ¿te apuntas?

Bruce dudó unos instantes y finalmente accedió. Spencer apretó la mandíbula, disgustada por meterse en aquella situación. Estaba claro que Shirley planeaba algo.




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