La sonrisa del Diablo

Capítulo 30: Asuntos del corazón

Asuntos del corazón

 

Los almendros en flor, los parques repletos de verdor... La primavera había llegado a Londres y se podía apreciar en las calles, en el aire y en las risas de la gente. Era la estación favorita de Spencer, por las fresas y las cerezas, el olor a tierra húmeda y el césped de los jardines y parques. Estaba deseando que fuera Pascua y disfrutar de una semana tranquila de primavera, con el instituto lo suficientemente alejado de ella.

Quería que aquellas pequeñas vacaciones fueran incluso mejores que las que tuvo en Navidad, dado que, salvando algunos momentos particulares, fueron bastante tenues. Deseaba hacer planes con sus amigos, con los que había hecho aquel curso y los que hacía tiempo que no veía.

En su mente solo se vislumbraba unas expectativas que le erizaban la piel.

Por aquella razón, en el momento en que se encontró con Bruce en el instituto aquella mañana, no pudo resistirse a hablarle de todas las cosas que quería hacer con él.

—¿Nos vamos de viaje? —Lanzó la pregunta como si fuera dinamita.

—¿A dónde? —preguntó él sorprendido, pero no molesto.

—No lo sé, a algún sitio barato. —Ante todo, su economía—. Podríamos ir de acampada.

—Yo de mochilero no voy a ningún sitio.

Spencer se echó a reír pues no esperaba menos de la respuesta de su pareja. La negativa le dio igual puesto que estaba segura de que le acabaría convenciendo, por lo que le hacía bastante gracia. Al fin y al cabo, si algo bueno tenía Bruce, era que en ocasiones podía ser capaz de tragarse su orgullo y su estatus por verla sonreír, aunque fuera durante unos segundos.

Le pellizcó su nariz de un modo insolente para ponerle nervioso, a veces eso le divertía. Él, por su parte, pasó su brazo por el hombro de ella de un modo protector y le dio un mordisco en la mejilla, ocasionando que dejara escapar un quejido de dolor.

—Te has pasado —protestó mientras le pellizcaba las costillas a modo de venganza. En un reflejo agachó la cabeza esperando que el pelirrojo le frotara la coronilla con el puño, pero no lo hizo y cuando levantó la cabeza para verle la cara, observó que estaba completamente abstraído de la realidad. Y durante un instante, tan sólo un segundo, sintió que había dejado de estar allí, con ella—. ¿Qué sucede?

—No es nada, sólo estaba pensando. —Reaccionó al dulce sonido de la incertidumbre de Spencer, a su voz que se agudiza cuando se preocupa.

 

 

*

El fino grifo plateado no dejaba de escupir diminutas gotas de agua que colapsaban con la misma sustancia mezclada con gel y sales aromáticas en su bañera. El joven perseguía con la mirada la dirección del grano líquido.

No dejaba de pensar en lo que le había dicho Emma semanas atrás, algo que no esperaba que saliera de su boca ni que lo dijera con la sinceridad que parecía que lo hacía.

Emergió sus dedos del agua translucida por las sustancias que había en ella y pudo apreciar como la piel de sus yemas estaba arrugada. Llevaba dentro de su bañera casi una hora y no encontraba el momento oportuno para salir y tropezarse de nuevo con la realidad. Realmente comenzaba a asustarse de lo que podría suceder y, por lo que le había dicho su madre, su padre iba a regresar dentro de poco. Zambulló su cabeza dentro del agua provocando que su cabello pelirrojo adquiriera una tonalidad más castaña y aguantó dentro hasta que por necesidad tuvo que coger aire. Apenas pasaron unos segundos más cuando le sobresaltó un golpe súbito que provenía de la planta de abajo. Normalmente, en una circunstancia así, no le habría afectado lo más mínimo un ruido similar, pues podría habérsele caído algo a Dana o alguna empleada. No obstante, aquel día, Bruce tuvo una corazonada.

Se levantó velozmente y salió de la ducha mientras agarraba el albornoz que estaba colgado de un picudo perchero y que se aderezó mientras salía del cuarto de baño. Bajó las escaleras a paso ligero y estuvo a punto de resbalarse en varias ocasiones a causa del agua que caía de sus piernas y su cabello, cuanto más se aproximaba más nítida resultaba la voz que estaba escuchando desde que salió de la habitación.

Al llegar, se encontró a su madre tirada en el suelo y a Dana zarandeándola con delicadeza sin dejar de repetir su nombre con tensión.

—¿Qué ha pasado? —Logró preguntar cuando por fin pudo asimilar que estaba viendo el cuerpo de su madre rendido en el frío suelo de piedra caliza.

—No lo sé, joven señor —respondió alterada sin dejar de analizar el rostro de Anna—. Estaba en la biblioteca ordenando unos estantes cuando escuché un golpe y me la he encontrado aquí. Parece que ha perdido el conocimiento. —Se puso en pie con dificultad, pues las piernas parecían sufrir espasmos nerviosos—. Voy a llamar a una ambulancia.

El pulso de Bruce parecía el de una persona muy mayor. Intentaba cerrar los puños para contener su alteración, pero no dejaban de vibrarle con suma angustia. Se sentó en el sillón que había al lado, aun goteando, mientras su mirada permanecía en un punto fijo: la melena de su madre decorando el suelo, que casi rozaba sus pies descalzos.

 

 

*

Spencer se dirigió al Hospital en el coche de Parker tan pronto como había recibido la llamada de Bruce. El moreno se había enterado al mismo tiempo que ella y se había ofrecido a llevarla. No se dirigieron ni una sola palabra en todo el trayecto, ambos albergaban una incómoda combinación entre incertidumbre y desasosiego.

La voz que le había escuchado al pelirrojo le había puesto todo el cuerpo en tensión, no le había oído hablar de un modo tan agitado antes. Ni siquiera cuando estuvieron distantes por culpa de su ex.

 

El olor a Hospital era algo que nunca le había gustado. Cuando su madre empezó a tener que asistir al médico con regularidad, no había nada que detestase más que tener que caminar por aquellos pasillos tan limpios y que apestaban a yodoformo, mientras tenía que ver inevitablemente las caras apesadumbradas de los pacientes que habían perdido toda esperanza.




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