Creo que soy la persona con menos suerte en este mundo. Si me equivoco, pueden comprobarlo en este momento, donde tengo a mi jefe y a sus dos hijos mirándome como maníacos. El estúpido ese me observa con una sonrisa que quiero arrancarle cuanto antes. Estúpido. Suspiro mientras trato de no verme nerviosa. Trío de locos.
—¿Se conocen? —la voz de mi jefe, mejor conocido como el imponente Eric Russell, resuena entre las paredes del espacioso despacho.
—Claro, padre —se adelanta a decir el imbécil ese. Mis ojos lo miran fijamente, lanzándole dagas, rogando que cierre esa estúpida boca.
—¿Ah, sí? —inquiere de manera curiosa mientras nos observa—. ¿Se puede saber de dónde?
El bastardo que tiene por hijo sonríe, y yo debo tener una expresión de horror ahora mismo. Quiero contestarle que no. Que al loco que tiene por hijo, y que debería estar detenido por incumplir la ley, no lo conozco para nada. Además, si mi trabajo no estuviera en juego, también agregaría que mi jefe es un entrometido por querer saber más de lo necesario.
—Padre, la señorita frente a nosotros es mi novia —mis ojos automáticamente se abren de par en par.
¿Escuché bien lo que dijo? No. Creo que no me limpié bien los oídos esta mañana al bañarme, porque estoy segura de que acabo de oír cualquier cosa menos algo lógico.
—¿Novios? —la pregunta que suelta su padre debería hacerme reaccionar, pero yo aún estoy paralizada por la inmensa estupidez que acaba de decir el señorito presente.
—¿Que somos novios? —pregunto aturdida, mientras él sonríe divertido.
—Cariño, amor, ya no tenemos que mentir, ya no hay que ocultarnos. La verdad es que, desde que mi padre me habló de ti, siempre me llamaste la atención. Ahora no hay impedimento para nuestro amor. No debemos fingir más tener una relación secreta.
Deberían darle un premio al mejor idiota del año. Estoy segura de que ganaría una fortuna.
—¡Usted y yo no somos nada! —espeto furiosa, pero él solo sonríe con arrogancia.
—Amor, ya no discutas más —su tono relajado hace que mi mal humor crezca de manera sorprendente. Quiero matarlo por idiota.
—Amor nada, yo a usted lo vengo a conocer hoy.
El señor Russell y el otro hijo, con cara de amargura y funeral, nos observan divertidos. ¿Qué diablos les pasa a estos hombres?
Creo que estoy a punto de arrancarme el cabello del enojo que el maldito rubio con aires de Ken me está provocando. Estoy al borde de un colapso nervioso por la cantidad de palabras obscenas que quieren escaparse de mis labios.
—Pero qué aburrida eres, Ariadna —me replica mientras bosteza de forma falsa.
—Aburrido va a ser cuando te corte las…
Mis palabras se ven interrumpidas por la estúpida de mi otra jefa, la señora Roberta. Esa mujer sí que es una amargada. Se la pasa reclamando todo el día, fastidiando y quejándose. Como si el mundo tuviera la culpa de que su esposo le ponga los cuernos con otra.
—Siempre tan maleducada, señorita Monroe —arqueo una ceja.
Algo por lo que siempre he mantenido mi empleo es por hacer feliz a mi jefe con uno de mis comentarios fuera de lugar.
—Disculpe mi atrevimiento, pero es usted la que entró sin permiso y escuchaba conversaciones ajenas. La maleducada aquí es otra.
Ven, a eso me refiero con mis comentarios fuera de lugar.
Ninguna de mis compañeras tendría el valor o la capacidad de estupidez para correr el riesgo de ser despedidas como yo. Pongo mi mejor cara de angelito y una falsa e hipócrita sonrisa se forma en mis labios mientras los Russell se ríen por lo bajo y de forma muy discreta.
—Siempre con algo que decir. Ya verá cuando se le despida por no callar —dice Roberta antes de salir de la oficina enojada, sin siquiera mencionar para qué había venido. Supongo que solo quería recordarnos su presencia, como si alguien pudiera olvidarla. Esa mujer es una sádica cuando se trata de hacer sufrir a los empleados.
—Yo me retiro, señor Russell —anuncio entre dientes mientras camino hacia la puerta.
—Pero nuera, ¿por qué te vas tan pronto? —Mi cara debe de estar ardiendo del enfado provocado por las palabras burlonas de mi jefe.
—No soy su nuera, señor Russell —cruzo los brazos, molesta, y él se mantiene serio.
—Mi hijo lo acaba de confirmar, no tienes por qué negarlo. Además, yo no crié un hijo mentiroso.
Quiero acercarme y abrazar su cuello con mis manos... fuerte... muy fuerte... hasta que no pueda respirar.
—Es cierto, cuñada, únete a la celebración —Ahora es el otro hijo del señor Russell quien habla.
—¿Tú quién eres? —pregunto molesta.
—Christian Russell, cuñada. Estoy seguro de que mi hermano ya te habló de mí, ya que planean casarse.
Me atraganto con mi propia saliva al escuchar sus palabras. Comienzo a toser de manera descontrolada mientras los miro a cada uno de ellos, con sus malditos cabellos rubios, de forma incrédula.
Todos los Russell estallan en carcajadas, dejándome a mí con cara de: ¿Qué mierda? Pero es entonces cuando caigo en cuenta de que se están burlando de mí. Al parecer, todos sabían del jueguito que el idiota ese tenía conmigo.
—Lo siento, Ariadna, pero el juego de Oto era muy divertido. Tenías que ver tu cara —habla más tranquilo el señor Russell.
—Inmaduros —murmuro bajito, para que nadie me escuche.
—Mucho gusto, señorita chistes malos. Mi nombre es Oto Russell, nuevo dueño y jefe suyo durante largos meses —se presenta él, dejándome congelada en mi lugar.
¿Nuevo jefe? Debe de estar jugando otra vez. Miro al señor Russell con cara de querer respuestas.
—Estaré tomando unas vacaciones con mi esposa y, durante el tiempo que esté fuera de la empresa, mi hijo Oto estará a cargo. Christian se encargará de mi otra empresa. Necesito que lo ayudes en todo lo que necesite. Eres la persona en quien más confío para una misión como esta.
Literalmente, me deja sin palabras. En todos los años que llevo conociendo al señor Russell, nunca lo había visto hablar de una manera tan dulce. Él es amable conmigo a veces, pero nunca así.
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Editado: 24.01.2025