Me encuentro tan impactada que seguramente tengo la boca abierta de la impresión y los ojos tan redondos como huevos fritos. Pero es que, de todos los lugares en el mundo, el último en el que pensé encontrarme al rubio Ken es aquí. ¡Aquí, en el bar! Nunca, en los cuatro años que llevo como bailarina de este club, había visto a este hombre, ni siquiera por casualidad, y justo ahora que lo conozco y él me conoce, aparece de la nada.
No puedo creer que mi suerte sea tan mala. Maldigo el segundo en que ese imbécil se cruzó en mi camino. Con tantos malditos bares en la ciudad, justamente tuvo que pisar este con su actitud de mierda arrogante.
No puedo creer que, después de todo lo que he pasado, me hayan descubierto. Como sabía que no se vería bien en mi currículum, siempre he mantenido un perfil bajo, porque sé que el señor Russell no frecuenta lugares como estos. Soy quien le organiza el horario todos los días; sé perfectamente con quiénes se rodea. Y, cuando creo que puedo conocer a alguien que podría ponerme en riesgo, simplemente me maquillo más de lo normal o me quedo oculta, evitando salir al escenario. Javier, mi jefe, me ha ayudado muchísimo. A veces, claro, no tengo más opción que salir, pero siempre he sido cuidadosa.
Sé que, si el señor Russell descubre que soy bailarina, mi salario estará jodido, porque el despido será lo único que recibiré.
Reacciono mirando de forma molesta al niño bonito.
¡Estúpido! ¿Por qué tuvo que venir justamente hoy a molestar mi hermosa paz?
Él me observa en silencio, con una sonrisa digna de una película de terror. Sé que me despedirá, porque, vamos, ¿quién en su sano juicio dejaría que una stripper trabajara de día en su empresa y de noche bailara? La respuesta es sencilla: nadie.
A menos que sea un santo enviado para ayudar a mujeres locas como yo, cosa que dudo mucho. Así que el despido es lo más cercano que veo en mi futuro.
—¿Me vas a ignorar? —pregunta mientras yo sigo repartiendo bebidas, ignorándolo completamente.
Hago como si no fuera conmigo. Si no lo veo, me puedo seguir creyendo la idea de que este hombre no me arruinará la vida por la que tanto me he esforzado.
—Angelito del infierno —ruedo los ojos porque, definitivamente, hoy no es mi día. El hombre que me observa junto al hijo de mi jefe es un imbécil de primera.
¿Acaso el perfume que compré era para atraer a todos los imbéciles detrás de mí?
—¿Qué pides? —pregunto, esperando a que se digne a hablar en lugar de mirarme los senos como un depravado sexual. Aunque, si soy honesta, empiezo a pensar que lo es.
—Dame un whisky —responde. Me doy vuelta para buscar su bebida, completamente consciente de que sus ojos no están en mi espalda, sino fijamente en mi trasero.
—Parecer desesperado nunca te ha hecho ver sexy —comento mientras le entrego su trago.
—Siempre tienes algo que decir, bonita —Arthur sonríe, llevando el vaso a sus labios.
—Siguiente —lo hago a un lado para atender a más personas. La barra está abarrotada de clientes desesperados por beber.
El ser humano y su amor al alcohol... Míralos, como si esto fuera una feria donde regalan dinero, todo por emborracharse.
—Tengo una secretaria muy sexy —el grito de Oto me hace apretar los labios. Cuando lo miro, noto la sonrisa pícara en su rostro.
Oto, Orto, este idiota me tiene harta. Mira qué bonito, casi me sale una rima perfecta.
—Lástima que el jefe sea un idiota —comento, logrando que su sonrisa se esfume.
—Qué amargada estás —murmura, dando un trago a su bebida.
Lo miro detenidamente y luego a su vaso. Una idea algo descabellada empieza a formarse en mi mente, pero si funciona, podría conservar mi empleo.
—Se acabó mi turno —anuncio, dejándolo con la palabra en la boca.
*********
—¡Estás loca! —grita mi otro jefe mientras camina de un lado a otro sin quitarme los ojos de encima. Su reacción está justificada por la locura que acabo de decir, pero antes muerta que darle la razón.
—Por favor, Javier —pongo mis manos juntas en modo de súplica. Supongo que la expresión en mi rostro es lo que hace que él detenga su andar frenético.
—¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? —inquiere, quedando justo frente a mí.
—Lo sé, pero es lo único que se me ocurre. Este trabajo me da un buen sueldo, y sabes que lo necesito porque tengo un niño de ocho años que requiere cosas de la escuela, el hospital, y un sinfín de cosas que solo se resuelven con dinero —le digo con un tono derrotado.
—¿Pero drogar a un cliente? —pregunta, negando con la cabeza—. ¿Te estás escuchando? —sus ojos me observan, aún incrédulos. Javier es un hombre que sigue la ley, aunque a veces hace la vista gorda con ciertas cosas que pasan aquí.
—Lo siento, olvida todo, mejor me voy —camino hacia la puerta, cabizbaja, dando el aire perfecto de una mujer desamparada. Sé que este hombre tiene buen corazón, y no voy a dudar en usar mis dotes de actuación ahora mismo.
—Espera —dice finalmente. Una sonrisa triunfadora asoma en mis labios.
—¿Puedo? —pregunto con aparente temor en la voz, aunque en verdad necesito su aprobación.
—Todo queda bajo tu responsabilidad. No me hago cargo de nada de lo que pase y, si ese hombre vuelve aquí, te lanzaré a la soga de inmediato —me advierte, y yo pongo mi mejor cara de ángel.
—Muchas gracias —respondo con una sonrisa feliz.
—Entonces vete y haz lo que tengas que hacer —sugiere, y yo no pierdo tiempo en obedecer. Salgo del despacho con una sonrisa de desquiciada. No voy a dejar que este Ken de fantasía me arruine los planes.
—¿Qué te dijo? —la voz de Julia me sobresalta, haciéndome pegar un pequeño salto.
—Que no estaba preparada para casi morir de un paro cardíaco —respondo, aunque su expresión de exasperación me indica que deje el sarcasmo y hable en serio.
—Entonces...
—Dijo que sí, pero que todo queda bajo mi responsabilidad —ella asiente, contenta.
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Editado: 21.02.2025