—Claro que tengo que ir a trabajar hoy —le comento a Julia mientras le doy un bocado a mi comida.
—Pero sabes que Oto estará rondando el bar, ¿cierto?
Suelto un suspiro y dejo el tenedor sobre el plato.
—Lo sé, pero no puedo dejar de ir al trabajo.
Miro a mi alrededor. La cafetería está abarrotada de gente; ya no cabe un alma. El bullicio de conversaciones y el tintineo de los cubiertos contra la loza crean un fondo sonoro caótico, pero de algún modo acogedor.
No puedo permitirme el lujo de faltar, aunque Oto Russell sea una auténtica pesadilla. Este trabajo fue mi salvación cuando más lo necesitaba. Gracias a él saqué adelante a mi hermano después de que mi madre y mi abuelo fallecieron.
A veces me pregunto cómo habría sido mi vida si no me hubiese dedicado exclusivamente a cuidar de mi pequeño hermano. ¿Habría viajado? ¿Habría estudiado otra cosa? Pero lo cierto es que lo amo demasiado como para imaginar un futuro en el que no haya hecho todo por él.
—¿Y cómo te va en el trabajo con el señor Russell? —pregunta Julia, con una burla evidente en la voz.
La miro de reojo antes de soltar la verdad sin filtros:
—Tengo unas ganas horribles de partirle la madre al aborto mal nacido de Oto.
Julia suelta una carcajada escandalosa.
—¿Aborto mal nacido? —replica entre risas, contagiándome al punto de que también termino riendo—. ¡Ay, Ariadna! A veces dices cosas tan extrañas que me planteo seriamente si deberías estar en un psiquiátrico.
—Estoy más cuerda que tú —contraataco, guiñándole un ojo antes de darle un sorbo a mi jugo.
Un vistazo al reloj me arranca un suspiro resignado.
—Creo que es hora de volver al trabajo.
Me levanto, recojo la basura y la dejo en su lugar. Salgo de la cafetería con la vaga esperanza de que Oto no esté en la oficina I/todavía. Pero, claro, no tengo tanta suerte.
Camino distraída hasta mi estación y me dejo caer en la silla, esperando mentalmente la tortura de otro turno... hasta que algo inesperado ocurre.
Todo sucede en cámara lenta. Apenas mi trasero toca la silla, esta cede por completo y caigo estrepitosamente al suelo.
—¡Joder, mi espalda! —gimo de dolor y frustración.
Las carcajadas estallan a mi alrededor sin la más mínima preocupación por si me rompí algo. Tan buenos compañeros, ¿eh?
Miles de pensamientos asesinos cruzan mi mente mientras busco con la mirada al culpable de semejante broma. ¿Quién fue el maldito o la maldita que rompió mi silla? Porque juro que lo voy a...
—¿Qué haces ahí tirada?
Levanto la vista lentamente y me encuentro con Oto Russell. Su sonrisa arrogante me da la respuesta que estoy buscando.
—El suelo estaba triste y vine a darle un abrazo —gruño, molesta.
Él suelta una risita burlona y niega con la cabeza.
—¿Acaso no utilizó las escaleras y su peso la llevó a romper la silla?
La risa generalizada de mis compañeros se intensifica. Claro, porque mi jefe está disfrutando cada segundo de esto.
Pongo los ojos en blanco y ni siquiera me molesto en decirle lo maldito que es. Simplemente trato de calmar la maldita necesidad que tengo de golpearlo.
—¿Tan maleducado es que ni siquiera piensa ayudarme a levantarme? —pregunto, contraatacando.
—No soy maleducado, solo que no me nace ayudarte —responde con toda la tranquilidad del mundo mientras se limpia una pajita invisible de su impecable traje.
Miro el techo, rogando paciencia.
—¿No tiene trabajo que hacer? —inquiero, molesta.
—Es mi empresa. Además, eso no debería importarte —su tono despreocupado me hace gruñir una vez más mientras me levanto del suelo por mi cuenta.
"Te pondrás vieja de tanto gruñir," pienso con amargura.
Le dedico una sonrisa falsa, igual de falsa que el trasero que me hacía con almohadas cuando era niña. Respiro hondo y marco el número de mi amigo Nick para que me traiga una nueva silla. Mientras espero, noto que todos murmuran, cuchicheando con entusiasmo sobre la "amiguita" del jefecito.
No tarda en aparecer. La veo cruzar la oficina con pasos seguros, como si el mundo le perteneciera. Es despampanante, de esas mujeres que parecen salidas de una portada de revista. Su pelo oscuro y sus ojos azules llaman la atención de inmediato, pero su sonrisa... Dios, su sonrisa es tan grande y fingida que me provoca escalofríos.
Y ahí está, en toda su gloria: la maldita que me robó mi lugar de estacionamiento esta mañana.
"El suyo es más lujoso y caro. El tuyo es una carcacha."
Ruedo los ojos con fastidio cuando se acerca a Oto y le planta un beso sonoro en la mejilla. Su mano se posa con familiaridad en su hombro, acariciándolo de forma casi teatral.
—Es bueno verte, Lizzy —dice él con una sonrisa.
—Sabes que eres mi debilidad y necesitaba verte —ronronea ella, pegándose un poco más.
Miro a mi alrededor y, sí, como era de esperarse, los hombres de la oficina están devorándola con la mirada. Mientras tanto, yo sigo preocupada por mi trasero, que sigue doliendo a más no poder.
—Ariadna.
Levanto la cabeza y descubro que todos me están mirando.
—¿Sí, señor? —respondo con fingida inocencia.
—Reserva una mesa en el restaurante más caro para dos. Quiero un lugar apartado, con privacidad. Que sea para esta noche —ordena, lanzando una rápida mirada a su amiguita, que parece de lo más complacida.
Un ‘gracias’ no lo mataría, jefecito.
—¿Algo más? —pregunto mientras anoto la reserva.
—Sí, que dejes de holgazanear y te pongas a trabajar —¡Hijo de tu madre!—. Estaré fuera, y cuando regrese quiero ver todo listo y que hayas avanzado con lo referente al aniversario —dice antes de girarse y caminar hacia el ascensor.
Justo antes de irse, Míster Sonrisa Falsa me lanza una última mirada y me guiña un ojo.
"Será hijo de... "
Respiro hondo y, cuando Nick llega con la silla nueva, le agradezco con una sonrisa genuina. Me siento y doy unas vueltas, complacida porque, a pesar de todo, ha conseguido una mejor que la anterior.
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Editado: 21.02.2025