¿En serio tengo tan buena suerte? Esto debe ser una jodida broma. Este es justo el momento en que alguien aparece con una cámara y dice:
"Tu vida es una mierda que puede entretener a otros, por eso te grabamos".
Tiene que ser una broma.
—Pueden pasar —la voz de Christian se escucha fuerte y varonil. Christian, el hermano de Oto y el hijo de mi querido jefe, que está de vacaciones. De verdad, mi suerte es una porquería.
Camino hacia el interior de la casa con la cabeza agachada; no quiero que me vea. Dios, la que se me armaría. Entramos en la gran mansión, y me doy el lujo de observarla detalladamente. Sin duda, aquí lo que sobran son objetos caros que adornan el lugar. Varios chicos están sentados bebiendo y riendo; mis ojos captan inmediatamente la postura relajada de Oto. ¿Qué puede ser mejor? Suspiro mientras las chicas corren rápidamente a saludarlos. Yo, sin embargo, me acerco al reproductor de música para buscar la canción con la que voy a bailar.
El dulce y excitante sonido de Arctic Monkeys con Do I Wanna Know? comienza a sonar. Me gano las miradas de todos y llamo a las chicas para movernos al ritmo sensual de la canción.
Deslizo las manos por mi cuerpo mientras bajo lentamente el trasero, regalando una vista sensual. Quedo en forma de sentadillas, luego me inclino como un perrito y me levanto, moviéndome de manera provocadora, coqueteando con el pecado. Camino hacia uno de los chicos, que resulta ser Tyler. Me muevo delante de él y me siento en su regazo para susurrarle algo.
—Cualquier cosa, cúbreme —murmuro.
Él me mira sorprendido, como si apenas cayera en cuenta de quién soy. Asiente despacio, y yo sigo con mi "trabajo".
Cuando llego a Christian, trago seco. Me muevo suavemente, dejo caer la cabeza sobre su hombro y sigo el ritmo con mi cuerpo. El último es Oto. Me siento en sus piernas y hago lo mismo, pero él me agarra de la cintura y se mueve al compás de mis movimientos.
—Te me haces demasiado conocida —murmura en mi oído.
Mi corazón late tan rápido que temo que lo escuche. Su voz es baja y peligrosa, como si supiera exactamente quién soy, a pesar de que mi rostro está irreconocible por el arte del maquillaje.
Me encojo de hombros y camino fuera del lugar cuando la canción termina. Busco mi teléfono y marco a mi jefe.
—Necesito que mandes a alguien a recogerme, urgente —digo apenas descuelga el teléfono.
—¿Por qué? —pregunta extrañado.
—La fiesta es de mi maldito jefe —contesto rápidamente, tratando de no chillar por la histeria que siento en este momento.
Un silencio, que me parece eterno, se instala al otro lado de la línea.
—¿Qué? —pregunta nuevamente. Con mi mano libre acaricio mi nuca, tratando de calmarme y no mandarlo a la mierda.
Ese vocabulario no es de señoritas.
—¿No te lavaste bien los malditos oídos? Hazme desaparecer rápido de este lugar —contesto con los dientes apretados.
—Pasarán en un rato por ti.
Cierro los ojos, intentando calmarme.
—¿Huyendo de mí? —me sobresalto cuando la voz de Oto se escucha cerca.
—No tendría por qué —contesto con un toque de francés en mi voz para confundirlo.
—Oh, ¿eres francesa? —murmura mirándome directamente. Agradezco al cielo la oscuridad de la noche.
—Oui —musito bajito.
¡Aleluya! Gracias a todos los dioses de las ricas hamburguesas que hice un curso de idiomas y aprendí francés, a pesar de odiarlo. Por primera vez me funciona haberlo aprendido, y me siento jodidamente inteligente burlándome de mi maldito jefe esclavizante.
Casi tengo ganas de grabar este momento y luego restregárselo en la cara. El cabello rubio de Ken está completamente despeinado, con las puntas lanzadas en diferentes direcciones.
—Bailas muy bien —se acerca a mí, y mi corazón se disloca de los nervios—. ¿Cuánto tengo que pagar por una noche contigo?
Mis ojos se abren de par en par ante la sorpresa de sus palabras.
¿De verdad cree que somos prostitutas? Me separo, enojada e indignada. ¿Quién se cree este sujeto? Mi cara debe estar roja de furia. No porque él haya tenido la suerte de nacer con dinero y privilegios tiene derecho a insultar este empleo. Mis manos se convierten en puños, y agradezco que uno de los chicos de mi jefe haya venido.
—Ser stripper no implica ser una maldita prostituta ni tampoco que usted tenga derecho a lanzarme este tipo de propuestas. ¡Espero que se vaya a la mierda! —grito en francés antes de correr hasta el interior del coche, sonriendo feliz.
Doy pequeños saltos en el asiento, como si haber insultado de tal manera a mi jefe fuera lo más maravilloso del planeta. El chico que conduce el auto me mira como si estuviera loca, pero estoy tan feliz que ni siquiera me dan ganas de soltarle una de las mías. Cómo desearía haberle dicho todo eso sin peluca ni en francés.
¡Ay! Aunque eso no quita ni un poco la alegría que siento de haberlo mandado a la mierda. Una gran carcajada me atrapa, y el chico del asiento delantero me mira frunciendo el ceño. Me encojo de hombros y me relajo en el asiento.
Desde la distancia visualizo lentamente el bar; está repleto de personas. Al parecer, las chicas están trabajando estupendamente.
El chico de antes solo me observa mientras caminamos en silencio al interior, donde mi jefe me espera con los brazos cruzados. Veo en sus ojos que está malhumorado.
Yo soy la que casi es descubierta, ¡y él es quien se enoja!
Tengo ganas de gritarle lo diva que es cuando toma ese comportamiento; es casi una burla para mí. Respiro hondo y trato de controlar mi genio.
—Te podías haber quedado —murmura cuando mi cuerpo queda frente al suyo—. ¿Sabes que no pagarán igual?
Suspiro, con ganas de mandarlo a coger, pero me muerdo los labios para evitarlo.
—Mi noche tampoco ha sido perfecta, así que deja de recriminarme —gruño molesta mientras me cruzo de brazos—. No tienes ni la mínima maldita idea de lo jodido que se iba a poner todo si ellos hubiesen descubierto quién era. ¡Me odian, joder! Y creo que me harían la vida imposible; lo de ahora sería un juego de niños.
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Editado: 21.02.2025