La stripper del jefe

Capítulo 9

Sus ojos azules no han cambiado en absoluto, y su tez morena lo hace ver aún más guapo. Mi cuerpo se petrifica en su lugar. Ver a mi ex, al que me dejó cuando más lo necesitaba, al que huyó como un cobarde, al que me abandonó por otra mujer, es un golpe que no esperaba.

Reacciono antes de que se dé cuenta de que soy yo y me arruine la vida. Camino junto a Julia, quien ya ha notado lo que sucede y percibe todos los pensamientos dolorosos que se arremolinan en mi mente. Mi corazón late con fuerza mientras me torturo recordando la carta que me envió.

Cuando subimos al auto, dejo que Julia conduzca. Estoy demasiado abrumada por lo que acabo de ver. Ni siquiera fui capaz de mirarlo por más tiempo. ¿Qué hace él aquí? Esa pregunta se instala en mi mente y se repite una y otra vez.

Han pasado años, pero la espina sigue clavada en mi pecho. El tiempo no ha borrado la traición de Marcos. O tal vez es solo que lo amé tanto, que le entregué mi confianza creyendo ciegamente que nunca me abandonaría. Pero lo hizo, justo cuando más lo necesitaba.

Él era todo lo que quería cuando era joven. Y desde que me dejó de esa manera tan abrupta, nunca volví a interesarme en otro hombre. Me rompió. Me destrozó la forma en que me dejó, la manera en la que cada día me mentía mirándome a los ojos, diciéndome que me amaba, que yo era la mujer de su vida, cuando en realidad no me quería. Cuando en realidad amaba a otra que no era yo.

Me doy cuenta de que hemos llegado. Bajo del auto en silencio y camino lentamente hacia la casa. Estoy sumergida en las palabras, promesas y juramentos de aquel traidor. Pueden llamarme rencorosa, pero después de su abandono, confiar en alguien más se volvió casi imposible.

—No vale la pena, Ari —la voz de Julia me hace mirarla.

Sus ojos reflejan absoluta preocupación. Finjo una sonrisa para tranquilizarla, aunque me siento demasiado abrumada por todo lo que estoy sintiendo en este preciso momento.

—Eso no quita que me moleste —murmuro distraída.

—No le des tantas vueltas a ese asunto. Descansa, que mañana el día estará pesado —asiento con la cabeza, un tanto distraída, y camino hacia las escaleras.

—Descansa —murmura desde su lugar.

—Descansa, Julia, y gracias —respondo antes de subir y encerrarme en mi habitación, con mil pensamientos atormentando mi mente.

*********

Llego a la empresa y todo es un caos. Mis compañeros van de un lado a otro, y la verdad, no comprendo qué demonios está pasando. Me encojo de hombros y me dirijo al piso correspondiente. Los teléfonos suenan sin cesar, la mayoría habla mientras escribe, y en todos mis años trabajando aquí, jamás había visto tanto alboroto.

Es la primera vez que veo a mis compañeros de trabajo tan apurados, como si caminaran sobre fuego. Siempre he podido dar fe de la organización impecable que reina en esta empresa, de lo meticulosos que son con cada asunto, pero hoy es como si hubiera entrado en una dimensión paralela. Todos corren, los teléfonos chillan como si fueran a explotar, y yo estoy en medio de todo sin entender absolutamente nada.

—Tyler —lo llamo en cuanto lo veo. Se nota estresado. Camina hacia mí con la tensión reflejada en su rostro; hasta su sonrisa es un intento flojo y sin mucha esperanza.

—Pero mira quién llegó temprano… mi hermosa diablilla —saluda, besando mi mejilla—. Creo que es la segunda vez esta semana que logras llegar a tiempo.

Le dedico una mala mirada y ruedo los ojos.

Siempre he sido una mujer puntual, no sé de dónde estoy sacando el mal hábito de llegar tarde a la empresa, y más aún cuando ando sobre la cuerda floja. Pero, aunque salga con tiempo, siempre ocurre algo que me retrasa unos minutos.

—Soy puntual, deja de difamar mi nombre —él ríe con diversión. —¿Qué? —pregunto cuando noto que me observa en silencio durante un rato. Es bastante incómodo.

—¿Tuviste algo que ver con el escándalo de Oto? —inquiere, y lo miro confundida.

—¿Qué escándalo? —pregunto mientras termino de sentarme. Acomodo mis pertenencias y reviso que todo esté en orden en mi escritorio.

—Dicen cosas sobre Oto… —Tyler me mira con esa expresión que deja claro que ya me ha descubierto. Me conoce demasiado bien y su sonrisa lo confirma.

—¿No se ha aparecido el jefecito hoy? —pregunto con calma.

—No hay rastro de él, y los paparazis tienen todo el lugar invadido. ¿Acaso no los viste? —pregunta Tyler.

Como mi lugar de estacionamiento está cerca del área de chatarra, entré por esa puerta hoy para evitar el largo recorrido hasta la entrada principal.

—No... ¿Por qué paparazis? —pregunto mientras enciendo la computadora sobre mi escritorio.

—El escándalo de que Oto es gay, niña. ¿En qué planeta andas?

Estoy tan distraída con todo lo de Marcos que se me olvidó por completo que hoy iba a ser un día estupendo.

Cuando la realidad me golpea, tengo que reprimir una sonrisa, porque había olvidado por completo lo que dije sobre Oto a la prensa. Supongo que mi jefe no la debe estar pasando nada bien con tantos reporteros sobre su cuello, tratando de indagar en su privacidad.

Bueno, que se joda por ser tan maldito con todos.

Una carcajada sale de mis labios mientras me río como una foca retrasada, golpeando todo a mi paso. Tyler me mira con temor, pero no puedo parar. En este momento cualquiera pensaría que estoy teniendo un ataque epiléptico.

Mi sonrisa desaparece cuando el jefecito entra acompañado de la chica de las noticias. Trago seco y trato de actuar normal.

Mamacita de las tabletas, despídete de tu empleo, linda.

—Buenos días, señor Russell —saludo, como de costumbre, sin recibir respuesta.

Creo que su novio lo dejó.

Reprimo una sonrisa y me mantengo en silencio, seria. Toda clase de chistes bizarros pasan por mi cabeza al ver a Oto, y me pregunto si estoy tan loca como para dejar que alguno escape de mis labios. Pero aprecio mi salario, así que me ordeno mantener la boca bien cerrada.




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