Estoy sentada, pensando en los acontecimientos recientes y tratando de idear un plan para evitar que Oto Russell me despida. No sé cómo mantener la calma ni resistirme a la tentación de joderle la vida, tal como él me la jode a mí.
—¡Monroe! —Justo cuando creía que mi jefecito me daría un respiro, me sorprende.
Aunque, para ser sincera, él nunca me sorprende para bien. Bien podría hacerlo aumentándome el sueldo o dándome unas merecidas vacaciones con todo incluido.
—¿Sí, señor? —le regalo una sonrisa hipócrita.
—Christian se va, lárguese con él.
La orden llega y casi puedo sentir el deseo de tomarlo del cuello y apretarlo con mucho amor y ternura… hasta que se quede sin oxígeno y muera.
Usted lárguese lejos y háganos el favor de no volver jamás.
Suspiro derrotada porque, claro, no puedo decirle todo lo que realmente pienso.
—Con su permiso, señor.
Veo a Christian salir embobado con la periodista y sonrío. Entramos al ascensor en silencio.
—Christian —lo llamo, logrando que me mire.
—¿Qué? —pregunta con el mismo tonito autoritario de su hermano.
—Límpiate, tienes baba por todos lados.
Él se toca la cara y, al notar que solo quiero fastidiarlo, frunce el ceño.
—¿No tienes nada mejor que hacer?
Muchas cosas, pero si hago lo que quiero, el jefecito seguro me despide. Ese gilipollas.
—¿Se te olvida que tengo que estar contigo todo el día? —pregunto rodando los ojos.
A pesar de que estoy hablando con el hermano del jefe, Christian tiene un aire mucho más accesible. Quizá por eso me atrevo a tomarle el pelo de una forma que jamás me permitiría con Oto Russell.
—Eres tan insoportable que mi hermanito te manda lejos cuando tiene la oportunidad —se burla riendo a carcajadas.
La verdad es que los genes Russell son una cosa tremenda. Los dos hermanos se parecen demasiado, y apenas encuentro diferencias entre ellos.
—Y a ti te detesta tanto que me manda contigo —contraataco con una sonrisa triunfante al ver cómo su cara cambia.
—Solo cállate —masculla, con tono de niño que acaba de perder una pelea.
Ni tenía ganas de hablar.
Bajamos y corro hacia mi auto. Paso frente a mi antiguo estacionamiento y mi humor empeora al ver un coche rojo y precioso ocupando MI lugar.
Eso sí es un coche que vale la pena.
Ya viene mi conciencia a joderme la existencia.
Me apresuro hasta mi auto, aunque llamarlo "hermoso" es una exageración… más bien, un consuelo.
Hermoso solo en tus sueños, linda.
Ruedo los ojos y miro cómo Christian sale del estacionamiento. Lo sigo mientras enciendo la música, y Super Bass de Nicki Minaj empieza a sonar. Mi cuerpo se mueve con alegría al ritmo de la canción, disfrutando este pequeño instante de libertad sin tener que escuchar los ladridos disfrazados de órdenes de Oto Russell.
Por un momento, puedo respirar sin que su espíritu maligno me joda el día.
Llegamos a un lugar sencillo (algo raro en los Russell). Apenas entramos, veo a varias modelos posando frente a las cámaras. Christian, por supuesto, se distrae mirando las curvas de una chica en bikini.
Ruedo los ojos mientras busco al incompetente de Matt, ese mismo que hizo que Oto me mandara con "señor insoportable".
Tú y tus nombres.
Ambos caminamos hacia la oficina del enano indeseable llamado Matt y, como es costumbre en los hermanitos Russell, Christian entra sin llamar.
Matt está sentado atendiendo una llamada, pero en cuanto sus ojos se posan en mi acompañante, noto el miedo en su rostro. Es un hombre bajito, de cabello teñido de verde y ojos negros. Debe rondar los cincuenta y tantos, pero cree que la juventud le durará para siempre.
—Quiero saber, ¿por qué la sesión de fotos fue un desastre? —pregunta Christian, ganándose una mirada temerosa de Matt. El pobre parece que se hace pis del miedo.
—Jefecito lindo… —enarco una ceja. ¿Jefecito lindo?
Llevo una mano a mis labios para contener la carcajada. Esto se pone cada vez mejor. No puedo evitar querer reír al ver la cara de pena que tiene el pobre hombre, pero al menos puedo relajarme. Esta vez no soy yo la que tiene que aguantar el "amor" que reparten estos hermanos.
—Dame respuestas, Matt —dice Christian mientras camina hasta un sillón. Yo solo lo sigo en silencio.
—No me mandaron el presupuesto correcto —murmura, tratando de justificarse. Hasta yo huelo la mentira desde aquí.
—Eso es mentira, yo misma envié el cheque —respondo, sin poder evitarlo.
Matt me lanza una mirada asesina.
—Nadie te dijo que te metieras, niña maleducada —escupe con fastidio.
—Al menos no soy un enano con cabeza verde —respondo, sonriendo triunfante al ver cómo jadea, escandalizado.
—Pero yo tengo unas lindas pompas, y las tuyas parecen tablas —dice con malicia—. Estás plana allá atrás.
Me llevo una mano al pecho, fingiendo dramatismo.
—Tengo unas buenas nalgas, además de que mi hermoso cuerpo parece de modelo —le saco la lengua de forma burlona.
Dios, ¿acaso volví al colegio?
—Esa mentira ni tu abuela te la cree —se ríe, con la maldad brillando en sus ojos.
—Pero a ti nadie te quiere porque estás bien feo —respondo, molesta.
—Tengo una larga fila de chicas —comenta, con una sonrisa satisfecha.
—Sí, una larga fila… pero huyendo de ti —me río de mis propias palabras.
—Tú eres una m…
—¡Suficiente! —grita Christian, haciéndonos sobresaltar a ambos—. Parecen críos, joder. Son adultos y esto es un ambiente profesional.
Nos quedamos en silencio, intimidados por la amenaza.
—"Jefecito lindo, mandé el presupuesto correcto" —digo, imitando la voz de Matt, quien me fulmina con la mirada.
—¿Eso es verdad, Matt? —pregunta Christian, mirándonos fijamente.
Matt baja la cabeza.
—Pues… la verdad es que perdí el presupuesto para sacar mejores fotografías —confiesa, de repente, con una actuación más dramática que la mía hace unos minutos—. Sabía que si se lo decía a Oto, me mandaría a Alaska con tal de no volver a verme la cara.
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Editado: 21.02.2025