La teoría de Sandy

CAPÌTULO 1 - LA TEORÍA DEL BIG BANG

«La Teoría del Big Bang, literalmente, gran estallido, constituye el momento en que de la "nada" emerge toda materia, es decir, el origen del Universo». 

 

Esa fue la mejor descripción que pudo encontrar Sandy, quien tenía una inusual pasión por las ciencias y un total desinterés en el amor, para describir lo que sintió el día que Samuel entró por primera vez al salón de clases, porque fue en ese momento en que todo comenzó. 

El bullicio en los pasillos de la Escuela preparatoria Julia R. Masterman de Filadelfia, era el normal en esos primeros días de clase, luego del caluroso verano. Muchos volvían de sus vacaciones en el extranjero, mientras que otros habían pasado, quizás, su último año en alguna actividad. Si alguno se detenía a oír las charlas de los estudiantes, casi la mayoría sería sobre romances fugaces, fiestas, viajes o campamentos. 

Sandy había sido monitora de un campamento de verano los últimos cuatro años y, como el próximo ya estaría mudándose a la universidad, ese fue el adiós a una parte de su vida. Disfrutaba mucho de las noches estrelladas en las fogatas nocturnas y hablar a los más jóvenes sobre los cosmos, su pasión, pero, por sobre todo, poder soñar con lo que había en el espacio exterior. 

 Esa mañana parecía de lo más normal, hasta que la profesora les pidió que prestaran atención para presentarles a su nuevo compañero de intercambio. Sandy dibujaba unas estrellas en los bordes de su hoja de cálculo, como cada día, pero lo dejó y levantó la mirada hacia la puerta. El chico era alto y resultaba imposible que no llamara la atención. No le extrañaría que fuera del equipo de básquet de su preparatoria.  

—Chicos, él es Samuel y, estará con nosotros este año como alumno de intercambio —dijo la profesora, apoyando ambas manos en su escritorio. El joven asintió, como si le agradeciera —. Viene de Sídney, Australia —Un murmullo rompió el impoluto silencio que invadió la clase al verlo entrar por la puerta — y, espero que sean amables con él y lo ayuden a adaptarse. 

El chico, cuyos ojos no pudo evitar mirar por más tiempo de lo normal, avanzó hacia el único asiento vacío que había en la clase. Al lado de Gabriel, el primo de Sandy. Éste lo saludó con amabilidad, pero el chico solo esbozó una forzada sonrisa de costado y colocó sus libros sobre la mesa. Parecía ser de los que hablan poco.  

Como la mesa en cuestión estaba a su costado derecho, Sandy no pudo —ni quiso— evitar espiarlo, aunque, luego de ver la mirada perversa de Gabriel, deseó no haberlo hecho de manera tan evidente. Frunció el labio y levantó una ceja. Esa era la señal de que no aprobaba la reacción de alguien, así que su primo nada más sonrió para sí y volvió a atender la clase.  

Nunca antes había sentido sus mejillas arder como lo hacían en ese momento, así que llevó una mano al rostro y las palpó. ¿Sería ese callado y llamativo pelirrojo el que, con su cabello de fuego, le estaba causando estragos? Las cosas empeoraban. Ahora también le sudaban las manos.  

Como había terminado sus ejercicios hacía ya rato, continuó dibujando en los bordes de su hoja. Estaba tan concentrada, pensando en qué clases complementarias tendría el chico nuevo y si coincidirían en alguna otra, que no oyó cuando la profesora la había llamado. Volvió a la realidad cuando sintió una bola de papel golpeando su rostro y las risas que ésta generó en los demás compañeros. 

—Gabriel... —le llamó la atención la profesora. El aludido se encogió de hombros y, descaradamente, fingió que no había sido él. 

Sandy no era de las que demostraba odio, pero la mirada que dedicó a su primo no fue la más amistosa. Esbozó con los labios un «te voy a matar», antes de mirar a la profesora. Oyó una leve risita, pero jamás imaginó que fuese su nuevo compañero. 

—Ni siquiera le preguntaré en qué estaba pensando, señorita Jhonson... —Mencionó la profesora Dellaway, con un tono resignado. No tenía quejas de su alumna, pero le preocupaba que fuese tan diferente a sus demás compañeros. Ella era de las que prefería pasar una noche admirando el firmamento desde el techo de su casa, antes que salir de fiestas como los demás, a quienes tampoco juzgaba por sus preferencias. 

«La diversión es relativa», expresaba cada vez que le decían que debía "divertirse" como los jóvenes de su edad. 

—Perdone, me distraje —se disculpó, avergonzada. No podía entender por qué le importaba lo que su vecino pensara de ella.  

—¿Hiciste los ejercicios? ¿O dibujabas estrellas, nuevamente? —preguntó, suspirando levemente. Se oyó unas risitas en el fondo. Eran las indeseables plásticas que nunca faltan en la vida escolar de alguien, creyendo que, por estar a la moda, tienen el derecho de ver a los demás por sobre los hombros y burlarse por lo más mínimo. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.