La teoría del casi

Capitulo 2

Dante

Nunca pensé que una barra de tragos en una boda pudiera sentirse como un campo de batalla. El mármol frío, las copas alineadas, la luz que cae justo sobre su cara. Lía. Cinco años y todavía recuerdo el lunar cerca de su cuello, de como fruncía el ceño antes de decir algo que dolía más de lo que debía. Y aquí está. En el mismo lugar que siempre usa para desaparecer del ruido. Solo que está vez el ruido soy yo. Pido un whisky más por instinto que por gusto. No vine preparado para esto. Vine a acompañar a su hermana, a cumplir una promesa vieja, a ver gente que ya ni me recuerda. No vine a verla. O al menos eso me repito desde que la vi entrar.

—¿Vas a pedirme que me vaya? —le digo, sabiendo perfectamente que no lo haría.

Ella responde con ese tono filósofo que siempre tuvo, seco, pero con un temblor escondido que me deja sin aire. La escucho hablar y me preguntó en qué momento de volvió tan distinta. O si en realidad siempre fue así y yo era demasiado idiota para darme cuenta. Cuando me pregunta porque me fui sin decir nada, el estómago se me cierra. Es una pregunta vieja, repetida mil veces en mí cabeza y nunca respondidas. Hay cosas que uno hace convencido de que es lo correcto, hasta que el tiempo demuestra que solo estabas escapando. Y si, eso fue lo que hice. Escapar.

Le digo la verdad: que no sabía cómo irme sin hacer daño. Y cuando se ríe, amarga, me doy cuenta que en realidad no sirvió de nada. Nada de lo que hice sirvió de nada. La miro. Tiene los mismos ojos, pero no la misma mirada. Antes me buscaban, ahora me sostienen, me desafían. Y cuando me llama cobarde, solo puedo sentir. Porque lo fui. Porque nunca tuve el valor de quedarme a ver qué pasaba con nosotros. El silencio que sigue me pesa más que cualquier discusión. Quisiera decirle que pensé en ella todos estos años, que en cada ciudad, en cada intento de empezar de nuevo, algo de ella seguia apareciendo. Pero suena demasiado tarde, demasiado absurdo, demasiado poco. Ella de levanta. Su mano roza la mía. Y en ese roce microscópico hay más historia que en todos los años que pasaron.

Podría detenerla. Podría decir algo. Pero me quedo quieto, observando como se aleja entre la gente, como si el aire de moviera con ella. Y pienso que quizás no vine por casualidad. Que tal vez el destino —o lo que sea que nos sigue uniendo— decidió que era hora de volver a verla, no para revivir nada, si no para entender por qué nunca pude soltarla. Apuro el trago. El whisky arde, pero no tanto como su voz diciéndome que fui cobarde. Tal vez lo fui. O tal vez solo necesitaba que me lo recordara para dejar de serlo.

No sé cuánto tiempo me quedo mirando el vaso vacío después de que se levantarse. Un minuto, dos. Tal vez más. El hielo de derrite igual que las excusas que tenía preparadas en la cabeza. Lía siempre tuvo esa forma de irse: sin hacer ruido, pero dejándote con el eco de lo que no dijiste. Y yo, como idiota, sigo ahí, sentado, tratando de encontrar una palabra que sirva para empezar de nuevo. No la hay. Pido otro whisky. El barman me mira con cara de "¿Seguro?", y si, claro que no. Pero igual asentí. Necesito que algo me distraiga de ella, de mí, de todo lo que quedó colgado entre los dos.

La boda sigue viva. Las risas, los brindis, la gente bailando canciones que todos fingen saberse. Yo intento mezclarme, pero mí cuerpo no me sigue. Es como si todo estuviera corriendo y yo me hubiera quedado quiero en el mismo punto de hace cinco años. No debería haber venido. Eso lo supe desde que vi el nombre de su hermana en el mail de invitación. Pero la curiosidad —esa maldita consumbre de no cerrar ciclos— me gano. Y ahora estoy aquí, con un vaso en la mano, mirando como la vida de Lía siguió sin mí.

Recuerdo la última vez que la vi. Ella en el portal del edificio, riéndose de algo que no recuerdo, en el pelo recogido y esa manera tan suya de llenar los dielncios sin decir nada. Yo ya tenía el pasaje en el bolsillo. Y no fui capaz ni de saludarla. Solo mendubjbsl auto y la dejé atrás. Cinco años después, todavía ni entiendo si fue cobardía o miedo a confírmalo todo. Porque el la abrazaba, si me quedaba un minuto más, quizás noble iba nunca.

Alguien me tocó el hombro —el novio—, me dice algo sobre una foto grupal, pero su voz de pierde entre la música. Asiento, finjo sonreír, y cuando me abrí la vista la veo de nuevo. Está en el otro extremo del salón, con un grupo de gente que no conozco, riéndose de algo que no escucho. Y ahí me doy cuenta: que sigo buscándola incluso cuando no quiero hacerlo. Que mí mirada, por consumbre, siempre termina en ella. No sé que esperaba al volver. Tal vez que el tiempo la hubiera borrado. O que me borras a mí.

Pero verla está noche, escuchar su voz, sentirla tan cerca... Fue como abrir una herida que creía cicatrizada. Y aunque no lo admira en voz alta, algo en mí se movió. Algo que prefería mantener quiero. Agarro el saco que deje sobre la silla y salgo del salir. Necesito aire. El ruido adentro de apaga de golpe cuando cierro la puerta. Afuera, el viento huele a flores y a tormentas lejanas. Me pasó las manos por la cara, respiro hondo, y me digo —como si sirviera de algo— que ya está. Que el pasado no tiene lugar en el presente. Pero el problema con Lia es ese: que nunca fue solo pasado.

El aire afuera era distinto. Más liviano, menos saturado de risas y música. Me apoye en una de las columnas del jardín y mire las luces colgantes balancearse con el viento. Todo parecido demasiado perfecto para la cantidad de pensamientos desordenados que tenía en la cabeza. No había planeado quedarme tanto. En teoria solo iba a aparecer, saludar, brindar, fingir que la ausencia de cinco años no dejaba marcar. Pero verla había removido algo que pensé que ya no existía.

El click de unos tacones me sacaron de trance. Gire apenas la cabeza y la vi salir. Camila —la novia—. No con el porte solemne que imaginé que tendría, dinibcin una seneridad elegante, como si no necesitas fingir que todo estaba bajo control.



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En el texto hay: romance, amigos de infancia, humor amor

Editado: 18.11.2025

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