La teoría del casi

capitulo Vl

Dante

Mientras cortaba las verduras, no podía dejar de darle vueltas a lo que Lía había dicho sobre mi… problemita. Cada palabra se reproducía en mi cabeza: el tono de su voz, la curiosidad en sus ojos, la manera en que había bajado la voz… No podía creer que casi me lo describiera en detalle.

—Genial… justo lo que necesitaba —murmuré para mí mismo, intentando concentrarme en la cebolla.

Y entonces, como si el universo quisiera recordarme lo torpe que podía ser, me corté un poco el dedo.

—Ah… perfecto —dije entre dientes, soltando el cuchillo y yendo directo al baño—. Necesito el botiquín.

Mientras revisaba mi dedo y empezaba a curarlo, escuché la voz de Clara detrás de mí.
—Eh… Dante —dijo con un tono casual, pero cargado de insinuación—. Yo podría ayudarte con tu… problemita.

Me tensé de inmediato. Cada músculo se me contrajo y supe al instante que había escuchado todo lo que Lía había dicho antes.

—¿Qué problemita? —pregunté, intentando sonar confundido, como si no supiera de que hablaba, aunque mi corazón se aceleraba.

Clara me señaló con la mirada, acercándose un poco, con una sonrisa juguetona.
—Ese que tienes ahí abajo por las noches —dijo bajando apenas el tono, divertida—. Puedo ayudarte a que no te pase nunca más.

Me quedé paralizado unos segundos, sintiendo cómo la incomodidad me subía por todo el cuerpo.
—¡Estás loca! —exclamé, retrocediendo de inmediato y apartándola con cuidado—. No, no… nada de eso.

Clara no se movió. Al contrario, dio un paso más hacia mí, y antes de que pudiera reaccionar, su mano rozó mi brazo con un gesto que intentaba ser casual, pero que era todo menos eso.

—Dante… —susurró con esa sonrisa que siempre tenía algo de traviesa—. Yo podría ayudarte de verdad.

Mi cuerpo se tensó de inmediato. Retrocedí un paso, poniendo mi brazo entre ella y yo como barrera.
—¡Aléjate! —dije con voz firme, tratando de mantener el control—. Estás loca.

Pero Clara no retrocedió; se inclinó un poco más, con esa seguridad que irritaba y asustaba a la vez. Estaba demasiado cerca. Cada segundo que pasaba me hacía sentir que todo se estaba saliendo de control.

Justo en ese instante, escuché la voz de Lía desde la cocina, llamándome:
—¡Dante!

Fue como un salvavidas. Aproveché la distracción, agarré el botiquín que tenía a mi lado y, sin mirar atrás, salí corriendo hacia la cocina. Mis mejillas estaban pálidas, el corazón me latía a mil, y cada paso me hacía sentir más consciente de lo absurdo de la situación. Llegué a la cocina casi corriendo, con el botiquín en la mano, todavía pálido y con las manos temblorosas. Lía me miró de inmediato, su voz llena de preocupación:
—Dante… ¿qué te pasa? —empezó a preguntar, pero no la dejé terminar.

—Nada —respondí, rápido, interrumpiéndola—. No es nada.

Intenté aplicarme el desinfectante en el dedo, pero mis manos temblaban demasiado. Cada intento de abrir la gasa o apretar el botiquín terminaba en un pequeño desastre. Suspiré frustrado, intentando calmarme.

—Déjame ayudarte —dijo Lía, acercándose y tomando suavemente mi mano—.

Mientras ella me curaba el corte, no pude evitar que notara lo pálido que estaba y lo tembloroso de mis movimientos. Sus ojos se clavaron en los míos, llenos de preguntas que no se atrevió a decir en voz alta.

—Dante… —insistió con voz más suave, pero firme—. ¿Qué te pasó?

—Nada... nada, solo la impresión de la sangre me da cosa eso...

Lía me miro con el ceño un poco fruncido, tratando de recordar en que vida me dio miedo la sangre. Me quedé callado. No dije nada. Mis manos seguían temblando, mi respiración era un poco más rápida de lo normal, y todo lo que podía pensar era en cómo había escapado de Clara, cómo había evitado un desastre, y cómo ahora no podía simplemente explicarlo. Lía me miraba, preocupada y frustrada, mientras terminaba de curar el corte, pero entendí que la curiosidad en sus ojos iba a crecer hasta que yo le contara algo. Y por ahora… no estaba listo. Terminamos de cocinar y servimos la comida. El aroma llenaba la cocina, pero mi mente estaba dispersa; no podía dejar de sentir cierta incomodidad con la cercanía de Clara y sus miradas que, aunque sutiles, parecían calcular cada reacción mía. Mientras comíamos, Lía y Clara hablaban de cosas de ellas, riéndose y comentando anécdotas. Yo trataba de concentrarme en la comida, pero cada cierto tiempo sentía que Clara me lanzaba una mirada y un gesto que hacía que mi estómago se encogiera. Me movía un poco en la silla, inconscientemente evitando que sus ojos se posaran demasiado tiempo en mí. Terminé de comer rápido, intentando poner fin a la incomodidad sin parecer grosero. Dejé el tenedor en el plato y respiré hondo.

—Lía… —empecé, bajando la voz—. ¿Puedo ir a tu habitación a dormir un poco? No quiero interrumpirlas mientras esta Clara aquí.

Lía me miró con una mezcla de sorpresa y comprensión.
—Sí, claro —dijo, casi sonriendo—. Está bien.

Asentí, recogí mi plato y me levanté. Caminé hacia su habitación con pasos tranquilos, pero con el corazón aún acelerado. Cerré la puerta detrás de mí y me dejé caer sobre la cama, todavía un poco tenso por todo lo que había pasado ese día. Pronto, el día se convirtió en noche, y yo me quedé ahí, pensando en todo lo que había ocurrido, en lo cerca que había estado de perder el control y en lo mucho que me costaba enfrentar ciertas cosas frente a Lía y Clara. Afuera, el silencio llenaba la casa. Pude escuchar cómo Clara se levantaba, murmuraba algo y se alejaba hacia la sala, dejándonos finalmente solos. Al cabo de unos minutos, la puerta se abrió suavemente y Lía entró, con dos tazas de té humeante en las manos. Se acercó y me entregó una, sentándose al borde de la cama. Su mirada era cálida, preocupada.

—Dante… —empezó, con voz suave—. ¿Qué pasó hoy mientras cocinábamos?



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En el texto hay: romance, amigos de infancia, humor amor

Editado: 18.11.2025

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