La teoría del casi

capitulo V lll

Dante

Sentí algo tibio en el aire, el aroma a comida recién hecha, y una voz que me sacó de ese sueño espeso donde todo parecía más liviano.

—Dante —susurró Lía, tocándome el hombro—. Despierta. Ya está el almuerzo.

Abrí los ojos despacio, con la luz colándose entre las cortinas. Por un segundo, no supe dónde estaba. Hasta que vi el borde de su escritorio, los libros apilados, y recordé: seguía en su habitación.

—¿Qué hora es? —pregunté, con la voz todavía rasposa.

—Pasadas las dos —respondió, sonriendo apenas—. Dormiste medio día entero.

Me incorporé torpemente, pasándome la mano por el cabello. Ella seguía ahí, parada junto a la puerta, con los brazos cruzados, esperándome. El aroma de algo con salsa inundaba el pasillo.

—Vamos, antes de que se enfríe —dijo, dándome la espalda para irse.

Me quedé un momento sentado, mirando el lugar que ella acababa de dejar. No sé por qué, pero me dolía un poco tener que levantarme, salir de ese cuarto que ya se sentía como algo más que un refugio temporal. Me vestí rápido y la seguí a la cocina. Ella ya estaba sirviendo los platos.

—Hice pasta —comentó, sin mirarme—. No sabía si te gustaba con salsa o sin, así que improvisé.

—Con salsa está bien —respondí, tomando asiento.

El silencio se apoderó del lugar. Solo el sonido de los cubiertos llenaba el aire. Yo masticaba despacio, pero no probaba realmente la comida. Tenía la cabeza en otra parte.
La conversación con Lía anoche. Clara. Su cara cuando me acorraló en el baño.
Todo eso me daba vueltas como una espina atascada. Lía me miró de reojo.
—¿Estás bien?

—Sí. —Mentí, sin pensarlo—. Solo estaba pensando en buscar trabajo.

—¿Trabajo? —repitió, algo sorprendida.

Asentí.
—Sí. Quiero volver a enfocarme. Quizá en alguna clínica, lo básico que estudié. Retomar, especializarme. No puedo seguir dando vueltas.

Ella lo pensó unos segundos y sonrió, leve.
—Eso suena bien. Te haría bien tener algo que te saque de la cabeza todo lo demás.

—Sí… —murmuré, bajando la mirada al plato—. Eso mismo.

El resto del almuerzo pasó en silencio. Ella hablaba de cosas pequeñas —del gimnasio, de su amiga, del clima— pero yo apenas escuchaba.
Solo podía pensar en cómo, a pesar de todo, seguía sintiéndome más tranquilo bajo ese techo. Como si haber vuelto, de alguna forma, fuera lo único que todavía me hacía sentido. Después del almuerzo, nos quedamos un rato en la mesa. Lía empezó a levantar los platos, pero yo me ofrecí a ayudar. No dijo que no, así que ahí estábamos los dos, lado a lado, secando vasos y cubiertos como si eso fuera lo más natural del mundo. El silencio ya no pesaba tanto. Había algo distinto, una calma tibia que me hacía quedarme ahí, observando el movimiento de sus manos, el cabello cayéndole sobre el rostro. Cuando terminamos, se sentó en una de las sillas y me hizo un gesto para que me sentara también.

—Entonces —dijo con tono curioso, apoyando los codos en la mesa—, ¿vas a buscar trabajo en serio?

—Sí —respondí—. Quiero volver a moverme, ¿sabes? Estuve demasiado quieto, y no solo físicamente.

—¿En qué pensabas trabajar? —preguntó, arqueando una ceja, esa mirada suya que parece atravesarte para ver si realmente lo dices en serio.

—Bueno… —me encogí de hombros—. No terminé la especialización, pero tengo los estudios básicos de medicina. Podría entrar a trabajar en una clínica o en alguna guardia como auxiliar, mientras me inscribo para continuar.

Lía asintió despacio, pensativa.
—Tiene sentido. Pero te van a pedir entrevistas, currículum, referencias… ¿Tenés todo eso al día?

—Más o menos. —Solté una risa leve—. Creo que olvidé cómo se hacía un currículum.

—Entonces déjame ayudarte —dijo enseguida, con esa determinación que no da espacio a negarse—. En mi antiguo trabajo me tocó entrevistar gente, más de una vez. Te puedo hacer unas preguntas básicas, así ves si estás preparado.

La miré, sonriendo sin poder evitarlo.
—¿Entrevista de práctica?

—Exacto —respondió, y se acomodó en la silla con una seriedad que casi me dio risa—. Bien, señor… ¿Dante, ¿verdad? Cuénteme, ¿por qué quiere trabajar con nosotros?

Me incliné hacia adelante, fingiendo formalidad.
—Porque me gusta ayudar a la gente —dije, casi sincero—. Y necesito dinero para pagar el alquiler.

Lía se rio, rodando los ojos.
—No, así no, tonto. Hay que sonar convincente. Intenta otra vez, pero con algo de pasión.

—Está bien, jefa —bromeé, y lo intenté de nuevo—. Quiero trabajar en un entorno donde pueda aplicar lo que aprendí, seguir creciendo profesionalmente y mantenerme cerca del ámbito médico, mientras me preparo para especializarme.

—Mucho mejor —dijo con una sonrisa aprobadora—. Suena confiado, pero no arrogante.

Seguimos un rato más, entre risas y preguntas serias, jugando a la entrevista como si fuera un juego de mesa.
Ella se ponía cada vez más meticulosa, haciendo gestos con las manos, corrigiendo mi postura o la forma en que contestaba.

Y yo la miraba, intentando no pensar en lo bien que se sentía tenerla así, tan cerca, tan concentrada en mí.

Cuando terminamos, ella suspiró, satisfecha.
—No estás tan oxidado como decías. Si te preparas un poco, vas a conseguir algo pronto.

—Gracias, Lía —dije, sincero—. En serio.

—No me agradezcas todavía. —Sonrió, apoyando la mejilla en su mano—. Agradeceme cuando consigas el trabajo.

Me reí, pero en el fondo algo se movió dentro mío.
Era raro… esa mezcla de admiración, cariño y calma.
Y mientras ella hablaba de planes y entrevistas, yo solo pensaba en lo afortunado que era de poder compartir esa tarde con alguien que, sin darse cuenta, me estaba enseñando a volver a empezar.

Cuando terminamos con el simulacro de entrevista, el sol ya empezaba a caer detrás de los edificios.
La luz anaranjada se filtraba por la ventana, pintando la mesa con tonos cálidos. Lía se había quedado mirando mis papeles, distraída, mientras jugaba con el borde de una hoja.



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En el texto hay: romance, amigos de infancia, humor amor

Editado: 18.11.2025

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