La teoría del casi

capitulo lX

Lía

Al principio pensé que era una coincidencia.
Una mañana abrí la puerta y había un ramo de flores apoyado contra el marco, tan torcido como si alguien lo hubiese dejado a las apuradas. No traía nombre, solo una pequeña nota: "Para los días grises. No te olvides de sonreír." No necesitaba firma. La letra era inconfundible. Esa mezcla de garabatos apurados y líneas torcidas que solo Dante podía llamar “su caligrafía”. Sonreí sin querer, aunque el pecho me dolió un poco. Desde que se mudó, no nos habíamos visto. Nos hablábamos, sí, pero cada vez menos. Las guardias lo consumían, y yo no quería interrumpirlo cuando por fin descansaba. Sin embargo, él seguía encontrando la forma de hacerse presente. Flores un lunes, una cajita con galletas un jueves, una carta doblada dentro del buzón otro día. Nada grandioso. Pero cada detalle llevaba su huella:
el intento torpe de que pareciera “anónimo”, el aroma del café impregnado en el papel, el tono entre tierno y burlón de sus frases.

"No te olvides de comer algo que no sea trabajo."
"Hoy me acordé de tu risa, y fue suficiente."
"Prometo no quemar más té. Bueno, casi."

Cada carta era un pedacito de él, y yo… yo las guardaba todas. En una cajita de madera que había dejado sobre la mesa, al lado de una planta que él mismo me ayudó a elegir. Era ridículo, lo sabía. Como si tenerlas ahí me acercara un poco más a él, como si cada palabra escrita a mano pudiera llenar el espacio que su ausencia dejaba. A veces, me quedaba mirándolas sin abrir la última, solo para imaginar su voz leyéndolas en voz alta. Y otras noches, me preguntaba si él sabía cuánto dolía eso:
sentirlo tan cerca, pero no tenerlo. Sabía que era Dante. Sabía que lo hacía con cariño, tal vez sin pretender nada. Pero algo dentro de mí empezaba a moverse distinto, como si las flores, las cartas, las pequeñas cosas, no fueran solo gestos de amistad. Como si en cada nota hubiera algo más, algo que él todavía no decía… y que yo, aunque me moría de ganas, aún no me atrevía a nombrar.

El timbre sonó justo cuando estaba por salir. Al principio pensé que sería otro pedido o, quién sabe, otra carta “anónima” más. Pero cuando abrí la puerta, me quedé quieta. Ahí estaba él.
Dante.
Con un ramo de flores en una mano —medio desarmadas, pero hermosas— y una bolsa blanca en la otra, de la que escapaba un leve olor a sushi. Su bata colgaba del brazo, el cabello despeinado, las ojeras marcadas… y esa sonrisa torpe que me desarmaba cada vez.

—Hola —dijo, con una voz suave, casi tímida—. Te traje flores… y comida.
—¿Comida? —arqueé una ceja, mirando la bolsa.
—Sushi. Prometo que no lo cociné yo —agregó enseguida, sonriendo con esa mezcla de vergüenza y encanto que le salía tan natural.

Lo miré unos segundos antes de poder responder.
—¿Se te perdió algo? —pregunté, cruzándome de brazos—. O vienes a confesar que eres mi admirador secreto.

Dante soltó una risa nerviosa.
—¿Qué? No… ¿quién… te dijo eso?

—Nadie. Pero conozco tu letra, Dante. Y tu gusto por las flores feas.

—¡Eh! No eran feas, eran… naturales. —Sonrió, rascándose la nuca—. Y tampoco era tan secreto, ¿no?

Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír.
—Sabías que iba a darme cuenta.

—Sí —admitió, bajando un poco la voz—. Pero igual quise hacerlo.

El silencio se deslizó entre nosotros, tibio y suave.
Podía sentir el olor a hospital todavía pegado a su ropa, mezclado con el perfume de las flores y el aroma del arroz recién hecho.

—¿Vas a dejarme pasar o vas a hacer que el sushi se enfríe? —bromeó, levantando la bolsa.

—Está bien, pasa. Pero si te lo comés todo solo, te echo.

Entró, y se acomodó en el sofa mientras yo iba a buscar los palillos.
Cuando volví, él observaba el pequeño caos del lugar: la planta casi muerta, las cartas apiladas sobre la mesa, un suéter suyo que nunca le devolví.

—Así que las guardaste —murmuró, mirando las cartas.
—No sé de qué hablás. —Mentí fatal.

Él sonrió, esa sonrisa ladeada que usa cuando ya me tiene descubierta.
—Sabía que lo harías.

Me senté frente a él. El sushi quedó entre los dos, pero ninguno se apuraba en comer.
Había algo en el aire… distinto. Un silencio cómodo, pero lleno de cosas no dichas.

—¿Por qué estas aqui, Dante? —pregunté al fin, con voz más baja.

Él respiró hondo, como si buscara las palabras.
—Porque te extrañaba.
—Nos vimos hace una semana.
—Lo sé. Pero igual te extrañaba. —Sonrió apenas, y su sinceridad me golpeó en el pecho.

No supe qué decir. Solo lo miré. Y sentí cómo algo dentro mío se movía, despacio, sin ruido.
La certeza. Esa sensación tan callada y tan obvia de que ya no era solo mi amigo, ni el chico que dormía en el sillón o me acompañaba al supermercado. Era Dante. El mismo de antes, pero distinto. El que había vuelto. Y el que, sin que yo pudiera evitarlo, empezaba a quedarse. El sushi ya estaba abierto sobre la mesa. Dante había insistido en prepararlo “como en un restaurante”, con los palillos puestos prolijamente y la salsa de soja servida en un pequeño cuenco que había encontrado en algún rincón olvidado de mi cocina.
Lo miraba mientras hacía todo eso, concentrado, con ese aire entre serio y torpe que lo hacía parecer casi… adorable.

—¿Sabés que tienes aspecto de chef frustrado? —le dije, rompiendo el silencio.

—Frustrado puede ser, pero chef no tanto —respondió con una sonrisa que le llegó hasta los ojos—. Si viviera contigo, seguro aprendería.

Lo miré de reojo, alzando una ceja.
—¿Cómo dijiste?

—Nada —dijo enseguida, alzando las manos como si se rindiera—. Solo decía… que si alguien me cocinara así todos los días, tal vez dejaría de vivir a base de café y comida de hospital.

Reí, aunque dentro de mí algo se movió, algo cálido y confuso. Era extraño… últimamente Dante hablaba con un tono diferente, con esas frases que sonaban simples, pero que dejaban una estela detrás. No eran exactamente coqueteos… pero tampoco eran inocentes. Eran como notas sueltas de algo que todavía no se animaba a tocar. Estábamos riéndonos de eso cuando mi celular vibró sobre la mesa.
Miré la pantalla: era el grupo familiar. Suspiré. Desde hacía meses casi no hablábamos más que por mensajes breves.
Abrí el chat y leí:



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En el texto hay: romance, amigos de infancia, humor amor

Editado: 18.11.2025

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