La teoría del casi

capitulo Xl

Lía

El invierno había llegado sin avisar, cubriendo la ciudad con ese aire frío que se metía por las rendijas y hacía que todo pareciera más lento, más callado. Había pasado tiempo desde lo de Simón. Semanas… meses, tal vez. Lo suficiente para que el dolor ya no ardiera, sino que pesara. Como una piedra tibia en el pecho, que no dolía, pero tampoco se iba. Dante y yo habíamos vuelto a nuestra rutina, o al menos a una versión nueva de ella. Ya no nos veíamos todos los días —su residencia en el hospital lo absorbía casi por completo—, pero cuando lo hacíamos… no era igual que antes. Había algo distinto. Algo en la manera en que me miraba cuando creía que yo no lo veía, en cómo me buscaba con la voz más suave, o en la forma en que su cansancio se disolvía apenas cruzábamos palabras. Yo también lo sentía. Era ese calor extraño que me recorría cuando me hablaba de sus guardias, cuando lo veía rendido pero aún con esa vocación encendida en los ojos. O cuando me sonreía con ese gesto torcido, medio avergonzado, que usaba para esconder que me estaba mirando demasiado. Afuera, el invierno seguía envolviendo la ciudad, pero dentro de casa, el aire era otro. Las visitas de Dante se habían vuelto más largas, más naturales. A veces llegaba con la excusa de traerme café, o de pedirme que lo ayudara a repasar casos. Otras veces simplemente se dejaba caer en el sofá, con su chaqueta aún puesta, y me decía:
—Solo quiero estar un rato aqui.

Y yo lo dejaba. Porque en el fondo, también quería eso: tenerlo cerca, sin necesidad de explicar nada. A veces cocinábamos juntos, a veces solo hablábamos. Pero entre risas, silencios y miradas que duraban más de lo debido, algo crecía. Algo que ninguno de los dos nombraba, pero que se sentía en cada respiración compartida. Había noches en las que me quedaba pensando en él.
En cómo había cambiado, en cómo lo había visto reconstruirse poco a poco. Y sin darme cuenta, pensaba en nosotros… no como amigos, no como “hermanos del pasado”. Sino como dos personas que habían atravesado demasiadas cosas juntas como para seguir mintiéndose. Lo que me asustaba no era sentirlo.
Era admitirlo. Porque una parte de mí todavía recordaba lo que era perderlo, y no sabía si podría soportarlo otra vez. Pero cuando lo veía entrar por la puerta, con sus manos heladas y esa sonrisa cansada que solo usaba conmigo… todo miedo se deshacía un poco. Y yo solo pensaba que tal vez —solo tal vez—, este invierno podía traer algo más que frío. Podía traer un comienzo. Esa noche fue una de esas en las que el viento golpeaba las ventanas con fuerza, y el ruido del calefactor era lo único que llenaba el silencio del departamento. Yo estaba en la cocina, preparando té, cuando escuché los tres golpes suaves en la puerta. Siempre los mismos: dos cortos y uno más largo.
Dante.

Lo abrí sin preguntar, y ahí estaba, con las mejillas rojas por el frío y el cabello revuelto. Llevaba su bata doblada bajo el brazo y una bolsa de pan en la otra mano.

—Te traje medialunas —dijo con una sonrisa ladeada—. No sé si son frescas, pero el olor es sospechosamente bueno.
—Eso dice todo —le respondí, sonriendo sin poder evitarlo.

Se dejó caer en el sillón, dejando el abrigo a un costado, y suspiró hondo. Esa clase de suspiro que solo da quien ha estado aguantando demasiado. Yo lo observé un momento, sin decir nada, mientras preparaba dos tazas y le acercaba una.

—Guardia pesada otra vez —murmuró, con la mirada perdida en el vapor del té—. A veces siento que el hospital me traga entero.

—Y aun así seguís ahí —le dije con suavidad, sentándome a su lado—.
—Porque si no lo hago yo, ¿quién? —respondió, encogiéndose de hombros, pero con un dejo de ternura cansada en los ojos—. Aunque... a veces pienso que me haría bien dejarme caer, solo un poco.

Lo miré. No al médico, no al profesional que siempre tenía respuestas. Lo miré a él, al hombre que estaba agotado, que había visto morir, que había perdido un pequeño pedazo de sí en cada paciente que no podía salvar. Y sin pensarlo, le tomé la mano. Fue un gesto simple, pero lo cambió todo. Él se quedó quieto. Su respiración se detuvo un instante. Luego, lentamente, entrelazó sus dedos con los míos. El silencio se volvió cálido, distinto.

—Lía... —susurró, sin soltarme—. A veces me pregunto si me estoy metiendo donde no debería.
—¿Por qué? —le pregunté, aun sabiendo la respuesta.
—Porque te miro y… no me sale mirar a nadie más.

Mis labios se curvaron, pero no respondí. No podía. No todavía. No porque no sintiera lo mismo, sino porque era demasiado. Era Dante. El mismo que había cuidado a Simón con ternura, el mismo que se quebró sin dejar que nadie lo viera, el mismo que me enseñó que incluso en el dolor podía existir algo hermoso. Apoyó su cabeza en mi hombro, y por un instante, el tiempo pareció detenerse. El invierno seguía afuera, pero ahí, en esa sala pequeña y cálida, solo existíamos nosotros. Me di cuenta de que todo lo que había intentado esconder —la ternura, el cariño, la necesidad de tenerlo cerca— ya no se podía disfrazar de amistad. Y mientras su respiración se acompasaba con la mía, supe que algo había cambiado para siempre.
El comienzo inevitable de algo que ambos habíamos estado evitando nombrar. Nos quedamos así un rato, en el sofá, con la luz tenue del calefactor pintando sombras suaves en las paredes. Dante seguía apoyado en mi hombro, y por un momento, juré que podía escuchar el ritmo cansado pero constante de su corazón.

—Deberías dormir un poco —murmuré.
—Solo si tú también —contestó, sin moverse.

No tuve fuerzas para negarme. Lo ayudé a levantarse y, entre risas bajas, nos fuimos a la habitación. Él se dejó caer en un lado de la cama, y yo me metí entre las mantas, buscando el calor que el invierno le robaba al aire. No pasó mucho hasta que el sueño nos envolvió. No sé cuánto tiempo dormimos, pero algo me despertó. Un silencio distinto. Me incorporé apenas y miré hacia la ventana: los vidrios brillaban con un resplandor blanco, casi mágico. Me levanté despacio y corrí la cortina.
Estaba nevando.



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En el texto hay: romance, amigos de infancia, humor amor

Editado: 18.11.2025

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