La teoría del casi

capitulo Xlll

Lía

El reloj del comedor marcaba las tres y cuarto de la madrugada. La taza de té frente a mí estaba completamente fría, igual que mis manos. Habían pasado horas desde el último mensaje de Dante, y aunque me repetía que todo estaba bien, no podía evitar mirar el celular cada pocos minutos, esperando ver su nombre en la pantalla. La televisión seguía encendida, pero el sonido era apenas un murmullo lejano. Tenía la mirada fija en la puerta, como si en cualquier momento él fuera a aparecer, cansado pero sonriendo. No supe en qué momento me venció el sueño. Lo último que recuerdo fue apoyar la cabeza en la mesa y pensar que solo cerraría los ojos un momento… Cuando desperté, todo era distinto. El aire estaba más tibio, la habitación en penumbra. Algo me rodeaba con un calor que no era el de una manta. Sentí un brazo pesado y fuerte alrededor de mi cintura, y un pecho que subía y bajaba lentamente contra mi espalda. Tardé unos segundos en entender. El corazón me dio un salto. Giré apenas el rostro y lo vi. Dante. Dormido, con el cabello desordenado, la mandíbula relajada y esa expresión tranquila que pocas veces mostraba. Llevaba aún parte del uniforme, la camiseta blanca manchada y el olor inconfundible a desinfectante mezclado con algo más suyo, cálido, familiar. Tragué saliva, sin atreverme a moverme.
¿Cómo había llegado hasta aquí?
¿A qué hora entró?
¿Me levantó mientras dormía y me trajo a la cama sin que me diera cuenta?

La idea me hizo sonreír sin querer. Intenté recordar si había sentido algo, si había escuchado la puerta, pero nada. Solo ese vacío entre el sueño y la realidad que ahora se llenaba con su presencia. Lo observé un rato. Tenía las ojeras marcadas, la respiración profunda, y cada tanto su ceño se fruncía levemente, como si aún siguiera en guardia incluso dormido. Con cuidado, aparté un mechón de su frente.
—No deberías estar acá todavía… —murmuré, casi sin voz.

Él no respondió, claro, pero su brazo me apretó un poco más, como si su cuerpo, incluso dormido, me reconociera. Y ahí me quedé, inmóvil, escuchando su respiración acompasada, sintiendo el peso de su mano sobre mí, entre la incredulidad y la ternura. Había esperado toda la noche sin saber si volvería, y ahora estaba ahí, tan real, tan cerca, que me costaba creerlo. Por primera vez en muchas horas, me dejé relajar. Cerré los ojos despacio, con el corazón todavía acelerado, y pensé que, tal vez, esta era su forma de decirme que estaba bien. No sabía cuánto tiempo pasé así, con los ojos cerrados y el corazón golpeando fuerte. Podía sentir su respiración en mi cuello, cálida, constante. Una parte de mí quería girarse, verlo mejor, comprobar que realmente estaba ahí, que no era un sueño; pero otra temía que si me movía, todo desaparecería. El silencio de la casa se sentía distinto ahora. Ya no era el silencio vacío de la espera, sino uno tranquilo, lleno de su presencia. Escuché cómo exhalaba despacio, como si por fin su cuerpo le hubiera permitido descansar después de una eternidad sin pausa. Me giré con cuidado, solo un poco, lo justo para mirarlo. Dante estaba profundamente dormido. Tenía el ceño relajado y los labios entreabiertos. En la penumbra, la luz del amanecer que se filtraba por las cortinas le daba un tono dorado a la piel. Se veía tan sereno que me costaba imaginarlo en medio del caos que me había descrito por mensajes. Mis dedos se movieron solos, casi sin pensar, y rozaron la manga de su camiseta. Sentí el tejido áspero, el calor que aún emanaba de él. Bajé la mirada y noté que su mano seguía en mi cintura, grande, firme, como si necesitara asegurarse de que yo estuviera ahí.

“¿En qué momento hiciste todo esto?”, pensé, con una mezcla de ternura y desconcierto.
¿Había llegado tan tarde que no quiso despertarme? ¿Me levantó de la silla, cansado como debía estar, solo para acostarme y quedarse a mi lado?

Imaginé la escena: la puerta abriéndose en silencio, su paso lento para no hacer ruido, su mirada deteniéndose en mí, dormida sobre la mesa… y después, ese gesto tan suyo de hacer lo que cree correcto sin decir una palabra. Una sonrisa suave se me escapó.
—Eres terco —susurré.

Dante se movió apenas, un suspiro, una reacción mínima, pero suficiente para que mi corazón se acelerara otra vez. Tenía que obligarme a no pensar demasiado, a no dejar que las ideas se escaparan hacia donde no debían. Pero era imposible no sentir algo cuando lo tenía tan cerca, cuando su cuerpo ocupaba casi todo el espacio y el mío parecía encajar justo ahí, como si siempre hubiera pertenecido a ese lugar. Me quedé mirándolo un rato más, sintiendo que el cansancio que llevaba encima empezaba a desvanecerse. Había pasado toda la noche preocupada, imaginando lo peor, y ahora, con él al lado, todo parecía más leve. Apoyé la frente en su pecho, respiré hondo, y me prometí no despertarlo. Podía esperar. Podía dejarlo dormir un poco más. Después, cuando abriera los ojos, le pediría que me contara todo… y, tal vez, solo tal vez, le diría cuánto me había asustado esperarlo. Por ahora, solo me quedé ahí, escuchando los latidos que se mezclaban con los míos, sintiendo que, al fin, la noche había terminado. El sonido suave de la lluvia contra la ventana fue lo primero que escuché cuando volví a abrir los ojos. La luz ya era más clara, gris y tranquila, de esas mañanas que parecen pedir silencio. Me moví apenas, despacio, y sentí cómo el brazo de Dante se aflojaba, como si su cuerpo empezara también a despertarse. Su respiración cambió, un poco más profunda, y luego lo escuché murmurar algo ininteligible, una mezcla entre suspiro y palabra. Me giré despacio para mirarlo. Sus ojos seguían cerrados, pero su ceño se fruncía levemente, como si el sueño empezara a cederle lugar a la conciencia.

—¿Dante? —dije en voz baja.

Él tardó unos segundos en reaccionar. Abrió los ojos apenas, parpadeando como quien no entiende del todo dónde está. Y cuando al fin su mirada se cruzó con la mía, sonrió, cansado, suave, con esa media sonrisa que siempre lograba desarmarme.



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En el texto hay: romance, amigos de infancia, humor amor

Editado: 18.11.2025

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