Lía
No podía dejar de mirarme en el espejo, con la mano apoyada sobre mi vientre, todavía con los ojos brillosos de la emoción de la ecografía. No podía creer lo grande que era nuestro bebé. Cada movimiento, cada curva de mi barriga me recordaba lo fuerte que estaba creciendo, y un escalofrío de asombro mezclado con ternura me recorrió. Cuando llegaron mis amigas, no tardaron en soltar exclamaciones de sorpresa:
—¡Lía! ¡Pero mirá esa barriga! —dijo una, acercándose con los ojos abiertos como platos—. No puedo creer que solo tengas cuatro meses, ¡te va a doler un montón!
Otra se inclinó un poco para mirarme de lado y agregó, con una risita:
—Y eso que todavía no llegamos a la mitad del embarazo… con lo alto y grandote que es Dante, ¿te imaginás todo lo que empuja hacia arriba y los costados? ¡Vas a sentirlo en todos lados!
Me reí, un poco nerviosa, mientras las abrazaba a todas y sentía la calidez de su entusiasmo mezclado con mi propia emoción.
—Lo sé… —dije, tocando mi vientre—. Cada vez que se mueve siento que me sorprende, ¡y eso que todavía falta!
Ellas se acercaron, dándome palmadas suaves en la espalda y riendo mientras comentaban sobre cómo mi barriga ya se notaba muchísimo, y yo no podía más que sonreír, asombrada de cómo algo tan pequeño podía hacer que todo mi cuerpo cambiara de manera tan evidente.
—Va a ser un bebé gigante —susurré para mí misma, con una mezcla de orgullo y ternura—. Nuestro pequeño guerrero.
Y mientras las escuchaba bromear sobre lo grande que ya era y las dificultades que eso me podría traer, me sentí rodeada de amor, apoyo y alegría. Nunca me había sentido tan acompañada y, al mismo tiempo, tan sorprendida por la fuerza de la vida que crecía dentro de mí. Mis amigas, al darse cuenta de que no podía salir de casa por el reposo, habían tenido la mejor idea: traérmelo todo a mí. Cuando abrieron las bolsas, mi corazón se llenó de alegría. Habían traído todo lo que me gustaba: frutas frescas, chuches, algún que otro dulce que hacía semanas no comía, y hasta un par de snacks que sabía que me levantaban el ánimo.
—¡Mirá lo que te trajimos! —exclamó una de ellas, acomodando las bolsas sobre la mesa del comedor—. Sabemos que no puedes salir, así que pensamos en traerte un poquito de todo lo que te gusta.
Me senté en el sofá y empecé a sacar cada cosa con cuidado, oliendo y sonriendo ante cada elección.
—No puedo creer que hayan pensado en esto —les dije, emocionada—. ¡Me encanta todo!
Ellas se acomodaron alrededor, riendo y comentando sobre cada cosa que sacaba, y yo no podía más que sentirme agradecida. La combinación de la emoción por nuestro bebé, la sorpresa de lo grande que estaba y la ternura de que mis amigas se preocuparan por mí me hacía sentir inmensamente querida. Mientras probaba un par de chuches, escuchaba sus comentarios y risas, sintiendo cómo la tarde se volvía cálida y ligera, a pesar del reposo. Cada detalle parecía recordarme que, aunque no podía moverme mucho, estaba rodeada de cariño y que no estaba sola en este camino. Cuando escuché la llave en la puerta, supe que Dante había llegado. Me levanté un poco del sofá para recibirlo, todavía con los ojos brillantes de emoción y las manos llenas de chuches y frutas. Al verme, su cara cambió inmediatamente: una mezcla de sorpresa y ternura que me hizo sonreír automáticamente.
—¿Qué es todo esto? —preguntó, mientras dejaba caer su bolso al suelo y se acercaba a mí—. ¿Vinieron tus amigas?
Asentí, un poco emocionada, mostrando todas las bolsas y paquetes que había acomodado sobre la mesa.
—Sí, no podía salir por el reposo, así que vinieron a traerme un poco de todo lo que me gusta. Mirá esto —le dije, señalando un par de chuches y frutas—. ¡Hasta se acordaron de los snacks que me levantan el ánimo!
Dante me abrazó por detrás, apoyando la cabeza sobre mi hombro y respirando profundamente.
—Mirá tú… —susurró, con un tono entre divertido y conmovido—. No solo cuidás de nuestro bebé, sino que también te cuidan a ti… ¿Y te lo merecés, eh?
Le di un pequeño empujón con el hombro, riéndome mientras me giraba un poco en sus brazos. Él se separó lo justo para mirarme a los ojos, sonriendo con esa ternura que siempre me dejaba sin palabras, y luego bajó una mano a mi vientre, acariciándolo suavemente mientras susurraba:
—Hola, mi amor… ¿estás disfrutando de tu festín?
Yo me reí y lo abracé con fuerza, sintiendo que, aunque fuera un día normal, tenerlo ahí, tan cerca y tan atento, hacía que todo se sintiera especial. Más tarde, después de acomodar la comida y reírnos un rato con las amigas por mensaje de voz, fuimos a la cama. Me recosté con cuidado, todavía con la manta cubriéndome, y Dante se acomodó a mi lado. Se tumbó de costado, apoyando la cabeza suavemente sobre mi vientre, y respiré profundamente al sentir su calor y su cercanía. Su mano acariciaba suavemente mi panza mientras susurraba palabras al bebé.
—Hola, pequeño… —susurraba Dante con ternura—. Soy tu papá. Hoy mamá te trajo un montón de cosas ricas, ¿lo sentiste? Espero que te guste todo lo que tenemos preparado para ti.
Sentí que su voz vibraba en mi abdomen, y no pude evitar sonreír mientras él continuaba hablando, contando pequeñas historias, hablando de su día y de lo mucho que nos amaba. Yo pasé mi mano por su cabello, acariciando suavemente su nuca mientras él me abrazaba con cuidado, como si temiera hacerme daño o despertara al bebé. Cada palabra, cada susurro, cada caricia era un recordatorio de lo mucho que nos esperábamos y lo fuerte que ya era nuestro vínculo.
—Vas a ser muy querido —dijo después, apoyando un beso en mi vientre—. Te prometo que vamos a cuidarte siempre, ¿entiendes?
Yo cerré los ojos, disfrutando del momento, escuchando su respiración mezclada con los pequeños movimientos que sentía del bebé, y me sentí tranquila, segura y completamente feliz. Me acomodé un poco mejor y Dante volvió a apoyar la mejilla en mi barriga, suspirando mientras empezaba a contar.