La Tercera Esposa del Árabe

CAPÍTULO 8: Bajo la sombra del aliado

Zayed

Lo vi llegar antes de que siquiera hablara. Rafael Aguilar. Su sola presencia bastaba para alterar cualquier juego en estos salones. Un hombre respetado, con poder real, y sobre todo, con la rara habilidad de inclinar la balanza sin apenas mover un dedo.

Mi primera reacción fue calcular. Cada palabra, cada gesto suyo hacia Ishaen podía convertirse en ventaja… o en amenaza.

Lo observé acercarse a ella con esa sonrisa genuina que no se fabrica, que simplemente existe. No atacaba; no era su estilo. Y, sin embargo, su mera cercanía comenzó a desarmar el cerco que yo había tendido alrededor de ella. Los murmullos cambiaron de tono, las sonrisas se tensaron. Algunos de mis aliados dudaron. Un escudo había aparecido, inesperado, entre ella y los colmillos de las hienas.

No lo había planeado. Eso me irritaba y me divertía a partes iguales.

Decidí moverme. No con prisa, no con ansiedad. El tiempo es la mejor de las armas cuando todos esperan que ataques. Tomé mi copa y avancé entre las sombras de la música, hasta que la distancia se disolvió.

Me acerqué con calma, cuando nuestros ojos se cruzaron, le ofrecí la sonrisa diplomática que tantas veces había desarmado a hombres más peligrosos.

—Don Rafael —saludé, estrechando su mano con firmeza medida—. Siempre es un privilegio coincidir con usted en estos escenarios.

Él devolvió el gesto con naturalidad, la misma seguridad de quien no necesitaba demostrar nada.

—Zayed Al-Karim… sabía que lo encontraría aquí. —Su tono era amistoso, pero su mirada era la de un hombre que mide sin necesidad de mostrar la balanza.

Chocamos ligeramente las copas. La cortesía era inevitable, el respeto mutuo, obligado. Ninguno de los dos podía permitirse un error frente a tantos espectadores.

Entonces, solo después de ese saludo necesario, mis ojos se dirigieron hacia ella. Ishaen. La pieza que me interesaba realmente. Y lo supe: ahora no era solo ella contra el salón, ahora era ella bajo la sombra de Rafael Aguilar. Un factor que no había anticipado… y que volvía la partida aún más interesante.

Me acerqué un paso, y mi voz se deslizó con suavidad, baja, como una amenaza velada que solo ella debía escuchar.

—Parece que todos en este salón quieren medir su temple hoy.

Ella inclinó apenas la cabeza, evaluándome como quien mide el filo de un cuchillo.

—Y parece que algunos esperan demasiado de mí. —Su tono fue ligero, cordial, pero con la tensión precisa para cortar.

Me permití sonreír.

—Algunos piensan que pueden predecir mi juego con solo observar. Otros prefieren aprender de él.

Sus labios se curvaron en una mueca apenas perceptible.

—Entonces espero no decepcionarlo.

Esa determinación en sus ojos… era distinta. No provenía del miedo ni de la arrogancia, sino de una convicción que rara vez había visto en alguien nuevo en este mundo.

Me detuve frente a ella, lo suficientemente cerca como para que cada palabra pesara más que un discurso completo.

—Ah, Ishaen… —pronuncié su nombre como quien coloca una pieza clave sobre el tablero—. Veo que ha aprendido a mover con cuidado. Pero la partida aún no comienza de verdad.

El silencio entre ambos se alargó, hasta que la música de fondo pareció apagarse.

—Entonces muéstreme —respondió, serena— cómo juega un hombre que siempre lleva la ventaja.

Mi sonrisa se amplió, mezcla de diversión y desafío.

—Con gusto. —Hice una pausa, inclinándome apenas hacia ella, con un tono confidencial—. Debe ser agotador mantener siempre esa fachada de control.

—Curioso… —contestó sin titubear— pensé que alguien como usted disfrutaría más cuando los demás dejan caer la máscara.

Un murmullo surgió entre los que nos rodeaban, pero ninguno de los dos se movió. El mundo entero parecía reducido a este duelo silencioso.

—Ah… pero descubrir el carácter de alguien requiere paciencia. —Mi voz se volvió más aguda—. No basta con juegos de salón.

—Entonces supongo que usted tiene mucha —dijo ella, con una calma impecable—. Lo suficiente para esperar que la verdad salga.

—Paciencia y estrategia. —Mis ojos se clavaron en los suyos—. Hay que saber cuándo mover la pieza correcta. Y usted parece disfrutar anticipando a los demás.

Ella dejó escapar una sonrisa ligera.

—No es anticipación. Es supervivencia. Y créame… se aprende rápido.

Disfruté el filo de su respuesta.

—Entonces estamos en el mismo tablero, aunque con reglas distintas.

—Tal vez. —Sus ojos brillaron con ese fuego que me mantenía atento—. Pero recuerde, algunas piezas tienen más de lo que parecen.

Me incliné un poco más, lo justo para que nadie más pudiera escuchar.

—Ni lo intentaré… no mientras siga siendo tan entretenida.

Y entonces, como si el salón entero recuperara de golpe su sonido, las risas y conversaciones volvieron. Nadie entendía lo que había ocurrido, pero todos habían sido testigos de algo.

—Porque esto, Zayed —añadió ella, con un destello en la mirada—, apenas comienza.

Mi sonrisa fue lenta, calculada.

—Debo admitir que ha jugado muy bien. Has movido tus piezas con gracia, y nadie lo ha notado… todavía.

Ella sostuvo mi mirada.

—Algunos aprenden antes que otros que en este tablero no hay atajos.

La tensión, silenciosa pero palpable, anunció que lo mejor de la partida aún estaba por venir.

El murmullo del salón parecía ralentizarse un instante, como si todos los presentes hubieran percibido el cambio sutil en el aire. Rafael, con la naturalidad de quien sabe cómo moverse en estos entornos, se inclinó ligeramente hacia Ishaen.

—¿Se atreve a un baile, señorita Al-Masri? —preguntó, con una sonrisa que no necesitaba palabras para transmitir respeto y admiración.

Ishaen lo miró, evaluando. Su respuesta fue un leve asentimiento, elegante, seguro. Un movimiento que, incluso sin palabras, decía más de lo que cualquier réplica ingeniosa podría expresar.




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