La Tercera Esposa del Árabe

CAPÍTULO 9: Desafío bajo la luna

Zayed

La pista de baile quedaba atrás, y los invitados retomaban sus conversaciones como si nada hubiera pasado. Pero yo no podía deshacerme de la imagen de Ishaen: cada gesto, cada movimiento seguía grabado en mi mente. No era solo la forma en que se movía, sino la seguridad que irradiaba, la manera en que hacía que incluso los ojos más críticos dudaran antes de evaluarla.

Desde mi posición, la observaba interactuar con otros invitados. Sonreía, escuchaba, asentía, pero siempre con ese filo que solo alguien que sabe protegerse puede manejar. Era fascinante ver cómo, incluso rodeada de risas y comentarios calculados, ella permanecía firme, como si nada ni nadie pudiera desestabilizarla.

Rafael seguía cerca, intercambiando algunas palabras con ella, pero no dominaba la escena. Su presencia era un escudo, sí, pero la verdadera fuerza venía de Ishaen misma. Cada vez que alguien intentaba provocarla con un comentario velado o una sonrisa que buscaba intimidar, ella respondía con la precisión de quien entiende las reglas del juego sin necesidad de romperlas.

Me recosté un poco, analizando cada interacción. Cada risa contenida, cada gesto amistoso, cada mirada que ella dirigía… todo era información. Ella estaba jugando, y lo estaba haciendo a la perfección.

Un leve brillo apareció en mis ojos. Esto no era simplemente una prueba para ella; era un desafío para mí también. Cada movimiento suyo me obligaba a reconsiderar mis estrategias, a pensar en cómo acercarme sin revelar demasiado, cómo medir cada palabra, cada gesto, cada sonrisa.

Ishaen no solo había sobrevivido a la primera oleada del salón; había dejado claro que no se quebraría. Y eso, más que cualquier escudo, más que cualquier aliado como Rafael, era lo que hacía que cada pieza de mi tablero necesitara reacomodarse.

Mientras ella seguía interactuando con los demás, yo trazaba cada posible movimiento, cada respuesta, cada consecuencia. La partida apenas comenzaba, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que el juego tenía una jugadora que podía igualarme.

Y yo estaba ansioso por ver cuál sería su siguiente movimiento.

Me levanté con calma, cada movimiento medido, como siempre. Mis pasos no eran apresurados; no había necesidad de ello. Todo el salón parecía seguir girando a su alrededor, pero yo solo podía pensar en ella, en cómo había marcado el ritmo de la noche.

Esperaba encontrarla aún entre los invitados, pero cuando llegué al centro de la sala, ella no estaba, ella se había deslizado como sombra hacia el balcón, dejando a todos atrás.

Mi ceño se frunció apenas, pero una sonrisa silenciosa se dibujó en mis labios. Ishaen… siempre un paso adelante, incluso cuando parece que no hay nadie observando.

El murmullo del salón quedó atrás mientras me dirigía hacia el balcón, consciente de que cada persona que cruzaba mi camino solo reforzaba la idea de que no debía mostrar prisa. Cada paso calculado, cada respiración medida, mientras me acercaba al lugar donde ella se había detenido, apoyada contra la baranda, mirando hacia afuera como si buscara algo que el mundo interior del salón no podía ofrecerle.

—Hermosa vista —dije finalmente, en un tono bajo, dejando que mis palabras flotaran entre nosotros, sin romper la calma—. Pero dudo que se compare con lo que tienes frente a ti adentro.

Ella se giró, y por un instante, su expresión se suavizó, aunque la alerta nunca desapareció de sus ojos. Era una mezcla de sorpresa y diversión contenida, como quien se espera que alguien siga un patrón, pero se encuentra con algo inesperado.

—Parece que alguien me sigue hasta los lugares donde no se supone que debo estar —replicó, con esa chispa de desafío que nunca abandonaba.

—Solo me aseguro de que no te pierdas —respondí, inclinándome apenas hacia la baranda, manteniendo la distancia justa, midiendo cada segundo—. Aunque, debo admitirlo… me gusta verte cuando crees que estás sola.

Ella arqueó una ceja, una sonrisa apenas perceptible curvando sus labios.

—Curioso… pensé que alguien como usted disfrutaba más de las multitudes, del juego de miradas y comentarios. Aquí afuera, en cambio… todo parece más simple, más… sincero.

—La sinceridad —dije—, como en cualquier juego, tiene su valor. Y tú, Ishaen, sabes cómo jugarlo sin revelar demasiado.

Hubo un silencio que no era incómodo, sino cargado de tensión. Cada palabra, cada respiración, parecía acompañada por un entendimiento tácito: el duelo continuaba, solo que ahora en un espacio donde la fachada no importaba tanto.

—Entonces —murmuré, acercándome un paso más, consciente de que el espacio entre nosotros no era solo físico, sino un tablero en sí mismo—, dime… ¿a qué jugamos cuando nadie más nos observa?

Ella me miró directo, y por primera vez, ni un vestigio de juego ni defensa. Solo el brillo desafiante de alguien que sabe que la partida apenas ha comenzado, y que ni siquiera la noche ni los aliados pueden predecir su próximo movimiento.

—A lo que tú quieras —respondió, con calma, como quien lanza un reto silencioso.

Y sonreí para mis adentros. Este balcón, esta vista, esta distancia… todo era parte del tablero. Y ella acababa de mover una pieza que, sin saberlo, acababa de complicar mis estrategias.

Su respuesta cayó como un golpe suave pero certero. “A lo que tú quieras.”

Un ofrecimiento que no era sumisión, sino desafío disfrazado. Un movimiento peligroso porque abría todas las posibilidades y, al mismo tiempo, me obligaba a elegir con cuidado.

Me incliné apenas hacia ella, lo suficiente para que mi voz fuera solo un roce en el aire.

—Esa, Ishaen, es la respuesta más peligrosa que podrías darme.

Mis labios se curvaron en una sonrisa lenta, no de triunfo, sino de reconocimiento.

—Porque cuando alguien me entrega el juego… yo no solo lo juego. Lo transformo.




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