La tercera llama: El recuerdo perdido

Capítulo 6

Ahí estaba esa chica nuevamente, aquella chica que sentía que era yo, esa chica que era mi propia piel en mi conciencia. Cabello largo y rojizo, ondeaba con el viento, me encontraba sobre un risco muy alto, estaba descalza, sentía las piedrecillas debajo de mis pies, podía observar el océano que lucía de un vibrante azul, inmenso e implacable, se escuchaba el sonido de las olas y podía notar la blanca espuma aglomerándose en la orilla. Todo parecía tan tranquilo que por un instante dudo de aquel lugar, luego se percató, en su cuello sentía un peso familiar, llevó una de sus manos hasta él y pudo verlo, ahí estaba, dorado y pesado, estaba finamente ornamentado y de él colgaba una enorme piedra roja, parecía un rubí, el más grande que haya visto en su vida. De pronto sintió unas inmensas ganas de llorar y lo arrancó con fuerza de su cuello, sabía que ese endemoniado objeto era el causante de su pena, así que pensó que para eso estaba en ese risco, para arrojarlo y no saber más de él. Se acercó a la cúspide, sintió el viento chocar contra su rostro, observó el collar en su mano por unos momentos, no pudo. Simplemente no pudo y sabía por qué, su indudable apego hacia dicho objeto no tenía sentido en su mente, pero le hacía daño, lo sentía, sabía que había sufrido, aunque no lo recordaba y por más que intentaba hacerlo, solo llegaban imágenes recortadas que no tenían coherencia entre ellas.

 

 Sangre, llanto, dolor. Entonces pensó que lo mejor sería lanzarse ella misma hasta las profundidades y más nunca salir. Respiró hondo y cerró los ojos, en cuanto los abrió se encontraba en un lugar completamente diferente, ésta vez podía ver unas casitas de madera y detrás de éstas comenzaba un sendero que llevaba al bosque, a sus pies se encontraban muchas flores que parecían puestas de forma ordenada, eran lindas, frescas y de colores vivos, se arrodilló para tomar una y percibió su olor, no sabría definirlo, aun en ese lugar todo se sentía tranquilo, pero luego notó como la pequeña flor comenzó a incendiarse entre sus manos hasta volverse cenizas, asustada observó a su alrededor y notó que el lugar en donde estaba  parada también comenzaba a incendiarse, el fuego fue creciendo violentamente hasta propagarse por todo el prado y volverse una montaña de fuego, literalmente. Entonces corrió con todas sus fuerzas hacia el pueblo, debía avisar a todos del incendio, pero cada cosa que tocaba, al mismo instante comenzaba a arder y las personas huían de ella, le gritaban que era una bruja, un demonio, hasta una señora trató de arrojarle agua bendita, cuando esto sucedió, su brazo se enrojeció y se sintió más que confundida ¿Qué se supone que era entonces? ¿Acaso era capaz de crear tanta destrucción a su paso? No podría vivir con esa culpa, así que siguió corriendo tanto como pudo hasta la cima de otra colina, la cual comenzaba a incendiarse ¿En qué clase de monstruo se había convertido? con las lágrimas brotando de sus ojos, sus mejillas humedecidas parecían no generarle la suficiente frescura como para aplacar el calor que la comía viva. Tomó de nuevo su collar y le gritó.

 

-¡¿Qué quieres de mí?! Ya te lo has llevado todo, todo… -dijo colocándose de cuclillas. Trató de quemar aquel objeto también, pero parecía ser lo único inmune a su don. Lo arrojó lejos y se puso en colocó fetal, sentía como las lágrimas recorrían sus mejillas, aquella desesperación estaba matándola lentamente, no sabía qué hacer. Entonces sintió la presencia de alguien-No de nuevo-pensó, éste sería el momento en el que debía salir corriendo, pero sucedió algo distinto. Frente a sí estaba extendida una mano grande y fuerte-Ire necesse est, mevalde periculo- salió de su boca sin pensarlo-Ego sum, nolite timere vos- levantó la mirada y solo pudo ver una silueta masculina entre las llamas, que aún le tendía la mano-Volui auxilium, accipere voluntate mea-y tomó su mano. De pronto el incendio se apagó porque comenzó a llover con fuerza y la calma se esparció por todo su ser, tomar su mano hizo que un sentimiento acogedor la recorriera y esbozo un sonrisa hacia aquella figura que la había ayudado, aquella figura que no tenía un rostro definido, pero que sabía que había visto antes. Entonces aquel hombre se dio la vuelta y por primera vez notó que en su espalda llevaba dos enormes alas blancas  que se desplegaron con agilidad, de pronto se encontró observado aquella preciosa figura desaparecerse entre las nubes, dejándola ahí, confundida, otra vez.

 

 

Apenas se despertó pudo percatarse de que Ana estaba allí,  a los pies de su cama como solía hacer, aún era extraño para ella que estuviera, aunque se estaba acostumbrando a sus repentinas apariciones.

 

-Has tenido una noche difícil ¿No es así querida?-su voz sonó serena desde el otro extremo de su cama matrimonial, antes de contestar observó unos segundos a su alrededor, su habitación que era bastante amplia y su piano de pared blanco, hacía contraste con las paredes lavanda, frente a su cama se encontraba su pequeña biblioteca a la cual ya no le cabían libros y junto a esta un cómodo sillón que utilizaba mucho cuando leía.




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