Empezó cuando teníamos diecinueve años.
Éramos inmaduros, egoístas, apasionados. Tan apasionados como pudimos ser jamás. La flama que encendimos fue incomparable, nunca ardió tan intenso, ni antes de conocernos, ni después que nos marchamos.
El fuego alcanzó su punto máximo cuando me regalaste aquel bolígrafo. No mucho después, el desenlace de nuestra historia llegó.
Todavía recuerdo el exacto día en que me lo diste. La única persona conocedora de mis secretos y deseos, protagonista de todas mis historias.
Diez años después, sigo portándolo conmigo. No seguíamos juntos, la pasión terminó por apagarse no mucho después de aquel infierno en que nos desatamos, pero ahora…
Ahora pareció que la chispa volvió a encenderse. Parecía la oportunidad perfecta para encontrar el final adecuado que nunca pudimos hallar cuando partimos.
Diez años atrás…
―Feliz cumpleaños, Jean. ―me tendiste una caja que tenía envuelto un fino listón rojo. Era negra, de terciopelo, de peso ligero.
Te observé con curiosidad, pensando en las posibilidades que podría contener esa delgada caja. Sonreí con sinceridad al verte tan emocionada por ver mi reacción ante el regalo que habías preparado para mí.
Jalé con delicadeza las puntas del listón que estaba atado en un moño perfectamente elaborado. Lo hice con lentitud, molestándote, aumentando la intriga. La verdad era que quería arrancarlo por completo, pero me resistí ante la tentación.
Tus ojos brillaban mientras me mirabas. Notaba la adoración en ellos y el corazón se me estrujó en amor. Me paré del asiento, alcanzando el otro lado de la mesa, depositando un beso en tus labios.
―Gracias, Belle. ―agradecí mientras acariciaba tu mejilla.
―Pero aún no sabes qué es.
―Aun así, gracias.
Puse de nuevo mi concentración en la caja aterciopelada que tenía entre mis manos. Retiré el listón por completo y quité la tapa de esta.
Era un bolígrafo.
Uno hermoso y elegante, a decir verdad. Era negra, al igual que la caja en la que venía dentro; tenía franjas doradas que le daban una vista distinguida.
―Con esta pluma escribirás tus mejores obras, tus versos más profundos y tus cartas más conmovedoras ―sonrió, colocando el bolígrafo entre mis manos―. Úsala en ocasiones especiales, para tus trabajos más sobresalientes. La tinta es especial, me dijeron que no secará nunca. Podrás llevarla contigo por muchos años.
―La llevaré toda la vida, aún después que la tinta se agote.
Presente…
Jugaba con mi anillo de bodas, dándole vueltas alrededor de mi dedo anular. Estaba ansioso, nervioso. La taza de café que tenía frente a mí se había enfriado, no había tomado ningún sorbo de este.
Hace una semana, Belle, mi antiguo amor, me llamó. Atendí el teléfono sin saber que era ella, jamás imaginé que lo fuera, habíamos perdido contacto hace años.
Me pregunté para qué me había contactado de nuevo. Me sorprendí tanto, que dejé caer mi peso en la silla. Reconocí su voz al instante.
La llamada fue breve. Pediste que nos reuniéramos en un café y aquí me encontraba en su espera. Observé la hora en el reloj que llevaba alrededor de mi muñeca. Había pasado una hora y no se había presentado.
―Sabía que esto fue un error. ―susurré para mí mismo, tomando mis cosas, listo para retirarme de este lugar que solo traía recuerdos que me ponían un nudo en la garganta.
Caminé hacia la salida, atravesando la puerta de la entrada. Suspiré una vez estuve fuera del pequeño establecimiento, aquel en cual no había puesto pie desde hace años. Me coloqué el abrigo y acomodé la bufanda alrededor de mi cuello, tomando pasos lentos hacia mi coche.
―¡Jean, espera! ―escuché cómo clamaban mi nombre. Una vez más, reconocí su voz. Seguía teniendo el mismo tono dulce y sereno.
Paré en seco, con un escalofrío recorriendo todo mi cuerpo, los vellos de mi piel erizándose y mi corazón deteniéndose por un largo segundo. Me di la vuelta, viendo cómo venía hacia mí, corriendo en zapatillas, causando un particular sonido cada vez que pisabas el pavimento.
―Perdóname, se atravesó un inconveniente y no pude llegar a la hora acordada. ―me miró con sus grandes ojos.
Las palabras se me atascaron en la garganta. Terminé asintiendo como respuesta, con una expresión neutra.
El ambiente era tenso e incómodo, no sabíamos cómo reaccionar, pero a pesar de eso, Belle se acercó a mí y me abrazó, tomándome por sorpresa. Sentí mi cuerpo tensarse un segundo, le devolví el abrazo dando pequeñas palmaditas en su espalda de manera incómoda.
¿Cómo habíamos llegado a ser así?
El abrazo no duro más de cinco segundos.
―No sabes cuánto me alegra verte, Jean. De verdad ―jaló las comisuras de sus labios hacia arriba. Me miró de arriba abajo―. Luces mayor, pero a la vez, sigues viéndote igual.
Fue inevitable contener mi risa. Me relajé.
―Por supuesto que luzco mayor, no puedo verme igual a cuando teníamos diecinueve, ¿no crees?
―Te ves bien.
―Tú también. Los años te sentaron bien… pensé que no vendrías. Estaba a punto de irme, como puedes ver. Es un poco tarde.
Belle agachó la vista.
―La verdad llegué hace quince minutos, pero no me atreví a entrar cuando te vi ahí sentado, ¿sabes? Fue… ―dejó la frase al aire. Carraspeó.
―Recuerdos abrumadores, ¿cierto?
No pude controlar mis palabras, se me escaparon por completo. La respiración se me atascó en los pulmones, me faltó el aire, pero traté de no mostrarlo. Inesperadamente, asintió a mis palabras. Alzó la barbilla, forzando una sonrisa en su fino rostro.