La tormenta que hay en ti

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B E L L E

 

Siempre hay tormenta. Siempre llueve. Algunos la experimentan. Algunos la viven. Y otros están hechos de ella.

 

A pesar de ello, nunca llueve a gusto de todos ¿No?

 

Personalmente nunca me ha gustado la lluvia porque la mayoría de veces me recuerda a las tormentas, letales y llenas de ruido innecesario.

 

Los ojos son el espejo del alma solía decir mi padre y las palabras suelen ser la realidad en la que queremos permanecer. No es lo mismo suicidarse que morir por sobredosis, ni tampoco ser asesinado, que es lo que más sospecho. Como tampoco lo es ser amante que esposo, sencillamente porque nunca será ni es lo mismo el deseo que el amor.

 

En los ojos de mi padre siempre destacó la nobleza, nobleza que yo no heredé, ahora incluso en medio de ese ataúd, incluso en un día como este, que tiene los ojos cerrados, su expresión no esta apagada, solo mi padre es capaz de mantenerse vivo incluso estando muerto.

 

Lleva, la ya clásica y horrible, corbata azul, uno de mis primeros diseños, que le regalé con el dinero de mi primera venta, cinco años habían pasado y él seguía poniéndosela, lo hacía siempre en los eventos importantes, decía que le daba suerte, y cuando alguien le preguntaba, él orgulloso y con una sonrisa de lado a lado, les explicaba que era obra de la diseñadora más prestigiosa del universo, nada más ni nada menos que Belle Carter. Me abstengo en dejar ir una sonrisa y simplemente mantengo mi mejor cara de indiferencia sin apartar la mirada del cuerpo de mi padre.

 

Habían pocos hombres como Roger Carter, que consiguieran ser esposos y amantes, como él lo fue para mi madre, todo a la vez. Lo sabía bien gracias a la vez que descubrí en su habitación, debajo de su cama una caja, en ella había fotos, cartas, flores disecadas y alguna que otra joya. Él me pilló in fraganti, no se enfadó, simplemente empezó a llorar sin apartar una tonta sonrisa de sus labios, yo nunca entendí sus lágrimas, nunca entiendo cuando alguien llora y menos aún cuando una sonrisa es empañada en lágrimas. Eso era de cuando aún era niña y me permitía estar por nuestra casa. Tampoco es que me hubiese hablado mucho de Margaret Carter. Ella murió poco después de mi nacimiento, mi padre de hecho no quiso nunca hablar sobre el tema, siempre buscó lo mejor para su niña, y lo mejor fue siempre mantenerme lejos de ahí.

 

Fue mi tía la que me explicó que mi madre padecía graves alucinaciones fruto de la esquizofrenia hasta tal punto que en uno de sus delirios, se debatió si darme muerte a mi o a ella, y prefirió ahogarse en la bañera dejándome en uno de los armarios del baño de su habitación llorando y escondida entre toallas como si en el único momento de lucidez, Margaret hubiese querido salvaguardarme del exterior. No recordaba nada de ese momento, ni nada de esa época y ahora empezaba a agradecerlo.

 

Mi padre intentó siempre alejarme de casa, nunca me dio explicaciones, aún así siempre venía a visitarme al internado femenino más prestigioso del país, y todo por que no pisara nuestra ciudad, Los Ángeles, con tanta frecuencia que siempre fui incapaz de si quiera echarlo de menos. A eso también debía añadirle el hecho de que mi tía era directora de la institución, así que nunca me sentí desamparada. No es que fuese el cariño en persona precisamente, pero siempre me trató con el amor y el cuidado del que se tendría que tener a la única hija de tu hermana menor con el único hombre que has llegado a amar. Lastimosamente, mi padre jamás le correspondió, y ella lo entendió des del principio, siempre respetó eso. Me gustó siempre esa honestidad en mi tía, pudo haberse escondido, pudo no haberme dicho el detalle de que ella estaba enamorada de mi padre, pero lo dijo, sin tapujos ni eufemismos, tal vez por eso es que yo también la poseo. Al fin y al cabo ella ha sido la única familia que ha estado conmigo, del resto no sabía mucho. Tampoco me importaba.

 

Pero ahí estábamos, yo sin derramar lágrima, con la mirada bien alta, como de costumbre, incluso en instantes como estos no me permito bajar la guardia.

 

Mi madrastra me observa sin apartar ni un segundo sus manos del culo de su nuevo esposo, el cual me sacaba menos de dos años y a su vez ex novio, la rata de Matthew. Él mira el ataúd de mi padre con seriedad, como si supiera que la mujer que tenía al lado fuera capaz de hacer que él fuese el siguiente. Como si fuese incapaz de mirarme sabiendo lo bajo que había caído, se habían casado hace dos días. Ni siquiera fueron capaces de esperar los muy rastreros.

 

—¿Estás bien?—preguntó ella fingiendo un mínimo de interés mientras aparta sus manos del culo del joven en un intento de tocar mis hombros mientras frunce los labios con pena, me aparto gentilmente viéndola venir.

 

Poco después asiento con la mejor de mis sonrisas como si por un momento llegará a creerme su teatro. Ella asiente manteniendo las distancias.

 

—¿Aceptarás la oferta de Einar?

 

Parpadeo un par de veces antes de caer en la cuenta de que era obvio que si mi padre sabía de la existencia de esa bestia, ella también. Todo el mundo lo hacía. Tal vez por eso la rata de Matthew decidió abandonarme tan pronto. No es que hubiese sido el amor de mi vida, ni una herida en mi corazón, todas esas chorradas nunca me han interesado ni nunca lo harán. En Matthew había visto las cualidades de un compañero de mi estilo, joven, millonario, culto y con estatus social. Solíamos ser la pareja perfecta. El escandalo en prensa fue aún más inmenso que cuando decidí que en mi firma no se vendería diseños a clientes que yo no consintiera con mis propias manos. De todas formas le agradezco que me hubiese dado más publicidad de forma gratuita.

 

—No.

 

Mi voz suena contundente aún así mantengo mi sonrisa protocolaria, por un momento mis piernas tiemblan por un instante las maldigo internamente, tanto o igual que maldigo a Einar.




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