Víctor
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Me siento inquieto mientras camino por el pasillo hacia la oficina de mi madre. Siempre hemos tenido una relación complicada, y cada vez que nos encontramos, es como si estuviéramos en dos mundos diferentes. Pero esta vez, no tengo más opción que interrumpirla en su santuario. Respiro hondo y sin pensarlo dos veces, abro la puerta con determinación.
Su oficina es un reflejo de su personalidad meticulosa y ordenada. El aroma a madera y libros viejos flota en el aire, y los estantes llenos de tomos encuadernados en cuero se alinean en perfecta simetría en las paredes pintadas de un tono suave de azul. Cada detalle parece estar colocado con precisión, y el escritorio de roble pulido es el centro de esta meticulosa organización.
Sin embargo, me doy cuenta de que soy un intruso en este mundo ordenado. Mis pasos nerviosos resuenan en el silencio, rompiendo la paz que mi madre parece encontrar aquí. Ella está sentada en su silla de cuero, inmersa en una conversación telefónica. Su mirada se encuentra con la mía, y puedo ver una pizca de frustración en su mirada.
—Te llamo luego, Víctor está aquí. —Cuelga y me siento engullido por su mirada. Está más que claro que mi presencia no es bienvenida.
Respiro hondo, tratando de mantener la calma a pesar del palpable resentimiento en su voz.
—Necesito tu ayuda.
Ella suspira, evidentemente irritada por mi solicitud.
—¿Por qué siempre tengo que estar ahí para solucionar tus problemas? —me pregunta con un tono frío—. Acabo de hablar con la madre de Yara.
Abro ligeramente los ojos, mostrando evidente sorpresa.
—No sabía que ustedes fueran tan… cercanas.
—La pobre Yara siempre se metía en problemas por tu culpa. —Me mira con pesadez, como si fuera obvio—. Con el tiempo su madre y yo comenzamos a convivir.
—Así que ya sabes que yo… —No me atrevo a continuar, sigo sin entender qué he hecho mal.
Ella me mira con una mezcla de enojo y resignación antes de responder:
—La mujer cree que su hija sale contigo, no necesito ser una adivina para saber que no es así.
Suspiro con frustración.
—Lo único que tienes que saber es que ahora quiero estar con ella, pero ella me aleja.
Los últimos días en la oficina han sido una tortura, Yara evita cualquier contacto conmigo a toda costa. Sigo esperándola por las mañanas a fuera de su casa para llevarla al trabajo y por las tardes en la entrada de la oficina para acompañarla a su casa, pero siempre se las ingenia para escabullirse y llegar a su destino por cuenta propia. Le envío regalos y mensajes invitándola a salir, pero tira todo lo que le mando y hasta ha bloqueado mi correo electrónico.
¿Cómo puedo acercarme a ella cuando hace todo lo posible para distanciarse?
Incluso le escribí una carta de tres cuartillas explicándole que haré todo lo posible para satisfacerla como pareja, pero ella ni siquiera abrió el sobre y directamente lo echó en la trituradora de papel.
Ya no sé qué más hacer.
—¿Acaso críe a un estúpido alfa? —masculla.
Sus palabras me golpean, pero esta situación es una con la que ya estoy familiarizado, así que no me duele su hostilidad. Me limito a observarla con dureza.
—¿En qué me he equivocado, madre? —pregunto con genuina preocupación. Estoy tan desesperado en solucionar las cosas con Yara que hasta he recurrido a ella.
—Tu abuela era una omega muy desdichada, pero sabia. ¿Sabes cuáles fue la primera lección que me dio? —Guardo silencio a espera de que ella se sumerja en la anécdota y ansioso por recibir su consejo—. Si un hombre te molesta, no es un acto de amor. No te conformes con eso —cita.
De nuevo siento que esas palabras me golpean, ahora si tengo que tomarme un minuto para enfocarme.
—No dijo «un beta» o «un alfa» sino un hombre. —Mi madre se pone de pie y rodea su escritorio hasta colocarse junto a él—. Has molestado a Yara desde el jardín de niños y ahora, de la nada, resulta que la has marcado. Intuyo que ella no está feliz con eso.
No me atrevo a responder.
Bajo su hostil mirada me vuelvo a sentir como un chiquillo de cinco años, siendo regañado por algo que parecía muy obvio pero que permanecía invisible a mis ojos. Es cuando me doy cuenta de que no pensé en los sentimientos de Yara cuando la marqué, mi propio placer me nubló la mente y guiado por el instinto salvaje de mi alfa actúe.
Ahora entiendo lo que debo hacer.
—Tengo mucho trabajo que hacer y no quiero perder el tiempo en esto —añade mientras regresa a su asiento—. Soluciona esto antes de que yo interfiera.
—¿Interferir? —pregunto desconcertado.
Mi madre sonríe. El gesto en conjunto con su oscura y larga cabellera, pálida piel y extrema delgadez la hacen lucir como la villana de un cuento de hadas.
Me estremezco con tan solo verla.
—Planeaba hacerle firmar a Yara un contrato de confidencialidad, pagarle la cirugía para que se remueva la marca y en caso de quedar embarazada, también el aborto. —La observo boquiabierto, no puedo creer que dice esas atrocidades tan tranquila—. Sigues siendo el heredero de los Bennett, no puedo permitir que los rumores comiencen.