La traición del Alfa

08. Ascensor

Yara

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Un suspiro escapa de mis labios mientras observo el reflejo de mi cuerpo desnudo. Lentamente mis manos se posan sobre mi vientre, acariciando inconscientemente ese lugar donde se gesta la vida. ¿Podría ser que un diminuto ser, aún invisible para el mundo, ya esté creciendo en mi interior?

A simple vista, mi apariencia no ha cambiado, pero mis pechos, que normalmente son indiferentes a mi atención, ahora se han vuelto sensibles y algo doloridos. Cada movimiento, incluso respirar profundo, parece acentuar su sensibilidad, como si mi cuerpo estuviera construyendo un escudo protector alrededor de lo que pudiera estar creciendo en mi interior.

Mis sentidos también parecen estar en alerta máxima. Los olores que antes apenas percibía, ahora se vuelven intensos, incluso desagradables. Cada aroma parece quedarse impregnado en mi nariz, y me cuesta ignorarlos. Al mismo tiempo, mi sentido del gusto se ha vuelto quisquilloso, y algunos alimentos que antes disfrutaba, ahora me resultan insípidos o incluso repulsivos.

Tal vez solo sean imaginaciones mías, según mi vago conocimiento aún es pronto para saber si la concepción se efectuó. Hace tan solo unas cuantas semanas atrás fue mi… encuentro con Víctor, solo sucedió una vez, dudo mucho que eso haya sido suficiente para crear un bebé. ¿Verdad?

Respiro hondo antes de colocarme la ropa interior. Después saco el ungüento cicatrizante y coloco una cantidad generosa en la marca en mi cuello. Se supone que ya debió cicatrizar, pero por alguna razón se mantiene fresca. Cada cuanto debo cambiarme las gasas y untar medicina, de lo contrario sentiré una terrible picazón.

Me pregunto si los alfas también sufren alguna clase de efecto colateral tras la unión, sería muy injusto que solo los omegas nos llevemos la peor parte.

Tras eso, termino de vestirme, me maquillo y salgo del baño. Aún es muy temprano, pero últimamente debo irme antes de que salga el sol sino quiero toparme con Víctor. Por alguna razón, cree que es buena idea esperarme para llevarme y traerme del trabajo. Aunque admito que valoro su perseverancia, me siento hostigada por sus múltiples intentos de contacto. Teniéndolo rondando alrededor es casi imposible que pueda pensar con claridad y logre ordenar mis prioridades.

Sigo sin saber qué haré, ni siquiera puedo formular un listado de opciones, desde esa mañana existo en modo automático. Me siento como un zombie por la vida, solo caminando sin rumbo aparente.

Salgo de la casa sin hacer mucho ruido para no despertar a mi madre y de inmediato me encuentro cara a cara con Benjamin, mi mejor amigo.

Lo conocí en mi primer año de la universidad durante un campamento de verano, y aunque vivimos en extremos opuestos de la ciudad, logramos mantener la amistad a flote gracias a los mensajes de texto y videollamadas. Si soy sincera, además de mi madre, él es el único vinculo cercano que tengo.

Gracias a mis exigencias autoimpuestas me cuesta trabajo mantenerme al día con los demás, no niego que me llevo de maravilla con algunas compañeras de la oficina, pero es solo eso: compañerismo. Me involucro lo suficiente como para salir a comer con ellas, pero no demasiado como para ser merecedora de una invitación a sus bodas o eventos íntimos.

Ver a Benjamin me genera calma y cierta calidez. Le regalo un atisbo de sonrisa cuando él palmea su motocicleta.

—¿Te llevo? —pregunta con su típico tono de voz monótono de siempre. Él no se caracteriza por ser muy energético o simpático, quizá por eso nos llevamos muy bien, solo alguien como él puede tolerar mi genio.

—¿Qué haces aquí tan temprano? —pregunto, ignorando el casco que me ofrece.

Benjamin mantiene su semblante estoico, pero sé que está avergonzado cuando desvía la mirada.

—Deje un encargo cerca de aquí.

Amplio mi sonrisa y le arrebato el casco.

—De acuerdo, sirve que así llego antes a la oficina.

Él no sonríe, pero sé que está feliz. Puedo verlo en sus ojos, un peculiar brillo los inunda.  Me coloco el casco con cuidado y luego me siento detrás de él, abrazándolo con firmeza mientras se prepara para arrancar. Con un rugido suave, la moto cobra vida y el zumbido del motor inunda mis oídos.

Partimos con suavidad, pero pronto Benjamin acelera y siento cómo la emoción se apodera de mí. Las calles pasan velozmente, convirtiéndose en un mosaico de colores y sonidos. Las ráfagas de aire me despeinan, y la sensación de libertad es inigualable.

Atravesamos calles estrechas y avenidas bulliciosas, sorteando el tráfico con habilidad. Cada giro y cada curva son una pequeña aventura, y no puedo evitar sonreír con una mezcla de nerviosismo y entusiasmo. Desde que Benjamin compró la motocicleta solo me he subido a ella un par de veces. No me considero miedosa, pero si precavida y sé de muy buenas fuentes que los accidentes son usuales, aun así, por alguna razón que sigo sin comprender hoy acepté subir.

Quizá, en lo más profundo de mi ser, espero que algo pase y la pesadilla en la que últimamente vivo desaparezca.

En un momento, llegamos a un puente que atraviesa el río, y al mirar hacia abajo, veo cómo el agua se desliza con suavidad bajo nosotros. Es una escena hermosa y el corazón me late un poco más rápido. El filtro azul que se cierne en el paisaje me recuerda a Víctor, al azul de sus ojos y a la indiferencia con la que antes me veía.




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