La travesía del Leviatán - La segunda gran guerra

CAPÍTULO I - EL CAPITÁN HERRERA

Poco es lo que se puede decir del Capitán Herrera, sobre todo teniendo en cuenta su avanzada edad y que era un hombre normalmente tranquilo y bastante reservado en cuanto a sus asuntos personales.

Era de una altura considerable – mucho más alto que la mayoría de los hombres –, y sus canosos cabellos dejaban muy en claro su avanzada edad. Además de que, en su mirada, se lograba percibir aquella calma que da la edad, aquella tranquilidad que viene con la experiencia, con tantos años de vida y, sobre todo, con el sufrimiento que le habían traído todos los años de servicio. Su blanca piel también era testigo de todo esto. Esta se encontraba naturalmente maltratada por todos los años que llevaba viviendo, pero también por las muchas batallas en las que había participado en su juventud y a lo largo de toda su vejes.

Después de todo, él era de los pocos capitanes o generales que había participado en la última gran guerra, que aún se mantenía en servicio a esas alturas.

Él ya se debería haber retirado cincuenta años atrás, pero llegado el momento se había negado rotundamente a dejar de lado su labor y, con posteriores recomendaciones de sus colegas y algunos altos mandos – más jóvenes que él –, volvió a rechazar cada una de las oportunidades que se le habían dado de jubilarse con una pensión nada despreciable, otorgada por la misma Federación. Nadie comprendía el porqué de este deseo, pero este era respetado y bienvenido debido a su distinguido desempeño tanto durante como después de la guerra.

Pero como a pesar de las mejores intenciones y la fortaleza del espíritu, los años terminan por afectar poco a poco tanto el cuerpo como la mente, se le empezó a designar algunos trabajos de menor complejidad y riesgo, permitiendo que siguiera en el servicio que tanto parecía amar.

Por ello mismo la I-245 ahora se encontraba vigilando aquel sistema que, si bien tenía cierta importancia comercial, no poseía mucho valor en cuanto a lo militar, además de que – según lo que algunos estrategas y generales de la Federación consideraban – su invasión sería algo poco factible debido a que el Imperio Ndare, poco o nada de interés podría llegar a sentir en aquel sector de sus territorios, sobre todo teniendo en cuenta el tipo de gobierno y la cultura de aquella raza tan extraña.

El capitán tan solo debía asegurarse de que su nave estuviera en la ruta que se había trazado para la vigilancia de los sistemas Arik y Tad. Además de mantener un contacto más o menos constante con las demás Colonias que compartían la misión de protección, la K-104 y la K-264.
Pero, aun así, a pesar de lo que parecía ser una misión de ínfima importancia para alguien con sus antecedentes, la desempeñaba con la gran dedicación que siempre lo había caracterizado. Sin importar que era muy poco probable que en algún momento volviera a entrar en batalla, como lo había hecho mucho tiempo atrás.

Pero, a pesar de ello, en más de una ocasión, se había visto en la necesidad de dirigir a parte de su flota interna, con el propósito de dar protección a las flotas mercantes que abastecían los mundos que protegía, debido a las muchas naves piratas que acostumbraban atacarlas aprovechando que algunas atravesaban zonas que estaban más allá del alcance de los cañones de la Colonia en sí.

Por supuesto, las confrontaciones que se dieron en esas situaciones no habían pasado de simples intercambios de disparos entre los cargueros y los acorazados a cargo de los almirantes de Herrera y algunos destructores y fragatas de menor tamaño y mal armadas, que a fin de cuentas no tenían ni una oportunidad de hacerles frente. Además, pocas eran las ocasiones en las que aquellas flotas tan pequeñas habían decidido enfrentarlos, pero mayormente al detectar la cercanía de las naves de la Federación, estas iniciaban una retirada desesperada, dejando de lado el ataque a las naves mercantes y huyendo, casi siempre dejando a muchos de sus aliados a bordo de las naves mercantes que había intentado capturar. En esos casos, tan solo necesitaban ordenar que se disparara un par de veces desde los cañones de plasma laterales de los cargueros, para alejarlos e infligirles suficiente daño para que no se les ocurriera regresar y lanzar un ataque sorpresa.

Y en cuanto a los atacantes dentro de las naves aliadas, eran sometidos rápidamente al ordenarse el abordaje a las naves ocupadas por los piratas. Luego de ello, los capturados eran recluidos dentro de las celdas de los cargueros y llevados después a los calabozos del Leviatán III, en espera de las órdenes de los representantes del gobierno central o del gobierno de los planetas que pudieran haber sido afectados por sus crímenes - en esos casos ellos estaban en derecho de juzgarlos en vez del gobierno central -.

Pero a pesar de que estos trabajos no era nada en comparación con las misiones que había comandado a lo largo de toda la guerra, el capitán Julio Herrera Konrad los cumplía con el mayor empeño y sin dejar nada al azar. Para él, todo trabajo hecho en nombre de la Federación debía ser cumplido con el mayor de los cuidados y teniendo siempre presente que era por el bienestar de la humanidad en su conjunto.

Y es por ello que siempre se aseguraba de estar sentado en su posición a las 8:00 am – siguiendo el ciclo horario de 24 horas seguido por las fuerzas militares –, sin retazos, dando el ejemplo a sus subordinados y sancionando con rigurosidad la impuntualidad y, del mismo modo, la incompetencia. Exigiéndoles a todos los demás bajo su mando que cumplieran al pie de la letra el horario que se había organizado desde el principio de la misión ya cinco años atrás.



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En el texto hay: militares, guerra, espacioexterior

Editado: 11.08.2019

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