La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XI: EL HUÉSPED DE HONOR - CAPÍTULO 53

—Tu tío Freddy y yo nos conocimos hace muchos años en Irlanda— dijo Munster a Liam de forma casual, mientras vaciaba lo que quedaba de su whisky de un trago y se servía otro—. Me invitó muchas veces a formar parte de la cúspide de la Hermandad del Sello, pero no acepté. No me malentiendas, no estaba desdeñando su generoso ofrecimiento, es solo que mis intereses estaban inclinados en otra dirección en esos tiempos. Aún así, me trataba como si fuera un miembro de su precioso Círculo de Praga y compartía conmigo muchas de sus preocupaciones, incluyendo tu licencioso comportamiento y tu ingobernable temperamento— sonrió con una sonrisa cómplice—. Lo cierto es, muchacho, que tu tío no te tenía en alta estima, pero a pesar de eso, o tal vez justamente por eso, decidió que haría de ti el próximo Marcado, enseñándote servicio y disciplina, y convirtiéndote en el perfecto instrumento para lidiar con Meldek.

Liam tragó saliva, incapaz de ocultar su perturbación. Había pensado que podría manejar a Munster, pero el general sabía demasiado sobre él. Liam no había contado con que la mención de su tío y de Meldek tendría un efecto tan devastador en su recientemente recuperada autoestima. Sintió una opresión en el pecho que lo puso en el mismo estado mental que cuando vivía aterrorizado por la presencia asoladora de su tío en su atormentada vida antes de ingresar a la escuela de Alaris en el Círculo. Por un momento, miró de soslayo el vaso de whisky que todavía descansaba sobre la mesa y consideró beberlo hasta la última gota para encontrar el coraje para seguir con esta entrevista. Logró contenerse a duras penas, entrelazando los dedos con fuerza y ocultando sus manos bajo la mesa para evitar que Munster viera que le temblaban.

La turbación de Liam no le pasó desapercibida a Munster. Comprendiendo que iba por buen camino, siguió con su plan: había hundido a Liam de vuelta en el abismo, ahora era hora de sacarlo y ponerlo a comer de su mano.

—No voy a mentirte, Liam— prosiguió Munster sin piedad—. Tu tío pensaba que eras un imbécil sin cerebro, una persona despreciable e inservible—, hizo una pausa dramática, tomando un largo trago de su whisky.

Liam bajó la mirada al piso.

—Pero…— continuó el general—, tu tío estaba muy equivocado.

Liam levantó la vista hacia Munster, desconcertado.

—Tú, Liam— le apuntó el general con el vaso de whisky—, eres el único con el cerebro, la fuerza personal y la entereza necesaria para ser el más valioso miembro de la Hermandad del Sello. La prueba es más que obvia: tú eres el único que logró sobrevivir al peligroso contacto con el traicionero Meldek. Es claro que tu estatus está muy por encima del de Freddy. Su arrogancia no le permitió ver que tú siempre fuiste el indicado para el puesto de gran Maestre. Los Nueve pagaron ese terrible error con su vida.

Liam se lo quedó mirando. ¿Munster pensaba que él debía haber sido el gran Maestre de la Hermandad? Tal vez, sí. Tal vez Munster tenía razón. Sí, Munster podía ver a Liam, ver su verdadero potencial, su valía.

—Por eso te repito, Liam, tienes todo mi apoyo. Lo que siento por ti no es más que admiración y respeto— continuó el general.

El peso que Liam sentía en el pecho se alivió de repente. Munster lo respetaba, lo admiraba, lo consideraba importante. ¿Qué más podía pedir un ex-drogadicto bueno para nada?

—¿Qué pasó, Liam? ¿Qué pasó durante el Ritual Maestro Final de Liberación?— preguntó el general suavemente.

Liam sintió una sensación de calma y seguridad. No tenía nada que temer ante el general, nada que ocultar a quien lo reverenciaba tan claramente.

—Meldek traicionó a la Hermandad. Los Nueve pagaron con su vida la necedad de entregarse a una criatura cuya sed de poder era más grande que la de ellos. Pero Meldek no pudo triunfar. Alguien más sabio que él usó su deseo irrefrenable de liberación para tenderle una trampa. Meldek fue contenido, y luego, destruido para siempre.

—¿Destruido?— repitió Munster más que interesado—. ¿Quién lo destruyó, Liam? ¿Y cómo lo hizo?

Liam sonrió, extasiado. Sentía que quería decirlo todo, revelarlo todo con urgencia a su gran admirador, el general. Abrió la boca para hablar, y en el momento en el que iba a pronunciar el nombre de Lyanna, se detuvo. Desde un rincón remoto de su mente, llegó la sensación de que algo estaba mal. Volvió la mirada al vaso de whisky aun sobre la mesa. El vaso de whisky... Lyanna había limpiado su cuerpo, su mente y su corazón de todo vestigio de angustia y culpa, haciendo innecesario el uso de alcohol o drogas para poder lidiar con su realidad. ¿Por qué, entonces, había casi sucumbido a la tentación de ese vaso de whisky? En la escuela de Alaris había aprendido a desarrollar sus talentos, a sentirse valioso. ¿Por qué ahora sentía que todo mérito personal se lo debía a la aprobación de Munster? Algo estaba mal, muy mal.




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