La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XI: EL HUÉSPED DE HONOR - CAPÍTULO 54

Por un momento, Liam se reprendió a sí mismo por su estupidez. Debió saber que un ser capaz de abrir un portal hacia el Círculo, trasladar un grupo de soldados armados para masacrar una ciudad entera y secuestrar a Rory, trayéndolo a este mundo, debía sin duda ostentar un gran poder. Y debió también considerar la posibilidad de que ese ser fuera el propio Munster y no alguien en las sombras, por encima de él. Y aún más: como si manejar portales a su antojo no fuera suficiente, Munster había probado también que podía manipular las mentes con gran maestría. ¿Era posible que estuviera frente a frente con el elusivo y peligroso Lorcaster en persona?

Liam barrió de su mente sus auto-recriminaciones y sus elucubraciones. No tenía tiempo para ninguna de ellas. Tenía que encontrar la forma de dar vuelta las cosas, de poner a Munster a su merced para averiguar su verdadera identidad y sus intenciones. El asunto era cómo. Liam mismo había desarrollado la habilidad de manipular las mentes de las masas en el Círculo, pero su habilidad era incipiente y no tenía efecto en este mundo. Y aún si lo tuviera, entrar en un combate mental con Munster estaba fuera de la cuestión: el general era muy superior a Liam en ese aspecto, y reduciría su cerebro a papilla antes de que pudiera siquiera hacer el intento de manipularlo.

Su segunda opción era resistirse a la manipulación de Munster, confrontarlo, desenmascararlo. También descartó rápidamente esta alternativa. Si oponía resistencia, si trataba de librarse de la presión mental que el general estaba ejerciendo sobre él, solo lograría obligarlo a ajustar más el lazo de sujeción que había creado en la mente de su víctima hasta sofocarlo, haciéndole perder la razón o incluso matándolo. El solo hecho de estar pensando en estas opciones ya era peligroso, pues estaba alertando a Munster que había descubierto su juego.

Liam comenzó a sentir perlas de sudor emanando de su frente, corriendo por su rostro, evidenciando claramente la tensión que le provocaba esta lucha interna, esta búsqueda incansable de una solución a su dilema.

—¿Estás bien?— escuchó la voz de Munster, lejana, apenas distinguible en su tumulto interno.

—¿Eh?— articuló Liam, confundido.

—No te ves bien, Liam. ¿Por qué no tomas un trago?— le acercó Munster el vaso de whisky que estaba en la mesa—. Te hará bien— le aseguró con un tono de voz que a Liam le resultó casi maternal.

—Sí— murmuró Liam con la mente obnubilada, tomando el vaso con manos temblorosas.

Liam observó el ambarino contenido del vaso por un largo momento. Sentía dos fuerzas en conflicto en su interior, pero ya no podía comprender cuáles eran o por qué estaban en conflicto. Podía terminar con esa lucha que lo lastimaba allí mismo. Podía hacerlo con un acto fácil y simple. Solo un trago. Solo eso y podría recobrar la paz. Levantó el vaso y lo posó sobre sus labios, cerrando los ojos…

No.

La negativa era débil y se alejaba, se perdía, se desvanecía.

No.

¿Por qué no? ¿Por qué no?, cuestionaba Liam a los últimos vestigios de su razón. Este no eres tú, no más, le repetía una parte de su mente que aun se conservaba intacta, pero puedes jugar el juego, puedes jugar el juego. ¿Qué juego? No entendía. Divide y vencerás, le vino la vieja frase romana.

DividirDividir… Y antes de quebrarse por completo, Liam encontró la solución. Había una forma de contrarrestar el ataque de Munster sin cortar el vínculo de sumisión a su poder. Julián le había enseñado un truco de protección mental allá en el Círculo: dividir su mente. Podía darle a Munster una parte de su mente para que jugara a su antojo y separar otra, resguardarla para sí mismo. Era una maniobra peligrosa, pues suponía jugar con dos identidades al mismo tiempo, manteniéndolas al mismo nivel de conciencia. Existía el riesgo de olvidar cuál era la parte resguardada y cual la falsa, pero Liam decidió correrlo, pues no veía otra alternativa posible para manejar una situación cuyo control estaba a punto de perder por completo.

Liam respiró hondo. Una vez. Otra vez. Muy lentamente, su rostro pareció aflojarse, serenarse. Su mano derecha desprendió con dificultad el vaso de whisky de su mano izquierda y lo bajó hasta la mesa, sin beberlo. Munster percibió el intento de Liam de resistir sus embates y redobló los esfuerzos de dominación. Una oleada de desesperación invadió a Liam sin misericordia, pero el muchacho la permitió, dejándola entrar a su ser. La sensación de zozobra lo invadió al punto de hacerle temblar las piernas de tal forma, que si no hubiese estado sentado en una silla, habría caído de rodillas. Sintió que su cabeza daba vueltas y las náuseas subían desde su estómago. Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro en tristeza infinita. Pero Liam no se resistió en modo alguno. En cambio, para sobrevivir al ataque sin caer en la locura, recurrió a la otra parte de su mente. Se disoció de sí mismo y observó al Liam herido como si fuese otra persona, manteniendo así, desde afuera, la capacidad de raciocinio intacta en forma de observador externo.




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