—Dijiste que Lug te llevó a la casa de Juliana y Luigi pero que luego tuvo que sacarte de allí. ¿Por qué fue eso?— le preguntó Augusto a Emilia.
—No me lo dijeron directamente— respondió ella—, pero los escuché hablar y creo que tiene algo que ver con el hijo de Juliana y Luigi. No sé bien por qué, pero no quieren que él entre en contacto conmigo.
—¿En serio?— rió Clarisa, divertida.
—¿De qué te ríes?— preguntó Emilia, desconcertada.
Clarisa se volvió hacia Augusto y le dijo:
—¿Se lo dices tú o se lo digo yo?
Augusto resopló:
—Yo soy el hijo de Juliana y Luigi— le anunció a Emilia.
—Oh— dijo Emilia, sin saber exactamente cómo reaccionar.
—Parece que el destino es inexorable— comentó Clarisa con una sonrisa.
Pero Augusto no sonrió. Lyanna había tratado de apartar a Clarisa de él. Sus padres no querían que tomara contacto con Emilia. Y aquí estaba él, viajando en un coche con destino desconocido, justo con estas dos mujeres con las que se suponía no debía estar. No pudo evitar un suspiro de preocupación.
Clarisa salió de la ciudad y tomó una carretera secundaria hacia el sur. Cruzó un puente sobre el río Millán y luego dobló hacia la derecha, conduciendo por más de una hora. Durante el camino, Augusto trató de sonsacarle información a las dos mujeres, pero no pudo averiguar mucho: Clarisa le pedía paciencia y le prometía respuestas cuando llegaran al refugio, y Emilia no sabía o no recordaba nada útil.
Finalmente, llegaron al susodicho refugio, que era una casucha abandonada, oculta en un monte desordenado y salvaje. Los tres bajaron del vehículo y siguieron a Clarisa, que abrió la puerta de la casa de un empujón y los invitó a entrar. La habitación principal no era muy grande. Las paredes estaban descascaradas y manchadas de humedad, y el piso estaba percudido con mugre que habían tratado de limpiar sin éxito, pero los escasos muebles eran nuevos y parecían haber sido traídos al lugar poco tiempo atrás. Había cuatro sillas en torno a una mesa rectangular pequeña en el costado derecho, y una enorme cama con un colchón nuevo y sábanas finas en el centro de la habitación. Augusto notó que la cama estaba rodeada por unos cristales, colocados en patrones geométricos muy específicos.
—Siéntate, por favor— le dijo Clarisa a Emilia, indicando una de las sillas con el rostro serio—. Tenemos que hablar.
Emilia obedeció sin protestar y Augusto se sentó a su derecha, mientras que Clarisa hacía lo propio, tomando asiento frente a Emilia, con la mesa de por medio.
—Sé que tu vida no ha sido fácil— comenzó Clarisa—, especialmente en estos últimos días. Sé que tienes muchas dudas y preguntas, y te he traído aquí para darte todas las respuestas.
—Te escucho— se reacomodó en la silla Emilia, con ojos expectantes.
Clarisa sacó una pequeña botella de vidrio con un líquido azul del bolsillo de su pantalón y lo apoyó en la mesa.
—¿Qué es eso?— preguntó Emilia con aprensión.
—Un brebaje que restaurará tu memoria— le respondió Clarisa.
Emilia no hizo ademán alguno para tomar el frasco y le lanzó a Clarisa una mirada de desconfianza.
—Tu verdadero nombre no es Emilia— trató de explicarle Clarisa—. Asumiste esa identidad como protección.
—¿Qué? ¿Por qué? No tiene sentido.
—Emilia, escúchame, sé que todo lo que voy a decirte te sonará a locura, pero te juro que es la verdad. Has vivido por muchos años, muchos más de los que imaginas. Durante tu vida, te relacionaste de forma íntima con dos seres, formando una tríada. Por un tiempo, los tres trabajaron juntos, pero luego, decidieron separarse. Uno de los miembros de la tríada, llamado Nemain, que normalmente toma aspecto femenino, no estuvo conforme con la separación y ha estado tratando de volver a reunir las partes desde hace cientos de años.
—¿Cientos de años? ¿Cómo…?— la cuestionó Emilia.
Clarisa levantó una mano para frenarla. Emilia se contuvo y dejó que Clarisa siguiera con su relato:
—Hace muchos años, Nemain te puso una trampa y logró hacerse con una muestra de tu sangre, alterándola y reinsertándola en tu cuerpo. Esa alteración le permitió tomar control de tu persona para forzarte a volver a unirte con ella. Para escapar de ese control, creaste el escondite perfecto: Emilia Morgan. Borraste de tu memoria todo vestigio de tu anterior identidad, elegiste padres normales y encarnaste en la persona física que eres hoy. Pero escondida en su interior, Emilia Morgan contiene la verdadera esencia de quién eres, esperando despertar. Tu ardid funcionó bastante bien, pero Nemain logró descubrirlo y comenzó a buscar la forma de volverte a tu forma original, para poder dominarte nuevamente. Por varios años, logró su cometido, pero solo podía tomar control de ti por períodos cortos, no más de veinticuatro horas, y eso solo en fechas específicas donde las energías de su poder se alineaban de forma propicia con las tuyas. Eso generó en ti episodios de tiempo perdido, períodos en los cuales volvías a tu ser original y que eran luego olvidados por la personalidad construida de Emilia. No sé lo que Nemain te forzó a hacer en esos episodios, pero conociéndola, no creo que haya sido nada bueno. Mientras los episodios fueron esporádicos y cortos, me mantuve al margen, pero cuando vi que lograba abducirte por quince días seguidos, decidí intervenir.
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Editado: 14.10.2019