La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XII: LA MISIÓN DEL ALQUIMISTA - CAPÍTULO 57

 —Trataré de explicarte quién soy— dijo Clarisa, secándose rápidamente una lágrima que pugnaba por derramarse—. Cuando era niña, yo era muy desdichada y solitaria. Me costaba mucho relacionarme con los demás y solo encontraba solaz en el jardín con árboles y exuberantes plantas que había en la parte de atrás de la casa de mis padres. En ese lugar, el único en el que me sentía completa y libre, me visitaste tú un día de primavera. Me enseñaste muchas cosas y me ayudaste a descubrir mi poder y el poder de la naturaleza. Me entrenaste en el manejo de los elementos, me mostraste un mundo con el que los demás solo sueñan y me permitiste la entrada a ese mundo. A través de los años, tú y yo desarrollamos un vínculo especial de amistad, un vínculo muy poderoso. Así como tú me protegiste y me apoyaste, me hiciste quién soy hoy, yo juré también lealtad a nuestro vínculo y prometí ayudarte y protegerte de Nemain. Por eso, cuando urdiste el plan para convertirte en Emilia Morgan, me confiaste los detalles solo a mí, porque me dijiste que yo era la única en la que podías confiar por completo. Junto con el conocimiento de tu plan secreto, me diste también mi misión, la cual he cumplido, tal como me lo indicaste. Ahora es tu turno— le acercó Clarisa el frasco con el brebaje a Emilia—. Debes completar el plan bebiendo esto.

Emilia tomó el frasco en sus manos y lo estudió por un largo momento.

—En ese frasco están todas tus respuestas, Emilia— la animó Clarisa—, todo lo que siempre quisiste saber sobre ti misma.

—Si todo lo que dices es cierto— dijo Emilia despacio—. ¿Por qué no me contactaste antes? ¿Por qué no te conozco como Emilia Morgan? ¿Por qué apareces ahora de repente en mi vida? ¿No habría sido más fácil convencerme de toda esta historia si te hubieras hecho mi amiga en esta vida también?

—Eso habría sido más que una bendición para mí— respondió Clarisa—, pues tu compañía y tu amistad constituyen la esencia de mi mundo, pero tú no me lo permitiste. No quisiste que me acercara a ti de ninguna forma hasta que llegara el momento propicio.

—¿Por qué?

—Porque si Nemain llegaba a enterarse de mi existencia y de mi misión, me quebraría y me usaría en tu contra.

Emilia suspiró, considerando su situación.

—Si pudiera probarte mis palabras de alguna otra forma lo haría— le dijo Clarisa—, pero la única manera en que sabrás que lo que te digo es verdad es restaurando tu verdadero ser y tu memoria con eso— señaló el frasco que Emilia todavía tenía en las manos.

—De acuerdo— dijo Emilia al fin, abriendo el frasco. Había decidido correr el riesgo.

Emilia se llevó el frasco a los labios y bebió el contenido de un solo trago, como temiendo arrepentirse si se demoraba. Casi al instante, su cuerpo cayó hacia un lado de la silla, desvanecido. Augusto alcanzó a sostenerla de un costado y Clarisa se puso de pie de inmediato, rodeando la mesa para sostener a Emilia del otro lado.

—¿Qué le hiciste? ¿Qué…?— le demandó Augusto.

—Ayúdame a llevarla a la cama, ¡rápido!— le pidió Clarisa con urgencia, ignorando sus cuestionamientos.

Entre los dos, levantaron el cuerpo inconsciente de la chica y lo arrastraron hasta la cama, depositándolo sobre las suaves sábanas nuevas. Clarisa levantó con una mano la esquina derecha superior del colchón y sacó una gruesa cadena oculta que estaba anclada a la robusta pata de la cama de un lado y tenía un grillete metálico en el otro extremo. Hizo lo mismo en las cuatro esquinas de la cama, exponiendo sendas cadenas con grilletes.

—¿Qué es esto? ¿Qué estás haciendo?— le gritó Augusto.

—Busca vendas en aquel armario— le ordenó ella, haciendo caso omiso de sus protestas.

—No voy a ayudarte con esto, no voy a…— se negó Augusto.

—¡Rápido, Augusto! No tenemos mucho tiempo antes de que se produzca la transformación. Necesitamos contenerla, pero quiero vendar sus muñecas y sus tobillos para que no se lastime con el roce de los grilletes— lo cortó ella, exasperada.

Resoplando, Augusto obedeció y fue por las vendas. Con manos temblorosas pero ágiles, Clarisa vendó y esposó las manos y los pies de Emilia, encadenándola firmemente a la cama. Luego puso una almohada delicadamente bajo su cabeza y dio dos pasos hacia atrás, observando a la chica desmayada con ojos esperanzados.

—¿Y ahora qué?— preguntó Augusto.

—Ahora, esperamos— contestó Clarisa con la voz distante—. Ahora verás lo que quería mostrarte y comprenderás de qué se trata todo esto.

La transformación comenzó con una luminosidad blanquecina que cubrió todo el cuerpo de Emilia, envolviéndola, acunándola, protegiéndola. La burbuja de energía se hizo más y más brillante hasta que comenzó a ocultar los contornos del cuerpo, difuminándolos, haciendo que fueran imposibles de enfocar con la vista normal. Pronto, la forma física del ser que estaba atado a la cama comenzó a fluctuar, absorbiendo y despidiendo rayos de colores que se entrelazaban y reconstruían una nueva forma más estilizada. Los rasgos del rostro se transformaron, haciéndose más finos y delicados. Los brazos y las piernas se afinaron y se alargaron más allá de lo normal en un ser humano. Y de la espalda del ser, surgieron unas formas semitransparentes que se convirtieron en gráciles alas.




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