La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XII: LA MISIÓN DEL ALQUIMISTA - CAPÍTULO 58

El hada abrió los ojos y estudió su entorno. Augusto notó enseguida que la heterocromía había desaparecido: ahora, sus dos ojos eran de un azul profundo como el océano. Lo primero que el hada distinguió fue a Clarisa:

—Clarisa…— murmuró la criatura con voz soñolienta.

Clarisa sonrió con alivio al ver que el hada la reconocía:

—Mi reina— hizo una reverencia.

—Oh, Clarisa… mi querida Clarisa…— la miró el hada con ojos dulces—. Sabéis bien que hace mucho tiempo que no soy una reina.

—Para mí siempre lo serás— le sonrió Clarisa, tomando una de las manos esposadas de la criatura con cariño.

El hada despegó la mirada de su amiga por un momento y recorrió la habitación con ojos preocupados:

—¿Qué habéis hecho, Clarisa? ¿Por qué me habéis traído?— le reprochó a su amiga—. Conocéis bien el peligro…

—Tenía que hacerlo— se justificó Clarisa—. Nemain parece haber encontrado la forma de violentar tu voluntad sin las restricciones que habían prevalecido todos estos años. El tiempo que temías ha llegado. Debemos tomar acción— dijo con firmeza—. Además, he tomado precauciones— señaló.

La criatura observó los grilletes que la aprisionaban y tironeó de las cadenas, frunciendo el ceño. No parecía molesta por estar atada, sino que parecía más bien estar probando si eran lo suficientemente resistentes como para contenerla efectivamente.

—Son de titanio— manifestó Clarisa—. Resistirán— aseguró.

La criatura suspiró, poco convencida:

—No apruebo vuestro accionar, querida Clarisa— dijo—, pero lo hecho, hecho está, y ya que estamos aquí, sería bueno que os pusiera al tanto de las novedades lo más rápido posible, pues no sé cuánto tiempo de lucidez me quede antes de que Nemain tome posesión. La última vez, tuve un escaso minuto para advertir al pobre de Walter, y mi advertencia no fue escuchada, muy a mi pesar.

—No creo que debas preocuparte por eso— trató de tranquilizarla Clarisa, señalando los cristales alrededor de la cama—. He conseguido los cristales y los he dispuesto como me enseñaste para crear un campo de protección. Nada ni nadie puede detectar dónde estamos o quiénes somos— aseguró—. Estamos a salvo aquí.

El hada levantó la cabeza y recorrió el arreglo de cristales con atenta mirada, evaluando el trabajo de su amiga. Después de un momento, asintió, satisfecha:

—Todo parece estar en orden— consintió la criatura.

Clarisa se acercó y tomó uno de los grilletes para liberar al hada.

—¡No!— se negó el hada con vehemencia—. Dejad los grilletes puestos. No podemos correr riesgos.

Clarisa apretó los labios con reticencia, pero obedeció, dejando el grillete como estaba.

El hada llevó su atención por primera vez hacia Augusto, que seguía parado con el rostro estupefacto al pie de la cama, sin atinar a decir palabra. Clarisa consideró apropiado hacer las presentaciones formales:

—Augusto, te presento a Morgana, poderosa reina y sabia sanadora de almas.

—Clarisa exagera— protestó Morgana—. No soy poderosa ni reina, aunque lo fui alguna vez, y tampoco soy lo suficientemente sabia como para no haber podido evitar caer en las manos de mi enemiga.

—Es un honor…— intentó Augusto una reverencia.

—¿Quién es este muchacho?— le preguntó Morgana a Clarisa, intrigada.

—Su nombre es Augusto Miguel Cerbara, hijo de Juliana Maer y Luigi Cerbara, ahijado de Lug— lo presentó Clarisa.

—Eso ya lo sé— dijo el hada—. Conservo intactas las memorias de Emilia aunque ella no tenga acceso a las mías. A lo que me refiero es: ¿Quién es él para que lo hayáis traído aquí, revelándole mi verdadera identidad?

—Oh, mi reina— comenzó Clarisa con solemnidad—, éste es el Alquimista del lago, el que me pediste que buscara. Lo encontré hace unos meses en las tierras de Siberia y lo traje para ti.

—¿Ha accedido a ayudarnos?— preguntó Morgana.

—Sí— dijo Clarisa.

—No— dijo Augusto al mismo tiempo.

—Bueno…— dudó Clarisa—. Estoy trabajando en convencerlo— admitió.

—Esto es un error, un grave error…— murmuró el hada, meneando la cabeza.

—¿Por qué, mi señora? Te aseguro que lo convenceré, te aseguro que…

—No Clarisa, no entendéis— la cortó Morgana—. Habéis condenado a un inocente al exponerlo de esta manera a mi presencia. Cuando Nemain se haga de nuevo con mi persona, tendrá acceso al nombre y al aspecto de Augusto. Sabrá que él es el nuevo Alquimista y no parará hasta destruirlo como lo hizo con Darien.

—No— la contradijo Clarisa—. No permitiré eso. Ya te dije que estás protegida aquí, que Nemain no puede ejercer su voluntad sobre ti en este lugar.




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