La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XIII: EL OJO VERDE - CAPÍTULO 63

Cuando el tiempo y el espacio han sido suspendidos, el movimiento no es posible y el escape se hace innecesario, pues el ser simplemente es, independientemente de las circunstancias.

Las palabras de una de sus visiones tomaron sentido de repente en la mente de Madeleine. Sí, ella existía más allá de todos los parámetros físicos. Eso era lo que el Ojo estaba tratando mostrarle. Respirando hondo, cruzó los brazos por el frente de su torso, abrazándose, y cerró los ojos, dejando que la enredadera la alcanzara sin oponer resistencia. Sintió las ramas trepando por su espalda, envolviendo como garras verdes sus brazos, sus manos, su rostro. Madeleine usó la respiración para mantenerse en calma, en un estado neutro de balance, de equilibrio. Las puntas finas y aguzadas de las ramas penetraron su piel. Y sus venas se volvieron ramas, y su sangre se volvió savia, y poco a poco, su ser se hizo uno con el corazón del Ojo Verde.

Sin necesidad de ver con sus ojos físicos ni de oír con sus propios oídos, sin necesidad de tocar con sus manos, Madeleine supo que estaba ahora en el centro mismo del Ojo. Ella era el Ojo, y desde esta nueva forma de existencia, de verde experiencia, percibió y comprendió por primera vez su unión con el todo. Y al ser el Ojo mismo, pudo ver, ver de verdad, sin barreras, sin bloqueos, y de una manera tan transcendente como nunca había imaginado posible. Vio el universo y su esencia, vio la unidad y la fragmentación, que no era más que una extensión de la unidad, diversificada en creación, enriquecida en diferencias, en opciones, en elecciones. Vio el pasado, el presente y el futuro como simples ángulos del mismo punto. Vio la existencia estática y a la vez en movimiento, multiplicándose en miles de circunstancias, miles de millones de líneas de tiempo, tantas, que la mente física no podía abarcarlas ni comprenderlas todas. Y se vio inundada por estas líneas, por cambios infinitos e incesantes, posibilidades y hechos, ilusiones y realidades, todas intercambiables e ilimitadas. En un afán por comprender lo incomprensible y por abarcar lo inconmensurable, su mente comenzó a ahogarse, avasallada por un conocimiento inefable para su mente física, para su identidad individual. Y cuando estaba a punto de sucumbir a la locura, a la demencia de realidades yuxtapuestas en una cacofonía confusa e infernal, otra frase de sus visiones llegó hasta ella para ayudarla a sobreponerse de esta sobrecogedora experiencia: Enfócate en la relevancia.

Madeleine abrió sus ojos físicos de repente: relevancia. Ante la magnificencia de la totalidad de la existencia en todas sus formas, se dio cuenta de que no todas eran relevantes para su experiencia actual. No necesitaba dominarlo todo, saberlo todo, sólo le hacía falta tener acceso a las líneas temporales, a los hechos, a las decisiones y a las realidades que eran relevantes para el individuo que era ahora: Madeleine.

—Soy Madeleine— murmuró con voz suave y tranquila.

De inmediato, la cantidad de líneas temporales se redujo de forma drástica y se vio a sí misma como un punto en el centro de muchas líneas de energía. Recorrió las líneas con atención, y enseguida vio que algunas representaban hechos pasados y otras eran posibilidades futuras. Vio también que cada línea del pasado se conectaba con una línea específica del futuro, pero desde el punto donde estaba, podía elegirlas y combinarlas como quisiera, re-crearse a su antojo. Pero no había venido aquí a re-crearse, sino a conocerse. El deseo que la había consumido todos estos años era el de recuperar su memoria. Necesitaba imperiosamente recobrar su pasado, para poder estar completa, para poder entender.

Madeleine buscó entre las miles de líneas de su pasado hasta que encontró la que estaba buscando, la que la llevaría a recobrar su memoria. Para su sorpresa, lo primero que descubrió fue que su nombre no era Madeleine. Las imágenes de su historia personal pasaron ante ella a gran velocidad. Algunas eran brillantes, hermosas, llenas de felicidad, pero la mayoría estaban teñidas de violencia, de dominación forzada, de engaño, de tortura y de muerte. Las pasiones desbordadas de su historia la invadieron, la sofocaron, la horrorizaron de tal forma que no pudo sostenerse en pie y cayó de rodillas ante el peso de sus propias acciones pasadas. ¿Cómo era posible que su mente hubiera concebido y que su cuerpo hubiera sido el artífice de semejantes sucesos? Las aberraciones de las que había sido inequívoca autora la acometieron con helada crudeza. Y comprendió quién era ella en verdad, y deseó no haber abierto nunca esta caja de Pandora.

Jadeando en desesperación ante el descubrimiento de su verdadera identidad, Madeleine se llevó las manos al rostro y rompió en desconsolados sollozos.

—Mátame, mátame ahora mismo— rogó al Ojo Verde.

—¿Por qué?— escuchó una voz profunda que emanaba de todas direcciones al mismo tiempo.

—Porque no merezco vivir— lloró ella con amargura.

—No te he mostrado tus acciones pasadas para atormentarte ni para juzgarte— le dijo el Ojo—. Esa no es mi función.

—¿Cuál es tu función, entonces?— lo cuestionó ella.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.