La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XIV: MADRE E HIJO - CAPÍTULO 67

Lug suspiró y se envolvió nuevamente en su vacío sopor al percibir que varias personas entraban en su habitación. Si pensaban que iban a convencerlo de intervenir en lo que no debía, llenando su habitación de gente, iban a desilusionarse pronto. Había resistido a las apelaciones de Dana y de Llewelyn, por lo que ellos habían metido a Ana en el asunto. Varias de las maniobras de Ana lo habían sorprendido por su audacia y su potencia, adquirida por muchos años de práctica con su habilidad, pero ninguna había sido suficiente para obligarlo a claudicar o a siquiera revelar las razones de su elección de inacción. ¿A quién más habrían traído ahora para tratar de forzarlo? ¿A Alaris? ¿A Zenir? No importaba, no iba a ceder, no iba a causar más muertes por implicarse en cuestiones que no le correspondían.

Simulando total desinterés en las personas que habían ingresado a su dormitorio, Lug se tapó con las mantas hasta la cabeza, fingiendo dormir. Y entonces, escuchó esa voz:

—Hola, hijo, tenemos que hablar.

Aquella voz era la última que Lug pensó que escucharía en aquél preciso momento. Pero lo que más lo conmocionó y le heló la sangre fue que la voz que había reconocido perfectamente lo llamara “hijo”.

Lentamente, con manos temblorosas, Lug corrió las mantas de su cabeza y emergió de su letargo, clavando sus ojos en los de Marga con una mirada entre sorprendida, cautelosa y vehemente. ¿Era posible que en un intento por traerlo de vuelta a los asuntos del mundo de los que se había retirado voluntariamente, sus allegados no habían tenido mejor idea que cometer la locura de devolverle los recuerdos a Marga y traerla ante él? No, no podía ser, no podía creerlo. Dana no lo hubiese permitido, y Llewelyn mucho menos. Y Cormac… ¿Cormac? Su mirada saltó a la de su amigo y cómplice en el borrado de memoria de su madre. ¿Cómo era posible que Cormac lo hubiese traicionado de esta manera? Era imperdonable.

Cormac bajó la vista, avergonzado, y tragó saliva. Luego la volvió a levantar, estremeciéndose ante la terrible mirada de Lug. Abrió la boca para explicar, pero Marga le ganó de mano:

—No fue Cormac— dijo Marga, respondiendo a la demanda silenciosa en la mirada de Lug—, fue el Ojo Verde.

El Ojo Verde vigila el bosque protegido, esperando el despertar de los recuerdos, retumbaron las palabras en la mente de Lug. Había pensado que esa línea del texto del túmulo se refería a Emilia y al bosque de Walter, pero se había equivocado completamente. ¿Qué otras cosas habría malinterpretado? Y más importante, ¿qué papel tenía Marga en todo esto? Las implicaciones lo sacudieron de lleno internamente, y después de veinticinco días de mutismo auto-impuesto, Lug pronunció sus primeras palabras con voz ronca pero autoritaria:

—¡Todo el mundo afuera, excepto Marga y Dana!

—Oh, no otra vez— gruñó Cormac por lo bajo. La frase “ojo verde” lo dejaba fuera de la acción por segunda vez y no entendía por qué.

Llewelyn apretó con fuerza el pomo de su espada envainada, plantándose en medio del dormitorio, inamovible. Ana abrió la boca para protestar con ímpetu. Pero Dana los frenó en seco:

—Será mejor que hagan lo que dice— dijo con firmeza.

Ana resopló, disgustada, pero aceptó la orden, saliendo de la habitación. La siguieron Randall y Cormac. El último en salir fue Llewelyn, quien antes de cerrar la puerta tras de sí, se volvió hacia su madre y le dijo:

—Estaremos en la cocina. Si intenta algo, no tienes más que llamarnos.

—Gracias, Llew— le sonrió Dana, pero no le estaba agradeciendo por su ofrecimiento de ayuda, sino por haber aceptado las órdenes de su padre.

Llewelyn asintió con el rostro serio y cerró la puerta, dejando solos a los tres.

—Tal vez deberíamos atarla a una silla, como la última vez— propuso Dana a Lug con voz tensa.

Lug no le contestó. No era que le faltaran ganas de aceptar lo que su esposa proponía, sino que su atención estaba total y absolutamente enfocada en su madre. Estaba ante un ser que tenía demasiado poder sobre él y no tenía intenciones de distraerse y descuidarse. Dana percibió enseguida sus propósitos y guardó silencio para no desviarlos. Entendió que Lug le había permitido quedarse para que oficiara de testigo y de protección contra cualquier subterfugio que Marga tuviera en mente.

—Dijiste que querías hablar, te escucho— le dijo Lug a Marga con tono helado.

—El mensaje que recibiste era incompleto— comenzó Marga, yendo al grano—. Llegó a tus manos y a la de tus amigos de forma fragmentada con el propósito de confundirlos y desviarlos, con el propósito de manipularlos. Las palabras mismas del mensaje fueron deliberadamente envenenadas para causar miedo, discordia y para llevarlos a las decisiones incorrectas, o más bien a las decisiones correctas para los propósitos para los cuáles fue quebrantado en primer lugar.

Marga se descolgó su mochila de la espalda, la abrió y hurgó adentro, buscando algo. De inmediato, Dana desenfundó un puñal oculto en su bota derecha.




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