La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XVI: AVALON - CAPÍTULO 78

Clarisa suspiró y se revolvió inquieta en su silla. Paseó la mirada entre Morgana y Augusto, y finalmente se decidió a explicar:

—Después de rescatarte de los hombres de Munster, restauré el Ojo Azul— le confesó a Augusto.

—¿Para qué? Ya me habías encontrado, no necesitabas rastrearme más— la cuestionó él.

—Bueno…— dudó ella—. El Ojo Azul tiene otras funciones además de las de protección y rastreo.

—¿Qué funciones?— la presionó Augusto.

—Cortar tu lazo con Lyanna para esconderte de ella— dijo Clarisa con un hilo de voz.

—¡¿Qué?!— se puso de pie Augusto de repente, golpeando furioso la mesa con un puño cerrado.

—Gus, tienes que entender que…

—¡No me llames Gus!— le gritó él—. ¿Cómo pudiste hacerme esto?— meneó la cabeza enojado. Y luego comprendió: —Ahora lo entiendo, Lyanna no te echó de Baikal por querer protegerme o rastrearme, te corrió porque sabía que estabas tratando de separarme de ella.

—Lo siento, Augusto. No tuve alternativa— trató de disculparse ella.

—¿Alternativa? ¿Y qué hay de mis alternativas? Todo el tiempo están diciéndome que mi colaboración debe ser voluntaria, pero no me permiten elegir, solo me fuerzan, me manipulan para que las ayude— le recriminó Augusto.

—Si te hubiese dicho desde el principio que tu lazo con Lyanna estaba cortado, ¿me habrías dado la oportunidad de explicarte que era por tu bien y el de ella?— lo cuestionó Clarisa.

Augusto suspiró sin contestar.

—¡No, claro que no!— siguió ella con vehemencia—. La liberación de Morgana no puede hacerse a costa de permitir que Lyanna entre en la Tríada. ¿Entiendes que no podía arriesgarme siquiera a explicárselo, y menos aún a confrontarla con Morgana?

Augusto se volvió a sentar en la silla y se agarró la cabeza con las manos.

—Me temo que Clarisa tiene razón— intervino Morgana suavemente—. Si decidís ayudarnos, debe ser sin el conocimiento de Lyanna. De otra forma, vuestra cooperación es inaceptable, pues el riesgo sobrepasa el beneficio.

—No tiene importancia— murmuró Augusto—. De todas formas no puedo ayudarlas.

—¿Por qué no?— quiso saber Morgana.

—Ya se lo expliqué a Clarisa— respondió él—. Mi habilidad no está lo suficientemente desarrollada para siquiera intentar lo que me piden.

—Me temo que apresuré las cosas— dijo Clarisa, apesadumbrada—. El plan no puede completarse.

Morgana se mantuvo en silencio, sin intentar confortar a Clarisa.

—Tal vez… tal vez podríamos pedir ayuda a Avalon— propuso Clarisa tentativamente.

El rostro de Morgana palideció y su mandíbula se tensó visiblemente ante la mención de Avalon.

—No— dijo el hada con los dientes apretados.

—¿Qué es Avalon?— preguntó Augusto. Conocía la palabra de las leyendas arturianas, pero no estaba seguro de cuánto de verdad había en ellas.

—Avalon es como Baikal— respondió Clarisa—. Es un santuario, un lugar especial donde las limitaciones proyectadas por la red electromagnética de la luna no tienen influencia. Así como Lyanna ha protegido a Baikal, volviéndolo invisible para la percepción física de los humanos, las hadas, al mando de Morgana, hicieron lo mismo con Avalon y lo convirtieron en su morada secreta.

—¿Morgana está al mando de Avalon?— inquirió Augusto.

Clarisa hizo una mueca dolorosa ante la fibra sensible tocada por el Alquimista con esa específica pregunta, pero igualmente contestó con sinceridad:

—Morgana solía ser la reina de las hadas en Avalon— explicó—, pero su participación en la Tríada fue repudiada por las de su raza, y como consecuencia, votaron su destitución y exilio.

—Entonces, tu idea de pedir ayuda a Avalon no es muy factible que digamos— opinó Augusto.

—La de las hadas es una raza pura y noble— manifestó Clarisa—. Si les explicamos que Morgana ya no es parte de la Tríada, que quiere escapar de la siniestra influencia de Nemain, estoy segura de que aceptarán perdonarla y ayudar a una hermana en desgracia para que recupere su esencia primigenia.

—No— volvió a decir Morgana desde la cama con voz ronca. Había lágrimas en sus ojos.

—Oh, mi amada reina— le rogó Clarisa—, por favor, no dejes que el orgullo se interponga en esta hora desesperada.

—No es orgullo— dijo Morgana con un hilo de voz—. Me arrastraría por el fango ante mis hermanas, suplicando su ayuda, si eso sirviera de algo.

—¿Entonces? ¿Crees que Avalon tiene un corazón tan duro e intransigente que no puede ablandarse ante la apremiante necesidad de uno de los suyos?— preguntó Clarisa.

—Ojalá así fuera— murmuró Morgana con un nudo en la garganta—. Más les hubiese valido matarme sin compasión que abrir su generosidad a mi miseria— rompió en sollozos el hada.




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