La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XVII: MÁS REVELACIONES - CAPÍTULO 83

—¡Vamos!— azuzó Lug a Cormac de mal humor.

—Necesito un minuto— pidió Cormac, de rodillas junto a un árbol, con su mano derecha apoyada en el tronco y la izquierda en su estómago, tratando de calmar las náuseas.

—No me retrases, Cormac— le advirtió Lug, internándose en el rojo bosque de Medionemeton sin esperarlo—. No quiero dejar a Marga sola con Randall y Ana por mucho tiempo.

—Sí, sí, entiendo— protestó Cormac, haciendo un esfuerzo por recuperar la compostura—. Pero ya sabes que la teletransportación no me cae bien— agregó, poniéndose de pie con dificultad y siguiendo a Lug como mejor pudo.

Cormac miró hacia su derecha y vio el claro límite entre los árboles normales y los balmorales de Medionemeton. Más allá, pudo vislumbrar entre los troncos una masa de agua tranquila y azul, bordeada de pinos:

—¿En qué parte estamos?— preguntó a Lug.

—En el borde este, cerca del lago Maet— respondió el otro.

—Nunca había estado en el lago Maet— murmuró Cormac—. Es magnífico.

—Me alegro de que te guste— le dijo Lug con tono poco amistoso—, pero trata de enfocarte, no estamos aquí por la vista ni para que agregues más información a tu basta memoria.

—Lug, entiendo que estés enojado conmigo— trató de apaciguarlo Cormac—, pero este asunto de Marga no es enteramente mi culpa. Fue Anhidra la que…

—Lo sé— lo cortó Lug—, pero fuiste tú el que la trajo hasta Medionemeton en primer lugar— le reprochó.

Cormac abrió la boca para explicar que no había sido él el que la había llevado a ella, sino ella a él, pero luego decidió cerrarla sin decir palabra, pues su justificación lo embarraba más que su silencio.

Una patrulla de mitríades no tardó en rodearlos. Automáticamente, Cormac desprendió su espada envainada y la arrojó al piso, levantando las manos en señal de rendición. Lug no llevaba espada, así que no necesitó desarmarse, pero no levantó las manos como Cormac. Las mitríades lo estudiaron por un largo momento. Una de ellas reconoció su rostro y su atuendo:

—¿Lug?— inquirió, bajando el arco con el que le apuntaba a la cabeza.

—Sí— le confirmó él—. Necesito hablar con Anhidra. Es urgente.

La mitríade hizo un gesto a sus compañeras para que bajaran sus armas y luego se inclinó levemente ante Lug:

—Os llevaré con ella.

—Gracias. ¿Cómo te llamas?

—Arelia, señor— respondió ella, haciendo una profunda reverencia.

—Sin reverencias, Arelia. Sólo guíanos, el tiempo apremia— le dijo Lug.

—Sí, señor— respondió ella un tanto envarada.

Sin perder tiempo, las mitríades escoltaron a Lug y a Cormac hasta la ciudadela oculta en el bosque rojo. Para cuando llegaron, Anhidra ya había sido informada sobre los visitantes y los recibió directamente en el lugar privado donde había hablado a solas con Marga. Saltándose todos los protocolos de bienvenida y hasta la mera cortesía de un simple saludo para los recién llegados, Anhidra le espetó a Cormac con urgencia:

—¿Dónde está Madeleine?

Fue Lug el que le respondió:

—Contenida, no te preocupes por ella— la tranquilizó.

—Lug, debéis saber que ella ha recuperado la memoria— le informó Anhidra de inmediato.

—Lo sé. Es por eso que hemos venido a hablarte.

—Queréis saber cómo sucedió— adivinó Anhidra.

—Sí— le respondió él.

Más sosegada, ahora que sabía que Marga no estaba libre por ahí, haciendo estragos, Anhidra recordó sus modales e invitó a Lug y a Cormac a sentarse, mientras ordenaba que les trajeran algo de té y comida.

—Dime cómo te convenció Marga para que la dejaras entrar al Ojo Verde— le pidió Lug a Anhidra.

—Me dijo que era la única manera de rescatar a Merianis— respondió ella.

—¿Y le creíste?

—Como Madeleine, estaba diciendo la verdad— se escudó ella.

—¿Y después? ¿Siguió diciendo la verdad como Marga?

—Sí, pero cuando le recordé su promesa de ayudarnos a rescatar a Merianis, me evadió sin contestarme directamente.

—Supongo que no habló de cómo pensaba exactamente rescatarla, ¿o sí?

—No— meneó la cabeza Anhidra—. Sólo dijo que estaba en una celda de cristal en el otro mundo, y que ella podía rescatarla si pasaba por la prueba del Ojo Verde. Ni siquiera entiendo cómo pudo sobrevivir sin ser una mitríade.

—Al parecer, comparte parte de la esencia de una mitríade— explicó Lug.

—¿Qué?— entrecerró los ojos Anhidra con incredulidad—. ¿Cómo? ¿De quién? ¿De Merianis?




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