Después de que los guardias comprobaron su identificación, abrieron el portón principal y dejaron pasar al teniente Torres con su jeep. Sentada a su lado, en el asiento del acompañante, Lyanna observó con atención los enormes jardines de la mansión, rodeados por una cerca electrificada de casi tres metros de alto. Por los senderos bordeados de hermosas flores, los guardias armados, con rostros adustos, acompañados de perros de ataque, parecían una irreconciliable incongruencia para la belleza del lugar.
Torres estacionó el jeep frente a la entrada principal de la mansión y bajó de un salto. Rodeó el vehículo y abrió la puerta de Lyanna, invitándola a bajar. Ella agradeció el gesto con una inclinación de cabeza y bajó del vehículo. De pronto, escucharon unos gritos desesperados desde la derecha. Ambos giraron las cabezas para averiguar la razón del alboroto.
—¡Maldición!— gruñó Torres, desenfundando su pistola.
Uno de los feroces perros se había soltado de la cadena con que lo sostenía uno de los guardias y había emprendido una carrera enloquecida hacia ellos. El teniente levantó su arma, apuntando con precisión al animal que se acercaba vertiginoso a atacarlos.
—No— dijo Lyanna con firmeza, tomando la muñeca de Torres y desviando su arma hacia abajo justo en el momento que el militar disparaba.
La bala se enterró en un macizo de flores.
—¿Está loca?— le gritó Torres—. ¡Está fuera de control!
Pero ella hizo caso omiso a sus gritos y se colocó entre el teniente y el perro enloquecido, como dando a entender que tendría que matarla a ella para llegar al animal. Torres no tuvo tiempo de apartarla, el perro ya estaba sobre ella.
Ante los ojos atónitos de todos, Lyanna se acuclilló frente al animal con una sonrisa y abrió los brazos. El perro frenó su carrera en seco, pero la inercia lo hizo chocar contra el cuerpo de Lyanna, quien lo contuvo y lo abrazó con cariño. La violencia del animal se disolvió como por arte de magia, y el fiero can, adiestrado para desmembrar a cualquier intruso, comenzó a lamer la mano derecha de Lyanna como si le diera la bienvenida a su largamente esperada dueña.
—Lo sé, lo sé— le murmuró Lyanna, acariciándole la cabeza y rascándolo atrás de las orejas.
—¿Cómo…?— tartamudeó Torres, estupefacto.
—No quiere estar aquí, no le gusta este trabajo— explicó Lyanna, como si comunicarse con perros fuera lo más normal del mundo—. Ha estado tratando de decírselos pero no le entienden.
El guardia del que el perro había escapado llegó hasta ellos, jadeando:
—Señor…— comenzó, tratando de disculparse con Torres.
—Llévatelo de aquí— le ordenó el teniente fríamente.
—Sí, señor— enganchó el guardia la cadena al collar del animal, arrancándolo de los brazos de Lyanna.
El perro forcejeó frenético, pero Lyanna le apoyó una mano en la cabeza y le dijo:
—Te sacaré de aquí, lo prometo.
Las palabras de ella calmaron al animal al instante y se dejó llevar dócilmente por el guardia, aunque no le quitó la mirada suplicante a Lyanna de encima durante todo el trayecto, hasta que el guardia lo llevó rodeando la mansión, fuera de la vista de ella.
—¿Qué es este lugar?— le preguntó Lyanna a Torres con tono de reproche—. ¿Por qué hay tanta hostilidad aquí?
—Será mejor que entremos a la casa— le dijo Torres, sin responder a sus preguntas.
Ella cerró los ojos por un momento y recorrió el lugar con su mente. De inmediato, descubrió dos cosas importantes: Ni Merianis ni Augusto estaban allí, y alguien los observaba atentamente desde una de las ventanas del piso superior. Lyanna abrió los ojos y dirigió su mirada hacia el observador silencioso, pero quienquiera que fuera, cerró las cortinas abruptamente al verse descubierto y ella no alcanzó a distinguirlo.
—Sí— murmuró Lyanna más para sí que para Torres—, entremos a la casa—. Su instinto le decía que el observador misterioso tenía conocimiento del paradero de la mitríade y de su esposo.
Al entrar en el enorme recibidor, los guardias apostados a los lados de la puerta saludaron a Torres con una inclinación de cabeza.
—El general está en su oficina— le informó uno de los guardias.
—Gracias— asintió Torres.
Lyanna se dirigió prontamente hacia las escaleras. Su objetivo era confrontar al observador. Pero Torres la detuvo de un brazo:
—Por aquí— le indicó un pasillo estrecho hacia la izquierda, desviándola de la escalinata principal.
—Necesito hablar con él— dirigió su mirada Lyanna hacia el piso superior.
—Creí que su prioridad era ver a la criatura— frunció el ceño Torres, preguntándose si ella conocía al general.
—Ella no está aquí— le replicó Lyanna, haciéndole ver que había descubierto su engaño.
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Editado: 14.10.2019