La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XVIII: PLANES ARRIESGADOS - CAPÍTULO 90

El sonido de pasos bajando las escaleras hacia el sótano interrumpió los pensamientos de Lyanna. Soltó el grillete y se acercó a la reja de la celda. Torres encendió la luz, y Lyanna pudo ver que detrás del teniente, venía un hombre fornido de unos cincuenta años, vestido con un traje impecable. Supo de inmediato que éste era el general, el observador misterioso que tenía las respuestas que ella estaba buscando.

—Soy el general Munster— se presentó el hombre de traje—. El teniente Torres dice que eres una Sanadora.

Lyanna lo miró de arriba a abajo y enseguida se dio cuenta de que algo estaba mal con su forma física.

—Ese no es ni tu verdadero nombre ni tu verdadero aspecto— entrecerró ella los ojos, intrigada.

Inconscientemente, Munster dio dos pasos hacia atrás, alejándose de la reja. ¿Quién era esta mujer? Torres le había dicho que ella era una Sanadora, que había sanado al hijo de Suárez, y que el niño la había convocado para que rescatara a Merianis. Entre los dos habían concluido que Lorcaster la había reclutado para que reemplazara a Rory, pues su poder había probado ser ineficiente en este mundo, pero aquella joven rubia era mucho más que eso. Era obvio que ella podía ver dentro de su mente, que podía percibir su forma real… Munster se encerró de inmediato en una burbuja de energía protectora, bloqueando el escrutinio de la chica.        

Lyanna suspiró decepcionada al verse coartada y tomó la precaución de subir sus defensas también, imitando al general.

—¿Quiere que comencemos con las pruebas?— le ofreció Torres a Munster, apoyando una caja metálica de herramientas que traía en una mano en el suelo y abriéndola para revelar varios instrumentos cortantes.

—No— dijo Munster sin quitar los ojos de Lyanna.

De pronto, el general se dio cuenta de que si la chica había podido meterse en su mente con tanta facilidad, podría hacer lo mismo con Torres, manipularlo, ponerlo en su contra, incluso hacer que lo atacara. Por un momento, Munster paseó una mirada nerviosa entre el teniente y los artilugios de tortura que descansaban en la caja.

—¡Salga de aquí, teniente!— le ordenó con voz perentoria.

—¿Señor?

—¡Fuera de aquí, Torres!— le gritó—. Déjeme solo con ella. Y vigile que nadie entre aquí— agregó—. ¡Nadie! ¿Entendió?— insistió el general.

—Sí, señor— respondió Torres con una rígida venia, subiendo las escaleras con pasos apresurados y cerrando la puerta del sótano tras de sí.

Munster se volvió hacia Lyanna:

—¿Quién eres?—  quiso saber.

—Mi nombre es Lyanna.

—¡Lyanna!— se horrorizó Munster dando otro paso hacia atrás—. ¡¿La hija de Lug?!

—Sí— le confirmó ella—. He venido por Merianis. ¿Dónde está ella?

El general se quedó mudo, sin atinar a contestar nada. ¡Lyanna! ¡La mismísima hija de Lug! ¡En una celda de su mansión! Aquello era más que inesperado, fuera de toda predicción… Pero aquella joven… parecía tener unos veinte años… no podía ser.

—Creí que la hija de Lug tenía once años— dijo Munster, arrugando el entrecejo.

—En realidad, ya cumplí los doce— lo corrigió ella.

—Entonces, ¿cómo…?— señaló él el cuerpo de ella.

—Tú no eres el único que puede cambiar de forma a voluntad— explicó ella.

Munster tensó la mandíbula, preocupado. ¿Hasta dónde llegaba el poder de esta chica? Sin pensarlo dos veces, intentó meterse en la mente de ella, estudiarla, encontrar sus puntos vulnerables, pero se encontró con una pared de energía impenetrable. Entendió que no podría tocarla ni física ni mentalmente a menos que ella lo permitiera. Lyanna percibió enseguida el intento de intrusión del general:

—Eso no es cortés— le reprochó.

Munster la miró como si no supiera de lo que estaba hablando.

—Bueno…— agregó Lyanna—. Tampoco es cortés tenerme en esta celda. ¿Acostumbras siempre a manipular y limitar la libertad de otros?

El general siguió estudiándola en silencio, sin escuchar realmente los comentarios reprobatorios de ella. Su presencia en la mansión cambiaba las cosas, las cambiaba profundamente, pero Munster no sabía todavía cuáles eran las consecuencias de ese cambio. Tenía que averiguar más sobre ella, conocer qué la movía a actuar, conocer hasta dónde llegaba su poder y su inteligencia para usarlo efectivamente. El hecho de que ella se hubiera tomado tantas molestias por rescatar a Merianis ya hablaba de sus necesidades y deseos, y le daba a Munster elementos con los que negociar con ella, pero necesitaba algo más: necesitaba saber por qué había expuesto su persona de esa manera ante él, por qué se había dejado atrapar tan fácilmente. ¿Era posible que ella misma no conociera el alcance de su propio poder? ¿O tal vez solo era una niña sin experiencia que no tenía la madurez para comprender cómo se manejaban las cosas en este mundo? Si era así, usarla sería más fácil de lo que Munster había imaginado, pero no podía arriesgarse a ir por ese camino sin antes estar seguro de que era el correcto.




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