La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XVIII: PLANES ARRIESGADOS - CAPÍTULO 91

Munster observó a Lyanna vaciando ávidamente un vaso de zumo de naranja que él le había hecho traer por sus sirvientes. Estaban sentados uno frente a la otra en la pequeña mesita circular, debajo de la florecida glorieta en la terraza de la mansión, en el mismo lugar donde había tratado con el chico MacNeal. Bebiendo su jugo, Lyanna parecía una niña inocente tomando su merienda, nada más. Y sin embargo, era mucho más que eso.

El general se preguntó por qué Lorcaster no había tenido en cuenta a la hija de Lug en sus planes, pero después de un momento, se dio cuenta de que en realidad, sí lo había hecho: La niña-mujer libre no puede intervenir de forma eficiente a menos que comprenda la función de sus vínculos. Aquella oscura línea, que nunca había comprendido cabalmente hasta ahora, se refería a Lyanna: la niña en cuerpo de mujer. Y si la hija de Lug no comprendía bien la función de sus vínculos, Nemain le podía explicar esa función de forma convenientemente sesgada, manipulándola para que apoyara sus deseos.

—Este lugar es mucho más bonito que la celda— dijo Lyanna, apoyando el vaso vacío sobre la mesa y mirando en derredor.

—Así es— le sonrió Munster.

—¿Por qué el cambio en la forma de tratarme?— inquirió ella.

—Porque me equivoqué y quiero rectificar eso— le contestó él.

—¿Vas a decirme dónde está Merianis?

—Sí— afirmó él, pero Lyanna no tenía forma de saber si le estaba diciendo la verdad: Munster seguía manteniendo en alto sus defensas.

—¿Y Augusto y Rory? ¿Me dirás dónde están también?

—Sí— le confirmó el general nuevamente.

—Muy bien— se puso de pie Lyanna—, entonces no hay tiempo que perder. Llévame con ellos.

—Siéntate, por favor— la detuvo Munster—. Antes de que te diga lo que quieres saber, debemos hablar.

—Quieres algo a cambio— comprendió Lyanna, volviendo a sentarse, despacio.

—Eres muy perceptiva, Lyanna, aún sin poder entrar en mi mente— la halagó el general—. Sí, te propongo una negociación— admitió—, pero no tienes nada que temer: no te pediré nada que no quieras darme de todas formas.

—¿De qué se trata?— quiso saber ella, entrecerrando los ojos con desconfianza.

—Creo que es hora de que sepas quién soy— respondió él, abriendo los brazos.

Lyanna lo observó, entre azorada y fascinada, mientras Munster comenzaba a cambiar. Sus rasgos se suavizaron y se afinaron, sus gruesas manos masculinas se volvieron más delgadas y delicadas. Un cabello abundante y rojo comenzó a crecer en su cabeza, extendiéndose vertiginosamente hasta llegar a ser tan largo que le pasaba la cintura. En su nueva forma femenina, el traje de Munster le colgaba holgado de los hombros, demasiado grande para su verdadero cuerpo. Lo único que seguía igual, eran sus ojos negros, fríos y penetrantes.

—Mi nombre es Nemain y este es mi verdadero aspecto— anunció la pelirroja—. Soy tu abuela materna, Lyanna.

—¿Qué?— atinó a decir Lyanna con la boca abierta de asombro.

—Adelante, entra en mi mente, velo por ti misma, yo te lo permito— le dijo de forma solemne.

Lyanna conectó su mente con la de Nemain, tentativamente al principio, y sumergiéndose luego sin miedo ante la generosa invitación. Lo que vio allí la envolvió como un torbellino impetuoso, arrastrándola sin miramientos a experiencias y emociones que nunca había imaginado posibles. La intensidad de las vivencias de su abuela la dejó sin aliento, pero eso solo aumentó en ella un apetito irrefrenable que la hizo zambullirse aún más hondo en aquella increíble mente, tan hondo que se perdió a sí misma en la conexión, volviéndose uno con su abuela. Nunca había experimentado una unión semejante, ni siquiera con Augusto. Nunca había sospechado que podía existir un sentimiento de unicidad tan vasto, expansivo, inefable. Era como si toda la vida hubiese vivido solo parcialmente, en un fragmento de su alma, desconociendo que había mucho más para explorar de sí misma. Y lo que le faltaba estaba allí, a su alcance, en la persona de Nemain. Miles de años de experiencias, lecciones, aprendizajes, desengaños, realizaciones de acciones extremas con las que Lyanna no había nunca soñado.

Y en esta extraordinaria unión sin precedentes, caminó por campos de batalla, escuchando el clamor de los guerreros, los gritos de agonía y de victoria, el fracaso y el triunfo, los opuestos, presentes en el mismo lugar, en el mismo momento, unidos por ríos de sangre y muerte. Las escenas de violencia inenarrable, que en otro momento la hubieran horrorizado, eran en esta unión con Nemain una forma de éxtasis orgásmico inacabable. Nunca había imaginado que había tal pasión incontenible y sublime en la más abyecta oscuridad de un alma, un alma que era una parte de ella. Sí, ahora lo comprendía: Nemain y ella eran una misma alma. Explorar su mente era como estudiarse a sí misma, encontrarse, conocerse por completo al fin.




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