La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XIX: VENENO - CAPÍTULO 93

—Tal vez deberías acostarte —le sugirió Liam a Rory, que descansaba sentado en un sillón de la sala de estar de los Cerbara.

—Estoy bien —le respondió Rory.

—Puedo traerte unas mantas y…

—Estoy bien, en serio —le reiteró Rory, aunque su rostro pálido y sus músculos tensos evidenciaban que el efecto de los calmantes estaba pasando y el dolor volvía a agobiarlo en oleadas cada vez más fuertes.

Pero eso no importaba para Rory. Estaba a salvo, fuera del alcance de Munster, y eso era suficiente para que su esperanza de una recuperación física y emocional volviera a encenderse. Lo que le preocupaba, sin embargo, era este absurdo plan de Liam que no alcanzaba a comprender.

—Lo siento, esta espera me pone muy nervioso —se disculpó Liam.

—Tranquilízate. Augusto nunca sospechará de ti, eres su mejor amigo. Hará lo que le digas —le dijo Rory—. Yo te ayudaré a convencerlo.

—No es Augusto el que me preocupa sino su madre, Juliana —replicó Liam.

Rory no conocía a Juliana personalmente y no entendía bien el comentario de Liam, pero asumió que su amigo temía que la madre de Augusto no aceptara su plan. No sabía cómo responder a eso, así que se mantuvo en silencio. En la última hora, después de que Bruno los dejara en la casa de los Cerbara, su conversación con Liam había sido obtusa y llena de vaguedades carentes de sentido. Había tantas cosas que Rory quería preguntarle a Liam… pero sabía que debía abstenerse ante la posibilidad de revelar algo inconveniente que llegara a los oídos de Munster.

Liam escuchó el motor de un coche que estacionaba en la entrada de la casa y corrió hasta la ventana.

—Son ellos —sonrió, aliviado.

La tediosa espera había terminado, y ahora era tiempo de actuar en una cuidadosa obra de teatro diseñada para atrapar a Nemain.

Liam abrió la puerta del frente y recibió a los recién llegados. La primera en entrar fue Juliana. La siguieron, Luigi, Bruno, Polansky y Allemandi.

—Liam —lo abrazó Juliana—. ¿Estás bien?

—Bien, sí —le respondió el otro—. Este es Rory —presentó al Sanador.

—Augusto me ha hablado mucho de ti —le dijo Juliana—. Soy Juliana, su madre.

—Encantado de conocerla, señora —hizo una inclinación de cabeza Rory.

Juliana se encargó de presentar a Rory a las demás personas que la acompañaban. Liam se tranquilizó visiblemente al ver que todo discurría de una forma natural y fluida. Al cruzar su mirada con Bruno, éste asintió con la cabeza, dándole a entender que estaban listos para iniciar con su plan. Liam respiró hondo y dirigió su atención a Juliana. Abrió la boca para hablarle, pero un súbito dolor en el pecho impidió que sus palabras fueran pronunciadas. Sin entender bien qué estaba pasando, Liam se desplomó al suelo de espalda.

—¡Liam! —gritó Juliana, acuclillándose junto a él—. ¿Qué te pasa?

Liam quiso explicar, pero no podía mover su lengua. Intentó levantar una mano para señalar su pecho, pero descubrió con horror que estaba paralizado. Ninguna parte del cuerpo le obedecía y el dolor en el pecho iba en aumento. Ni siquiera podía parpadear. Solo estaba allí, inmovilizado, con los ojos abiertos, ardiendo por la falta de lubricación, escuchando todo, viendo todo lo que pasaba a su alrededor, pero incapaz de responder de forma alguna.

—Oh, no, no, no. ¡Liam! —lo sacudió Juliana, tratando de hacerlo reaccionar, sin éxito.

En un impulso desesperado, Juliana abrió la camisa del muchacho y expuso su pecho. Enseguida vio el micrófono clavado cerca de su corazón. La piel alrededor del dispositivo presentaba unas venas negras y extrañas que se expandían rápidamente, contaminando su sangre.

—¡Maldita! —gruñó Juliana, entendiendo que el veneno había sido liberado.

Su primera reacción fue tratar de arrancar el micrófono, pero una mano sostuvo su muñeca con firmeza. Cuando ella se dio vuelta enojada para ver quién la estaba deteniendo, se encontró con la mirada seria de Polansky.

—¿Qué…? —protestó ella.

—Guantes —le advirtió Polansky.

Juliana asintió, entendiendo que tocar el aparato con las manos desnudas era muy peligroso.

—Luigi… —pidió Juliana—. En la cocina…

—Ya los traigo —salió disparado Luigi, volviendo en segundos con un par de guantes de goma.

Juliana se los puso rápidamente y arrancó con odio el micrófono del pecho de Liam, pero por supuesto, era demasiado tarde: el veneno ya había entrado en su sistema.

—Saca esto de aquí y destrúyelo —indicó Juliana a su esposo, entregándole el micrófono envuelto en uno de los guantes.

Luigi lo tomó sin decir palabra y se lo llevó al patio trasero, pulverizándolo a martillazos. Mientras tanto, Juliana se acercó al rostro de Liam:




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