La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XIX: VENENO - CAPÍTULO 94

Luigi abrazó a su esposa y la apartó del cuerpo de Liam. Ella escondió la cabeza en el hombro de él, llorando amargamente.

—¿Por qué? —gimió Juliana—. ¿Qué hicimos mal?

No hicieron nada mal, nada, formó las palabras en su mente Liam con frustración. Nemain cambió de idea sobre confiar en mí, pero ustedes no tienen nada que ver, trató de explicarles sin éxito. Veía y escuchaba a Juliana y a Rory llorando, culpándose. Si solo pudiera hacerles entender que no estaba muerto… si solo pudiera comunicarse de alguna forma… Pero todos sus intentos fallaron sin remedio, el veneno lo tenía totalmente paralizado, pero consciente.

Juliana siguió llorando por un buen rato en los brazos de Luigi hasta que finalmente logró calmarse. Primero Walter y ahora Liam... ¿Cuántos más de sus amigos iba a cobrarse Nemain? ¿Hasta cuándo iban a seguir engrosando su caudal estos ríos de sangre y muerte? Juliana sintió que ya había tenido suficiente de esta asesina. No más averiguar datos y planear estrategias: era hora de actuar.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Polansky.

—Vamos a ir por ella y le haremos pagar por esto —dijo Juliana con tono helado.

—Yo puedo llevarlos hasta la mansión —ofreció Bruno con decisión.

—Y una vez allá, ¿qué? —cuestionó Allemandi.

—Necesitaremos armas, tal vez explosivos —propuso Luigi.

—Necesitaremos más que eso si lo que describe Bruno de la mansión es cierto —retrucó Allemandi.

—Gas —dijo Bruno.

—¿Gas?

—Sí, dejaremos a los guardias y a los perros fuera de combate con gas —explicó el detective italiano—. Luego podemos volar el portón principal y penetrar la mansión. No es tan sutil como el plan de Liam, pero creo que es tiempo de dejarnos de sutilezas.

Juliana asintió su acuerdo.

—Puedo conseguir lo que quieren, pero necesito tiempo hasta mañana —declaró Allemandi.

—¿Por qué creen que lo mató? —preguntó Rory de pronto. Su mente estaba ocupada en dilucidar eso más que en planear el sangriento ataque a la mansión.

—Debimos haber dicho o hecho algo que alertó a Nemain de la traición de Liam —se encogió de hombros Luigi.

—No —dijo Rory—. No fue eso.

—¿Acaso importa? —inquirió Juliana, a la no le interesaba hacer más elucubraciones sobre el tema.

—Sí, importa —le respondió Rory—, porque al matar a Liam, Munster perdió la oportunidad de atrapar a Augusto. ¿Por qué haría eso? No tiene sentido.

Eso es, Rory, buen razonamiento, pensó Liam, esperanzado. Tal vez entendiendo  que su muerte no tenía sentido, se dieran cuenta de que no estaba realmente muerto.

—A menos que... —comenzó Polansky, pero se calló de repente, mirando de soslayo a Juliana y a Luigi.

—¡No! —negó Juliana con vehemencia, adivinando lo que Polansky estaba pensando.

—¿A menos que qué? —quiso saber Bruno.

—A menos que Augusto ya esté en su poder —murmuró Luigi con un hilo de voz.

A Liam se le cayó el alma al piso, no solo porque el argumento planteado por sus amigos no resolviera su predicamento, sino porque había muchas posibilidades de que tuvieran razón.

—¡No! —volvió a gritar Juliana.

—No apresuremos conclusiones —trató de calmarla Allemandi.

Pero Juliana tenía el rostro pálido y temblaba como una hoja. Estaba al borde de un ataque de pánico. Luigi notó los síntomas y se apresuró a abrazarla, susurrándole al oído:

—Nemain no puede dañar a Augusto, Juli, no mientras esté fuera de esto, no mientras esté en Baikal con Lyanna.

Ella se colgó de él con alma y vida, apretándolo contra sí, como si así pudiera creer mejor en sus palabras. Luigi prosiguió:

—Este es solo su modus operandi, cara mía. Recuerda lo que hizo con Walter: no lo mató de forma rápida, lo dejó agonizando para que lo encontráramos, para que Lug viviera la desesperación de verlo morir ante sus ojos sin poder ayudarlo. Esto es lo mismo, mia dolce. Esa maldita esperó para liberar el veneno hasta que todos estuvimos reunidos aquí para que pudiéramos ser testigos de su muerte, para disfrutar con nuestra impotencia y nuestra zozobra, para causarnos miedo y angustia. El sufrimiento de otros es su droga.

—Miedo… —asintió Polansky—. Ese es su objetivo: amedrentarnos, nublar nuestro juicio.

Juliana se soltó de Luigi y se volvió a arrodillar junto a Liam:

—Iremos por ella, Liam —le acarició una rígida y fría mejilla—. Pagará por lo que te hizo, te lo prometo.

¡No!, gritó Liam en su mente, mientras sus ojos abiertos contemplaban el rostro decidido de Juliana sobre él. Es un suicidio, no saben lo que Nemain es capaz de hacer, no saben cómo puede manipular las mentes. Ni todos los explosivos del mundo pueden detenerla, trató de explicar en vano.




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