La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XX: EL PRECIO DE LA DESCONFIANZA - CAPÍTULO 96

Marga volvió a la conciencia lentamente. Lug la había desmayado sin dar explicación alguna, y al parecer, había sido llevada a otro lugar. Antes de abrir los ojos, delatando que había despertado, estudió su situación. Estaba sentada en el suelo, con la espalda reclinada sobre una pared de roca, el aire del lugar no era fresco, sino más bien rancio, húmedo y con un leve olor a aceite de lámpara quemado. Ni sus manos ni sus pies estaban atados, lo cual la sorprendió. Luego escuchó una respiración serena, paciente: alguien estaba con ella.

—Está bien, Marga, ya sé que estás despierta.

Cormac.

Marga abrió los ojos, y gracias a una lámpara de aceite que Cormac tenía a su lado, comprobó lo que ya había deducido: estaba en una cueva, bajo tierra. Pero la sensación de alivio que había sentido al comprobar que ya no estaba atada se borró por completo al ver los gruesos barrotes de hierro que la separaban de Cormac, quien estaba cómodamente sentado en el piso, vigilándola con atención desde un pasillo cavernoso que se perdía en la oscuridad. Estaba en una celda horadada en la roca y Cormac era su carcelero. Suspiró con frustración: seguía siendo una prisionera.

—¿Dónde estoy? ¿Por qué me trajeron aquí? —demandó Marga de mal humor.

—Come algo —le alcanzó Cormac un trozo de pan con queso y una cantimplora con agua a través de los barrotes.

—Muy amable, gracias —le dijo Marga con cierto sarcasmo en la voz—, pero sería más cortés si contestaras a mi pregunta.

Cormac no respondió.

—Al menos dime cuánto tiempo estuve inconsciente. ¿Qué día es hoy?

Cormac permaneció en silencio, con el rostro impasible, dándole a entender que no iba a obtener esa información de él.

—De acuerdo —gruñó Marga—. Juguemos con tus reglas —murmuró para sí, devorando con voracidad el alimento que Cormac le había proporcionado: estaba hambrienta.

Inspeccionando más de cerca los barrotes de su celda, Marga descubrió que el hierro emergía de la roca como si fuera parte de ella. También se dio cuenta de que la celda no tenía puerta ni cerradura alguna. ¿Cómo habían hecho para meterla allí dentro? Llewelyn debía haberla teletransportado al interior de la pequeña cámara. No, no era eso: alguien había horadado la celda especialmente para ella, luego la habían depositado dentro, y finalmente, habían conjurado los barrotes, usando la substancia de la roca. Solo había alguien capaz de semejante hazaña: Govannon. Este debía ser uno de sus refugios bajo las montañas, y su instinto le dijo que era el refugio que Govannon mantenía cerca de la Cúpula de energía de Avannon. Marga sonrió con satisfacción para sus adentros: Lug la había traído al portal.

—¿Qué van a hacer conmigo? —preguntó Marga después de tomar un largo trago de agua de la cantimplora.

—Por ahora, mantenerte contenida. Después, depende de Lug —respondió Cormac.

—Solo quiero ayudar, ¿sabes? —suspiró Marga—. Pero entiendo que nunca podré lograr que ninguno de ustedes confíe en mí.

—Tu historial no ayuda —se encogió de hombros Cormac.

Marga hizo una mueca, como queriendo mostrarse dolida ante el recordatorio de los pecados de su pasado.

—Supongo que tenías razón cuando me dijiste que mi vida como Madeleine era más simple y más feliz —dijo Marga con cierta añoranza en la voz—. Solía vivir en un confortable castillo y mírame ahora: estoy en una prisión tan pequeña que no podré siquiera estirarme del todo en el piso para poder dormir. Extrañaré mi mullida cama y mi suntuoso baño —trató de sonreír ante su propia amarga broma.

Cormac no hizo ningún comentario.

—Si hubiese sabido que todo iba a terminar así, me habría quedado en Tiresias —se lamentó Marga.

—No, no lo habrías hecho —le dijo Cormac—. Tu necesidad de saber quién eras era muy fuerte para ignorarla.

—Fui sincera, ¿sabes? Cuando te dije que te amaba el día que partimos hacia Medionemeton… fui sincera.

Cormac desvió la mirada al piso y Marga pudo ver que sus palabras lo habían tocado profundamente.

—No es fácil para mí admitirlo, pero me hiciste un gran favor al darme la oportunidad de una vida nueva como Madeleine. Sé que no me creerás, pero Madeleine hizo la diferencia cuando mi memoria fue restaurada. No soy la misma Marga que conociste en los viejos tiempos, la perspectiva de Madeleine lo cambió todo y me hizo entender y valorar otras cosas que antes no había tenido en cuenta.

—¿Cosas como qué? —levantó Cormac la vista hacia ella.

—Tú, Cory. Me tomó mucho tiempo, pero logré darme cuenta de que tú eres el único hombre que me ha amado de verdad. En las buenas y en las malas, en la vida y en la muerte, en la memoria y en el olvido, siempre estuviste a mi lado. Aún cuando te desprecié, te manipulé, te ignoré, te usé, tu devoción no menguó nunca. Aunque yo no pudiera verlo, siempre estuviste allí para ayudarme. Lo único que te ha importado en la vida es que yo sea feliz. Perdóname, Cory, perdóname por haberte lastimado tanto. Por si te sirve de algo, quiero que sepas que el amor que te confesé como Madeleine, fue genuino, y que en mi presente estado… todavía lo es.




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