Marga estaba sentada sobre el duro piso de roca de su celda en la cueva, con las rodillas recogidas contra su pecho y el rostro apoyado sobre ellas. Levantó la cabeza al escuchar pasos que se acercaban y vislumbró la luz oscilante de una lámpara. Cuando vio que era Lug, acompañado de alguien más, se puso de pie de inmediato. Tal vez no todo estaba perdido, tal vez todavía tenía una chance de convencer a su hijo de que hiciera lo correcto.
—Lug... —le sonrió Marga.
La mirada de Marga se desvió por un momento a la cadera izquierda de Lug. Apretó los labios en desaprobación al ver que la espada seguía ausente. Lug la había dejado al cuidado de Dana para evitar que Marga se enterara de que había logrado abrir el portal. Su esposa, a cambio, le había cedido su puñal, que Lug llevaba enganchado en su cinto.
—Te ves pálido, ¿estás bien? —inquirió Marga.
Lug la cortó en seco:
—Date vuelta. La vista hacia la pared —le ordenó.
—¿Qué...? —trató de protestar ella, pero el rostro serio e inescrutable de él la hizo desistir de toda oposición.
—¡De rodillas! —le ladró él.
Ella supuso que el enojo de él se debía seguramente a que Cormac le había informado de la muerte de Merianis. No tenía dudas de que su hijo la culpaba por la muerte de la reina de las mitríades.
—Lug... —trató de explicar ella.
—¡Dije, de rodillas! —gritó él, implacable.
Cuando Marga estuvo de espaldas a él y en la posición que él le pedía, Lug se volvió a su acompañante y le dijo:
—Haz lo tuyo, Gov.
Govannon se descolgó un trozo de cuerda que traía enganchado en el hombro y se lo pasó a Lug. Luego se acercó a los barrotes de la celda, cerró los ojos y comenzó a disolverlos lentamente, volviéndolos al polvo del que habían salido. Marga hizo el intento de darse vuelta para ver qué estaba haciendo Govannon, pero Lug la reprendió:
—La vista al frente, Marga.
Marga dio un respingo ante la dureza del tono de él y volvió su mirada a la fría roca. Cuando los barrotes estuvieron deshechos, Lug asintió su aprobación y le devolvió la soga a Govannon:
—Ata sus manos —le indicó.
Govannon ató las muñecas de Marga a su espalda en silencio.
—Lug, ¿qué pasa? ¿Qué vas a hacer conmigo? —preguntó Marga, alarmada.
Lug se acercó a ella por detrás. Tomó su cabeza por la frente con su mano izquierda y la tiró hacia sí, mientras le apoyaba el puñal de Dana en la garganta.
—Lug... —tragó saliva Marga con la voz ronca.
—Silencio —dijo él—. Trata al menos de mantener tu dignidad ante tu ejecución.
—¡¿Ejecución?! —exclamó ella con voz temblorosa—. Lug... por favor... —rogó con voz lastimera.
—Ya basta, Marga. Tus súplicas no lograrán nada —le dijo él fríamente.
—Al menos dime por qué —logró articular ella a través del pánico.
—¿Por qué? ¿Necesito enumerar todos tus crímenes? —le espetó él.
—Si esto fuera por mis crímenes, lo habrías hecho hace mucho tiempo —dijo ella.
—Tienes razón. Hay un motivo que se suma al de la justicia: matarte es la manera más sencilla y segura de salvar al Círculo, la manera más fácil de evitar que la Tríada vuelva a formarse —explicó Lug con tono helado.
—No, no te creo, no me matarías simplemente porque es el camino fácil, no eres capaz.
—Pregúntale a Bress si no soy capaz —le murmuró él al oído.
Ella palideció:
—Lug... —intentó una vez más, pero ya no le quedaban palabras ni justificativos para convencerlo. Con la mente en blanco, solo cerró los ojos y murmuró entre lágrimas: —Estoy lista.
Lug apretó el puñal contra el cuello de ella, pero en vez de cortarla, lanzó un pulso de su energía a través de la mano que le sostenía la frente y la desmayó. Govannon se acercó rápidamente y sostuvo el cuerpo de Marga para que no se golpeara contra la roca al caer:
—Eso fue cruel —le reprochó a Lug.
—En comparación con todo lo que ella ha hecho a otros, esto fue solo una palmadita en la mano para ella —le respondió Lug, imperturbable—.Vamos, tenemos que llevarla hasta la cúpula.
—Lug... —lo tomó Govannon de un brazo—. Este odio y esta sed de venganza no harán más que disminuir tus posibilidades de vencer a Nemain, pues de alguna manera, te vuelven como ella. Tienes que calmarte si quieres pensar con claridad, controlar tus emociones.
Lug se quedó mirando por un momento el desvanecido cuerpo de su madre:
—No estoy seguro de poder confiar en ella —murmuró.
—¿La castigas porque dudas de ella?
Lug no contestó, solo tomó la lámpara de donde la había dejado y se encaminó por el túnel que llevaba afuera de la cueva. Sí, quería castigarla por haber roto la idealizada figura de madre que había imaginado, por haber vuelto de la muerte usando a su hijo y convirtiéndolo en un asesino, pero por sobre todo, por haber vuelto del olvido al que él la había sometido, poniéndolo en este conflicto que no podía resolver. Una parte de él quería creer que su madre se había reformado, pero aceptar eso y luego volver a ser traicionado por ella era algo que no estaba seguro de poder soportar. Prefería odiarla y castigarla a darle una oportunidad de que ella entrara en su corazón y se lo volviera a romper en mil pedazos.
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Editado: 14.10.2019