La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XXI: EL FUNERAL DE LIAM - CAPÍTULO 104

—¿Cuál es el plan? —preguntó Lug.

—Básicamente, poner fuera de combate a los guardias y a los perros con gas, volar el portón con explosivos y entrar a la fuerza. Allemandi nos está consiguiendo las armas —explicó Bruno.

—Eso no servirá —intervino Liam—. Nemain puede controlar las mentes, volverá nuestras propias armas contra nosotros mismos.

—Liam tiene razón —concordó Lug—. Además, no necesitamos armas, solo necesitamos esto —señaló su espada.

—¿Piensas que tu espada es suficiente? —lo cuestionó Bruno, poco convencido.

—Créeme, es más que suficiente —le aseguró Lug.

—Muy bien, entonces, ¿qué estamos esperando? —dijo Juliana.

—Ustedes no irán —les dijo Lug—. Solo necesito a Bruno, a Liam y a Marga.

—De ninguna manera —se plantó Dana—. No te dejaré ir sin mí, no esta vez.

La colaboración de todos es primordial —citó Juliana el texto del Túmulo—, así que haremos esto juntos, lo quieras o no. Además, siempre te metes en problemas cuando intentas jugar solo.

—No estaré solo —protestó Lug.

—Me temo que sí, Lug —le dijo Bruno—, porque si no vamos todos, yo no te guiaré.

—Y yo tampoco iré —se sumó Liam.

—¿Por qué siempre se complotan en mi contra cuando trato de protegerlos? —rezongó Lug.

—Se llama amistad —dijo Luigi.

—Yo lo llamaría más bien testarudez —murmuró Lug para sí—. De acuerdo, ustedes ganan, pero solo porque no tengo tiempo de discutir —levantó un dedo en alto.

—Vinimos en dos coches. Están por allá —señaló Bruno.

—Te sigo —asintió Lug, tomando del brazo a Marga.

Con Bruno guiando el camino, los demás lo acompañaron sin demora.

—¿Cómo lo haces? —le preguntó Marga a su hijo.

—¿Qué cosa?

—Hacer que todos estén dispuestos a arriesgar sus vidas por ti —le dijo ella.

—Son mis amigos —se encogió de hombros Lug—. Es lo que los verdaderos amigos hacen.

—Es algo muy valioso lo que tienes, Lug —se admiró ella—. Yo nunca he podido lograr que nadie haga nada por mí a menos que los manipule o los fuerce.

—Eso es porque siempre esperas recibir sin dar —le respondió él—. La amistad necesita reciprocidad.

—Creo que tienes razón —admitió ella.

—Aún así, tú tienes a alguien que haría casi cualquier cosa por ti. Alguien que te ama sin condiciones, a pesar de todas tus traiciones. Es una lástima que no puedas darte cuenta.

—Cormac… —suspiró ella—. Te equivocas, sí me doy cuenta, y parte de mí corresponde a ese amor, pero me temo que lo he engañado tantas veces que ya no se atreve a confiar en mí.

—No es el único… —murmuró Lug para sí.

Más atrás, Dana se acercó a Polansky:

—Creo que se han olvidado de presentarnos. Soy Dana, esposa de Lug.

—Es un honor conocerla, señora —hizo una inclinación de cabeza el otro—. Soy Eduardo Polansky.

—¡Usted es el famoso Polansky! —exclamó Dana.

—¿Famoso? —arrugó el entrecejo el científico.

—Lug habla mucho de usted —le respondió Dana—. Confía en que usted es clave para ayudar a Govannon a defender el Círculo.

—¿Qué? —inquirió él con asombro.

—Lo siento, creo que hablé de más —se frenó Dana—. De seguro Lug le hablará del asunto ni bien rescatemos a Merianis.

Polansky abrió la boca para preguntar más sobre el tema, pero Dana no le dio oportunidad. La esposa de Lug apuró el paso y se puso a la par de su marido, que llevaba a su madre del brazo, vigilándola estrechamente.

Lug y sus amigos se repartieron en los dos coches. Juliana, Luigi, Polansky, Rory y Liam en uno, y Bruno, Lug, Dana y Marga en el otro. Durante el Camino, Bruno le explicó a Lug todo lo que sabía sobre las medidas de seguridad de la mansión.

—Puedo encargarme de la vigilancia humana —dijo Lug—. ¿Puedes tú encargarte de la parte electrónica?

—¿Sin guardias armados que traten de detenerme? Por supuesto —le aseguró Bruno.

Bruno detuvo el coche a medio kilómetro de la mansión e indicó a Luigi, que conducía el otro vehículo, que hiciera lo mismo.

—Esconderemos los vehículos entre los árboles y seguiremos de a pie —indicó Bruno—. Es la mejor estrategia para tomarlos por sorpresa.

Los demás concordaron con su idea. Metieron los coches entre los árboles al costado izquierdo del camino y los camuflaron lo mejor que pudieron con unas ramas. Luego avanzaron hacia la mansión con sigilo, evitando el camino y ocultándose entre los árboles del bosque. Después de caminar por un buen trecho, Lug levantó una mano, indicándoles a todos que se detuvieran:




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