La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XXI: EL FUNERAL DE LIAM - CAPÍTULO 105

Mientras Polansky y Luigi sostenían a Marga de los brazos, Bruno se dirigió sin demora a un panel con un teclado a la izquierda del enorme portón que guardaba la entrada de la mansión. Antes siquiera de que el detective italiano pudiera tocar el panel, las gigantescas puertas se abrieron con un suave chirrido ante ellos. Lug dirigió una rápida mirada a Bruno.

—No fui yo —meneó la cabeza Bruno.

—Parece que no todos están inconscientes —murmuró Juliana, preocupada.

Lug levantó su espada, apretando con fuerza la empuñadura. Se acercó con cautela a la amplia entrada y espió adentro. Contó cerca de treinta guardias yaciendo inconscientes en distintos lugares de los amplios jardines y unos quince perros de ataque, también dormidos junto a sus amos. El lugar estaba en total silencio, lo cual lo hacía espeluznante.

—Esto es demasiado fácil —dijo Liam.

—Tengo un mal presentimiento —dijo Dana.

Lug cerró los ojos y buscó patrones dentro del perímetro de la mansión: nada.

—No detecto a nadie despierto —informó Lug.

—Aún así, parece una trampa —dijo Bruno.

—Manténganse detrás de mí —les indicó Lug.

El Señor de la Luz avanzó, traspasando las puertas, con la espada en alto y todos sus sentidos alertas. Se internó unos metros en la entrada principal, vigilando los senderos del hermoso jardín, y las ventanas y puertas de la mansión.

—Lug… —llamó su atención Bruno desde atrás.

—Sí —le respondió Lug—. Las veo.

Dos siluetas habían emergido de la puerta principal de la mansión y caminaban sin prisa hacia ellos. Una era más alta y se movía con calculada precisión y elegancia entre los cuerpos desmayados de los guardias, sin prestarles la más mínima atención. Era una mujer de larga cabellera pelirroja que vestía un atuendo carmesí casi hasta el piso. A su lado, llevaba de la mano a una niña rubia con un vestido blanco inmaculado. Las dos se detuvieron a unos cinco metros de Lug.

—Es ella, es Nemain —la reconoció Marga—. Lug, ten cuidado —le advirtió.

Pero Lug no le contestó, estaba demasiado perturbado, pues había reconocido a la niña.

—Oh, Ly, mi pequeña Ly —murmuró Dana, angustiada, poniendo una mano en el hombro de Lug como buscando un apoyo.

—¿Qué hace ella aquí? —preguntó Juliana a nadie en particular.

Pero a Lug no le importaba cómo Nemain había logrado atrapar a Lyanna, solo le hervía la sangre con ansias asesinas, dispuesto a rebanar en pedazos a Nemain si le llegaba a tocar un pelo a su pequeña.

—Bienvenido a mi casa, Lug. Hacía tiempo que quería conocerte en persona. Eres tan impresionante como te imaginaba —dijo Nemain con una voz suave y seductora, y una sonrisa siniestra en el rostro—. No necesitabas desmayar a mis guardias —puntualizó, mirando en derredor a los cuerpos inconscientes.

—Deja ir a mi hija —le dijo Lug con tono helado—. Esto es entre tú y yo.

—¿Dejarla ir? Ella no está conmigo en contra de su voluntad, Lug. Y te equivocas también en otra cosa: esto no es entre tú y yo. Eres una molestia, sí, pero no eres el centro del problema.

—¡Déjala ir! —le gruñó Lug con furia.

—Eso depende de ella, no de mí —le respondió Nemain con total calma.

—¡Si ella está contigo no es por su propia voluntad, es porque la manipulaste! —le gritó Dana.

La atención de Nemain se desvió hacia Dana:

—¿Y quién eres tú? —la interrogó.

—¿No me reconoces? Soy tu hija, Dana.

Por un imperceptible momento, Nemain pareció vacilar en su perfecta y helada calma:

—¿Dónde está tu hermana? —preguntó de pronto.

—Muerta —respondió Dana con la misma frialdad de su madre.

—¿Por tu mano o por la de Nuada? —quiso saber Nemain.

—Tu amigo Bress la torturó y la mató —contestó Dana.

—Si tu padre no me hubiese separado de ustedes, habría podido protegerlas —hizo Nemain una mueca de disgusto.

—No, gracias —le retrucó Dana—. Tu ausencia fue lo mejor que pudo pasarnos. Solo lamento que la historia de tu muerte en nuestro parto no fuera verdad.

—Tus palabras no me hieren —se encogió de hombros Nemain—. Te perdono. Sé que tu mente está envenenada por Nuada.

—¡Eres una maldita! —gruñó Dana.

Mientras Nemain tenía la atención captada en la discusión con Dana, Lug aprovechó para tratar de meterse en su mente. Pero por más que se esforzaba, no podía encontrar sus patrones, era como si no hubiese nadie frente a él. Intentó luego conectar su mente con la de Lyanna, para liberar cualquier lazo que Nemain estuviera sosteniendo con ella, pero el resultado fue el mismo: le era imposible detectar los patrones de su propia hija.




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