La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XXII: LA TRÍADA - CAPÍTULO 110

—¡Ly! —gritó Augusto, emergiendo de la puerta principal de la mansión y corriendo hacia ella.

Sin soltar la mano de Nemain, Lyanna, en su pequeño cuerpo de niña, apartó la atención de su padre y se volvió hacia Augusto. Su rostro no reflejó alegría ni alivio al verlo, sino más bien reproche y amargura.

—¡Ly! —le sonrió Augusto, abriendo sus brazos hacia ella.

—¡Gus! —exclamó Juliana del otro lado, cerrando los puños con impotencia.

Luigi adivinó enseguida la intención de Juliana. Soltó el brazo de Marga, dejándola a cargo de Polansky, y corrió hacia su esposa justo a tiempo para tomarla de la cintura y evitar que saliera corriendo hacia Augusto.

—Déjame, Luigi —protestó Juliana—. ¡Lo va a matar!

—Nemain arregló las cosas para que casi enterráramos vivo a Liam. Si cruzas la grieta de la espada, Nemain te usará a ti para matar a Gus. ¿Quieres eso? ¿Quieres ser su instrumento para aniquilar a nuestro hijo? —la sacudió Luigi con vehemencia para hacerla reaccionar.

Juliana se dejó caer en los brazos de Luigi, abatida, sollozando lágrimas de frustración, ira y tristeza. Él la abrazó con fuerza, tratando de consolarla, mientras veía cómo Augusto se seguía acercando inexorable a la poseída Lyanna.

Cuando estuvo a menos de tres metros de su esposa, Augusto sintió una mano en el hombro que lo detenía. Se volvió con el ceño fruncido hacia Clarisa.

—No lo hagas, Augusto —le rogó Clarisa, jadeante por el esfuerzo de haberlo corrido por el sendero del jardín.

—Suéltame, Clarisa —le gruñó él.

—No —se impuso ella, apretando más su mano sobre el hombro de él—. No entiendes, llegamos tarde. Si la tocas, solo te pondrás bajo el poder de Nemain.

Augusto no le contestó, en cambio, se volvió a Lyanna:

—Ly, suelta su mano, ven conmigo —le extendió una mano a su esposa.

—No volveré contigo, Gus —le respondió Lyanna con tono desapasionado.

—¿Por qué?

—No sufriré más tu desdén y tu traición.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando, Ly?

—Me abandonaste, Gus, igual que mi padre.

—Ly… no… yo… —balbuceó Augusto, meneando la cabeza.

—La preferiste a ella —desvió Lyanna la mirada hacia Clarisa.

—¡¿Clarisa?! —exclamó Augusto, sorprendido y confundido—. ¿Qué? ¿Piensas que estoy con Clarisa? ¡No!

—Encontraste en ella a una mujer de verdad, no a una niña pretendiendo ser mujer —dijo Lyanna, dolida.

—Ly, ya pasamos por esto, ¿lo recuerdas? Te amo, no me importa tu forma —alegó Augusto.

—No te esfuerces por mentirme, Augusto, veo tu mente, veo el disgusto que te causa esta forma. Pero esto es lo que soy y si no puedes amarme por lo que soy…

—¡Ly! ¡Lo que dices no tiene ningún sentido! —la cortó él—. ¡Por todos los cielos! ¡Sí, siento disgusto! Pero no es por tu forma sino por el hecho de que Nemain te ha seducido y transformado en alguien que no eres.

—Te amé con todo mi ser —dijo Lyanna con lágrimas en los ojos—, pero aunque me duela, sé que tengo que dejarte ir. Si tu lugar está con Clarisa ahora…

—¡No! —le gritó él—. ¡No quiero estar con Clarisa! ¡Quiero estar contigo! ¡Siempre! ¡Te amo, Ly!

—Y sin embargo ella te sostiene para que no puedas tocarme y tú lo permites —le reprochó Lyanna.

Augusto se soltó con furia de la firme sujeción de Clarisa y avanzó hacia Lyanna para demostrarle su error.

—¡Augusto, no! —le rogó Clarisa, pero él no le hizo caso—. No me dejas alternativa —murmuró para sí.

Clarisa hizo un rápido gesto con sus manos. El cielo obedeció su orden al instante y Augusto quedó atrapado en un cilindro de luz azulada que emanaba de un ojo formado con nubes en el cielo.

—¡Déjame en paz, Clarisa! —le gritó Augusto, enardecido, luchando denodadamente contra el haz de luz que lo mantenía paralizado en el lugar.

—Es una trampa, Gus —le trató de explicar Clarisa.

—¡Ya te dije que no me llames Gus! ¡Libérame! ¡Ahora mismo!

—Creo que el muchacho ha decidido prescindir de tu protección —intervino Nemain con voz suave y calmada.

—Vete al infierno —le gruñó Clarisa.

Del otro lado de la grieta, Juliana se secó las lágrimas y se permitió un momento de esperanza. El Ojo Azul cumplía su misión de proteger al Alquimista. En cambio, Lug y Dana veían su última ilusión convertirse en decepción: habían confiado en que Augusto podría hacer entrar en razón a Lyanna, pero Nemain había adiestrado muy bien a su protegida, la había manipulado tan hábilmente, que Lyanna solo podía ver abandono y soledad en quienes trataban de darle cariño.

Bruno calculaba mentalmente si había alguna forma de dejar a Nemain fuera de combate de forma física, sin perjudicar a Lyanna. Liam observaba el alcance de la grieta para ver si era posible hacerse con el arma de uno de los guardias caídos sin exponerse al poder de Nemain. Rory trataba de adivinar los pensamientos de Liam y se preparaba para detener cualquier locura suicida que su amigo estuviera planeando. Polansky estaba concentrado en estudiar aquella extraña energía azul que inmovilizaba a Augusto. Ninguno de los del grupo advirtió que Marga repetía una y otra vez en voz baja:

—Puedo hacerlo. Debo hacerlo. Puedo hacerlo. Debo hacerlo.

Lo había estado repitiendo como un mantra ininteligible y sin pausa, más para darse coraje que para ejercer algún tipo de influencia sobre la situación. Había estado pacientemente esperando el momento correcto, y ese momento había llegado. Si iba a hacerlo, tenía que hacerlo ahora mismo, antes de que Augusto encontrara la forma de liberarse del Ojo Azul. Tomando aire y tensando los músculos de su cuerpo, Marga le dio un fuerte rodillazo en la entrepierna al distraído Polansky, quien soltó su brazo inmediatamente, doblándose en dos y cayendo de rodillas. Sin esperar para ver si Polansky había sido debidamente neutralizado, Marga echó a correr con las manos aún atadas a la espalda. Pasó como un huracán imparable entre los sorprendidos Lug y Bruno, saltó por encima de la grieta protectora y corrió atropelladamente hacia Nemain. Incapaz de mantener debidamente el equilibrio en su carrera debido al restringido uso de sus brazos, tropezó y cayó de bruces a los pies de Nemain y Lyanna.




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