—¡No! —gritó Lug, saliendo del estupor de la sorpresa.
Dana trató de retenerlo, pero no pudo. Lug salió corriendo frenéticamente tras su madre, haciendo a un lado toda prudencia, atravesando su propio campo de protección, exponiéndose sin remedio al poder de Nemain. No podía permitir que la Tríada volviera a formarse. Lyanna levantó una mano con la palma abierta hacia su padre y Lug chocó contra una pared invisible que lo hizo caer de rodillas a un metro de las tres mujeres.
—¡Maldita! —gritó Lug, furibundo. Su ira estaba dirigida a su madre—. Esto es lo que querías, ¿no es así? ¡Este fue tu abominable plan desde el principio! ¡Malnacida! ¡Traidora! —le escupió fuera de sí.
Marga no le contestó. Lug trató de ponerse de pie, pero Lyanna lo sostuvo con un gesto apenas perceptible de su mano, clavando sus rodillas al sendero.
—Suéltame, Ly —le ordenó Lug—. Esto ha llegado demasiado lejos.
—No, todavía no ha llegado todo lo lejos que debe —le respondió ella, con helada serenidad.
—No hagas esto, por favor, no lo hagas —le suplicó Lug con voz lastimera, apelando a lo último que quedaba de la esencia de su querida niña.
Lyanna no respondió a sus ruegos, solo cruzó una rápida mirada con Marga, y ésta asintió, en aceptación y comprensión de un mensaje secreto entre las dos. Luego, Lyanna se soltó por un momento de la mano de Nemain y se aproximó a su inmovilizado padre, agachándose para acercar sus labios al oído derecho de Lug. Marga se adelantó también un paso y arrimó su rostro al oído izquierdo de su hijo. En el mismo momento, las dos murmuraron una frase al unísono que solo Lug pudo escuchar. Acto seguido, Lyanna apoyó su mano sobre el pecho de Lug por un breve instante, con su dedo pulgar dibujó una cruz sobre su corazón y él se desplomó al suelo.
—Es hora —llamó suavemente Nemain a Marga y a Lyanna, extendiendo sus manos hacia ellas.
Las dos la saludaron con una solemne inclinación de cabeza y tomaron sus manos, uniéndose a su vez entre sí. Las tres estiraron sus brazos hasta formar un perfecto triángulo con sus manos unidas. Cerraron los ojos y una luminosidad rojiza comenzó a envolverlas lentamente.
Con Lug fuera de combate, el campo protector que resguardaba a sus amigos detrás de la grieta cayó. Rory y Polansky soltaron los brazos de Dana, quien había estado luchando con todas sus fuerzas por ir con Lug. Liberada, la Mensajera corrió hasta su caído esposo y se arrodilló junto a él, tratando de hacerlo reaccionar.
Al mismo tiempo, Bruno y Liam se hicieron con un par de ametralladoras de los guardias inconscientes y apuntaron hacia la creciente niebla roja que giraba alrededor de la Tríada, densificándose y levantando un inesperado viento huracanado que la envolvía, empoderándola. Ninguno de los dos se atrevió a disparar: no podían ver claramente a través de la niebla roja para apuntar a Nemain sin lastimar a Lyanna. Además, el viento comenzó a levantar tierra y objetos sueltos, que los obligaron a protegerse los ojos.
—¡Ayúdenme! —gritó Dana en medio del rugir del antinatural viento. Estaba tratando desesperadamente de alejar a Lug de la tremenda vorágine que envolvía a la Tríada, antes de que fuera avasallado y engullido por la creciente energía.
Bruno y Liam arrojaron sus armas al suelo y corrieron a socorrerla. Entre los tres, lograron arrastrar el cuerpo inerte de Lug fuera del rango de acción del torbellino.
Augusto se llevó las manos a la cabeza para protegerse, pero descubrió que ni el viento ni los detritos errantes lograban alcanzarlo dentro del cilindro de luz azul en el que Clarisa lo había encerrado.
—¡Haz algo! ¡Detenlas! —le gritó Augusto a Clarisa.
—No puedo —meneó la cabeza ella—. Cualquier cosa que intente la volverán contra mí. Su poder es monstruoso.
—Al menos libérame de esta maldita luz azul —le gruñó Augusto, descontento.
Clarisa asintió. Desactivó el Ojo Azul y tomó la mano de Augusto, tironeándolo hacia donde estaban los demás. Augusto se soltó bruscamente de la mano de ella, pero siguió corriendo a su lado. Los demás estaban junto al portón principal, acurrucados en el suelo, resistiendo a duras penas el viento que se había vuelto descomunal.
—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Clarisa—. ¡La fusión de la Tríada nos hará pedazos!
—Gus, ¿estás bien? —lo abrazó su madre.
—Bien —asintió Augusto—, pero Clarisa tiene razón. Tenemos que salir de aquí.
Los demás aceptaron de buen grado la idea. Se pusieron de pie con dificultad, peleando contra la fuerza implacable del viento. Clarisa iba a la cabeza, marcando la dirección. Detrás de ella iba Augusto, luego seguían Luigi y Juliana, abrazados para sostenerse mutuamente. Bruno, Liam y Rory arrancaron a Lug de los brazos de la llorosa Dana, para llevarlo en andas. Polansky abrazó a Dana para protegerla del viento y la guió tras los demás.
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Editado: 14.10.2019