La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE XXIII: EL ÚLTIMO RECURSO - CAPÍTULO 112

Dana intentó alegrarse de que Merianis estuviera a salvo, pero el estado de Lug la tenía muy preocupada:

—Gus, tu poder funciona aquí. Por favor, ayúdalo —rogó la Mensajera, indicando a su caído esposo con la mirada.

Augusto se arrodilló junto a Lug y examinó su cuerpo. No encontró ninguna herida, no parecía haber nada malo con él, excepto que no despertaba.

—No sé lo que tiene, no tengo idea de cómo ayudarlo, lo siento —meneó la cabeza Augusto, descorazonado.

—Tiene que haber algo… —lo urgió Dana, abrazando a su inconsciente marido.

—¿Clarisa? —arqueó Augusto una ceja hacia ella—. ¿Puedes hacer algo por Lug?

—Lo que sea que le hizo Lyanna está fuera de mi territorio y lo sabes —le respondió Clarisa.

—Gracias, siempre eres tan útil… —le respondió Augusto con furioso sarcasmo.

—Gus, escúchame… —intentó justificarse Clarisa.

—¡Y ya te dije que no me llames Gus! —le gritó Augusto—. ¡Todo esto es tu culpa! ¡Si no me hubieses separado de Lyanna, esto nunca habría pasado!

—Si no te hubiese separado de Lyanna, estarías muerto —le respondió Clarisa con tono helado.

—No me vengas con eso —le retrucó Augusto, enojado.

—Gus —intervino Juliana—, entiendo tu frustración, pero creo que Clarisa solo estaba tratando de protegerte.

—Que no te engañe, mamá —le respondió Augusto—. Me protege solo porque le conviene. Necesita usarme para sus fines.

—¿Qué fines? —frunció el ceño Juliana.

—Restaurar a Morgana, a la que tú conoces como Emilia Morgan —contestó él.

—¿Sabes de Emilia Morgan? ¿Cómo? —inquirió su madre, sorprendida.

—Es una larga historia —suspiró Augusto—. Nemain corrompió su sangre y la poseyó, haciéndola cometer actos atroces, como por ejemplo, matar a Walter.

—Sabemos eso, Lug nos lo explicó —dijo Luigi—. ¿Dónde está Morgana ahora?

—Contenida, por el momento —respondió Clarisa—. Para cortar la influencia que Nemain tiene sobre ella, el Alquimista y el Sanador deben trabajar en conjunto para su restauración —explicó —. El Alquimista es Augusto —siguió—, y el Sanador es alguien llamado Rory que habita en el Círculo. Necesitamos encontrarlo.

Automáticamente, todas las miradas se volvieron hacia Rory, quién avanzó un paso hacia Clarisa:

—Yo soy Rory —se presentó.

Clarisa dirigió su mirada a Augusto, como buscando confirmación.

—Es cierto, es él —admitió Augusto con reticencia, ya no estaba seguro de querer involucrar a uno de sus mejores amigos en los planes de Clarisa.

—El destino es inexorable —murmuró Clarisa con una sonrisa.

Augusto estuvo a punto de protestar, pero fue interrumpido:

—¡Miren! —señaló Liam el cielo. La columna roja había desaparecido.

Clarisa se encaminó de inmediato hacia la mansión.

—¿A dónde vas? —la cuestionó Augusto. Tenerla cerca lo exasperaba, pero dejarla sola y a su libre albedrío sin saber lo que planeaba era peor.

—Necesito saber qué traman —le respondió Clarisa.

Resoplando, Augusto se puso de pie y se dispuso a acompañarla, pero Dana lo retuvo de un brazo:

—Lug ha dejado de respirar —le anunció cuando Augusto volvió la mirada hacia ella.

—¿Qué? ¿Cuándo pasó? —se volvió a arrodillar Augusto junto a Dana y a Lug.

—Creo que al mismo tiempo que la columna roja desapareció —dijo Dana, angustiada.

Polansky corrió hacia ellos y tomó la muñeca derecha de Lug:

—Su corazón todavía late, pero apenas —informó con el rostro serio.

—Quédate con él, haz lo que puedas —le dijo Clarisa a Augusto.

Augusto apretó los labios, indeciso.

—Yo la acompañaré —intervino Bruno de pronto.

Augusto asintió con la cabeza, aceptando la propuesta. Clarisa no objetó. Los dos se pusieron en camino de inmediato, pero después de avanzar unos metros, Clarisa se volvió hasta Augusto otra vez:

—Será mejor que tú te encargues de custodiar esto —se sacó un objeto envuelto en seda blanca del bolsillo de su pantalón y se lo entregó a Augusto.

Él lo aceptó en silencio y lo guardó. Cuando se dispusieron a partir nuevamente, Augusto levantó la cabeza hacia Bruno:

—¡Bruno! —lo llamó—. Ten cuidado —le advirtió.

Bruno asintió, comprendiendo perfectamente que la advertencia no concernía solo a la Tríada sino también a la propia Clarisa.

—No te preocupes —lo tranquilizó Bruno—. Tú solo encárgate de mantener a Lug con vida.

Augusto hizo una mueca de impotencia, no sabía cómo hacer eso.




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